El 19 de octubre cumplí 30 años y, para celebrar, hice una lista de 26 libros, tres cuentos y una prosa poética que me han gustado o me han marcado de alguna manera. Algunos son libros para niños y otros son literatura general, pero it’s my party and I cry if I want to.
Antes de comenzar con la lista, me gustaría decir que algunos de estos libros los leí cuando era muy pequeña y no se trata precisamente de grandes obras de la literatura universal. Sin embargo, su aura artística y, quizá, cierta estética propia de esa época me marcaron y siguen conmigo hasta el día de hoy.
Esos libros son los primeros cuatro:
- Caracolito en el campo, Caracolito en la ciudad
- Estos días refresca por la tarde (Xosé Cermeño y Manuel Uhía)
- La escoba de la viuda (Chris van Allsburg)
De los tres tengo vagos recuerdos. Quizá decir esto sea incoherente, dado que arriba les aseguré que hablaría de 30 libros importantes en mi vida. Pero a veces la influencia es algo muy chiquito. A veces ni siquiera es una idea sino un sentimiento. Eso me pasa con La escoba de la viuda, un libro que solía sacar de la biblioteca de mi pueblo y que recuerdo como una madeja de humo negro entre mis manos.
- Enciclopedia Mega chiquitín
No recuerdo muchas enciclopedias en mi casa. Seguramente mi abuelo tendría algunas pero, incluso a principios de los 90, ya comenzaban a ceder su lugar al internet y a la Encarta. Esta fue de mis pocas enciclopedias, pero ¡vaya una enciclopedia! Tiene unas ilustraciones preciosas, cuyos colores, todavía hoy, me hacen sentir un sabor agradable en la boca.
- Matilda (texto de Roald Dahl, ilustraciones de Quentin Blake)
- Elvis Karlsson (texto de María Gripe, ilustraciones de Harald Gripe)
- La bolsa amarilla (texto de Lygia Bojunga, ilustraciones de Esperanza Vallejo)
Siento que hablo demasiado sobre Roald Dahl y yo quisiera presentarme frente a ustedes como una lectora versátil. Aún les fallo en eso. No puedo escapar de la influencia de este autor, pues me enseñó a divertirme cuando escribo (y cuando vivo, claro). Además, Matilda, Elvis Karlsson y Raquel, de La bolsa amarilla, me enseñaron que tu mundo interior puede ser mágico. Y en mi infancia, yo deseaba tener magia.
- Harry Potter (J. K. Rowling)
Miren, estoy lejos de ser potterhead, pero no puedo negar que leí la saga dos veces y que estos fueron los primeros libros en mostrarme «la vida secreta de las palabras», es decir, el arte de mostrar más que decir.
- La novela, el novelista y su editor (Thomas McCormack)
- Retórica del personaje en la literatura para niños (María Nikolajeva)
Leí La novela, el novelista y su editor durante la carrera, en una época en donde buscaba certezas y respuestas a preguntas que apenas sabía formular. Creía que me daría algunas claves sobre cómo leer libros si quería ser editora. Tal vez necesite regresar a él.
Todavía busco respuestas, por eso leí Retórica del personaje en la literatura para niños, un libro con la piedad suficiente de mostrarme cuánto me falta como lectora.
- «Tres días y un cenicero» (Juan José Arreola)
- Las cosmicómicas (Italo Calvino)
Conocí a estos dos autores en la carrera, si bien las obras que cito no las leí como parte de mi formación sino después, por gusto. Nadie hace con el lenguaje lo que hace Arreola en el cuento «Tres días y un cenicero», pues combina anécdotas de su pueblo en Jalisco con el arte y la cultura europea, de los cuales el autor no puede escapar. Las cosmicómicas son cuentos con lo mejor de la imaginación humana y lo mejor de las reflexiones filosóficas más propias de la ciencia ficción.
- Ásterix y Óbelix (texto de René Goscinny, ilustraciones de Albert Uderzo)
- El ala oeste (Edward Gorey)
- Un cuento de Oso (texto e ilustraciones de Anthony Browne)
Desde que me domina el gusto por la literatura infantil me he propuesto salir de mi zona de confort. A veces lo hago leyendo álbumes ilustrados, cómics o novelas gráficas y me topo con joyas retadoras. A una maestra de la carrera le gustaba decir que los libros complejos «no tenían asideros» de donde el lector pudiera agarrarse para interpretar la lectura, pero más bien, lo que hay son muchos espacios vacíos. Asideros siempre habrá, así como la tierra alrededor de un agujero. Los libros ilustrados, y especialmente los álbumes, me han enseñado cuán divertido es llenar esos espacios.
- La grúa (texto e ilustraciones de Reiner Zimnik)
Y hablando de espacios vacíos, La grúa es uno de esos libros aparentemente complejos y “sin sentido» que, inevitablemente, cautivan. No sé si deba a su narrativa del sueño, cuyo encadenamiento a primera vista sin lógica nos lleva a los lugares más insospechados (como a la punta de una larga grúa).
- Grandes esperanzas (Charles Dickens)
- La vida de Calabacín (Gilles Paris)
- Un mago de Terramar (Ursula K. Le Guin)
- Mío, mi pequeño Mío (Astrid Lindgren)
No obstante, ¿hay algo más acogedor que un viaje del héroe? Los autores citados en el párrafo anterior se han convertido en mis grandes autores (excepto, quizá, Gilles Paris), probablemente gracias a su manera de reinventar temas sin duda eternos.
- Olvidado Rey Gudú (Ana María Matute)
- El océano al final del camino (Neil Gaiman)
- La cámara sangrienta (Angela Carter)
Sí hay algo más acogedor que el viaje del héroe: los cuentos de hadas. No importa si son clásicos, reescrituras o adaptaciones, su magia continúa viva entre los seres humanos y les apuesto que nunca morirá.
- La parábola del sembrador (Octavia Butler)
- La luz difícil (Tomás González)
- Antes (Carmen Boullosa)
- «La venadita» (José Revueltas)
No suelo leer libros tristes muy a menudo, pero cuando decido leerlos (después de una ardua selección) me doy cuenta de lo verdaderamente esencial de la literatura: conmover al lector, llevarlo a sentir exactamente las emociones que el autor quiere que sienta. No es una hazaña fácil, por supuesto.
- «Decirte pan» (Antonio Calera-Grobet)
Antonio Calera-Grobet estará de acuerdo conmigo en lo difícil que es mover al lector, pues “eso es lo que he querido decirte casi como un hechizo, como decir sol, decir lluvia, decir corrijo: porque yo no quiero decir lluvia sino hacer llover, y con esa lluvia limpiar tu cara, cuando quieras salir de ti misma, de tu casa, a decirme ven conmigo, que tengo ganas de correr” (Calera-Grobet, 2016). Los buenos libros son los que hacen llover.
- «Enoch Soames» (Max Beerbohm)
Actualmente ya no hacen literatura fantástica como la de este cuento. No sólo me marcó por el elemento sorpresa, manejado por el autor con mucho virtuosismo, sino que habla de algo muy preocupante para mí: la trascendencia. ¿Cómo manejaré algo así en mis treintas? Sólo el tiempo lo dirá, pero no se preocupen, escribiré sobre eso.
- Cuando las mujeres fueron pájaros (Terry Tempest Williams)
Resignificar la historia familiar es resignificar el futuro. Esta prosa poética de Williams me ha arrastrado a un nuevo estilo, insospechado para mí hasta hace muy poco, y del cual seguiré echando mano durante la siguiente década.
Ahí los tienen, mis queridos lectores, los 30 libros que me marcaron. Pensándolo bien, en unos meses o años voy a releer todos estos libros para confirmar si acaso me siguen marcando tanto como hoy.
Por otro lado, aunque este blog todavía no tiene muchos seguidores, quería decirles que probablemente no pueda seguir el ritmo llevado hasta ahora (publicar una entrada por mes), pues ¡voy a estudiar una maestría en literatura infantil! Todavía no sé si estaré muy ocupada, pero probablemente a partir de noviembre las entradas se espaciarán un poquito. ¡Ojalá pueda contarles lo que aprenda! Por lo pronto, como dice Matilda, me pregunto qué leer a continuación…
octubre 28, 2023 a las 2:01 am
¡Felices 30! Un ejercicio muy interesante. Esperemos que se agreguen muchos más libros que te marquen.
febrero 12, 2024 a las 3:19 am
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