Una sentida y educada carta a Puffin Books

Lo que sigue es una carta que envié (traducida al inglés, naturalmente) a Puffin Books: customersupport@penguinrandomhouse.co.uk con copia a la Roald Dahl Story Company: contact@roalddahl.com en referencia a la censura que enfrentan las novelas de Roald Dahl. Si tú, como yo, estás preocupado o enojado por este atentado contra la cultura, te sugiero hacer lo mismo.

Hola, Puffin Books

Me llamo Katia Escalante, soy una lectora de México, de un pequeño pueblo al sur del país. Mi camino lector comenzó con los libros de Roald Dahl que me compraba mi familia. No exagero cuando les digo que sus libros me enseñaron a leer y, también, me enseñaron qué era la literatura y qué hacía que un texto fuera bueno.

Más tarde, cuando di talleres de lectura a niños pequeños (hace unos 6 años), comprobé que Roald Dahl seguía fascinando. Su magia no había caducado ni caducará nunca. Fui testigo de cómo los niños se morían de risa (lo digo en sentido figurado, no se asusten) y cómo la lectura de los libros de Dahl los hipnotizaba.

Parte de la magia de Roald Dahl era su sentido del humor y la sátira que hacía a niños y adultos crueles y malvados (por cierto, estoy segura de que tendríamos un bellísimo texto satírico salido de su pluma si estuviera vivo y viera lo que le han hecho a sus libros. Pero claro, como no está vivo, entiendo que fuera más fácil censurarlo, dado que no se puede defender). 

En aquel lejano 2000, cuando su servidora tenía 6 años y leyó Matilda, ¿creen que me asusté al leer este párrafo?:

Your daughter Vanessa, judging by what she’s learnt this term, has no hearing-organs at all.

Ni siquiera levanté las cejas. Al contrario, me sentí comprendida, porque en ese entonces conocía y conozco, aun hoy en día, a muchas Vanessas. Pero en 2022, sus censores (¡perdón! El término correcto es “lectores sensibles”) lo han cambiado por esto: 

Judging by what your daughter Vanessa has learnt this term, this fact alone is more interesting than anything I have taught in the classroom.

¿Sus censores (¡ay, lo dije mal otra vez!, pero creo que entienden mi punto) tenían la instrucción de quitar palabras ofensivas solamente o también se les dio la orden de eliminar toda la gracia del estilo de Roald Dahl? Porque eso es lo que han conseguido con esta destrucción, este atentado a la cultura y la literatura. Pero lo que me parece más alarmante es que sean editores (¡y qué editores tan grandes y prestigiosos! O al menos lo eran, antes de esta infamia) y no conozcan a los niños. 

¿Qué les enseña Roald Dahl a los niños? De acuerdo con sus censores, les enseña a ser machistas, antisemitas y racistas. De acuerdo con los lectores con criterio (que somos muchos, por suerte), Dahl nos habla de justicia y esperanza; nos dice que los bullies son castigados, que la magia existe y que, con sólo un poco de ella, puedes ser más afortunado (“Those who don’t believe in magic will never find it”), que aunque el panorama sea negro, siempre hay alguna esperanza de que todo mejore y, de hecho, termina por mejorar. A fin de cuentas, por eso sigue siendo un clásico. 

Déjenme recordarles una de mis definiciones favoritas de clásico, de acuerdo con Italo Calvino:

Los clásicos son libros que ejercen una influencia particular ya sea cuando se imponen por inolvidables, ya sea cuando se esconden en los pliegues de la memoria mimetizándose con el inconsciente colectivo o individual.

Por eso en la vida adulta debería haber un tiempo dedicado a repetir las lecturas más importantes de la juventud. Si los libros siguen siendo los mismos (aunque también ellos cambian a la luz de una perspectiva histórica que se ha transformado), sin duda nosotros hemos cambiado y el encuentro es un acontecimiento totalmente nuevo.

Sin duda, el contexto actual es totalmente diferente al de Roald Dahl cuando escribió sus novelas. Sin embargo, ¿nos da derecho eso a censurarlo cambiando “palabras ofensivas”? Tengo una mejor idea: ¿por qué no escribir nuevas historias que sean congruentes con el contexto que vivimos hoy en día? ¿Cuál es la necesidad de ajustar el pasado con el criterio y los ojos del presente? ¿A quién beneficia eso? ¿Acaso los niños se convertirán en un dechado de virtudes si leen estos libros “edulcorados”? Deben de creer que sí, pues imagino que si cambiaron los libros será porque pensaron que les haría mal leer el original. Otra prueba de que no saben cómo funciona la literatura.

Digamos que se animan a publicar novedades que respondan a esta agenda diluida que no ofende a nadie. ¿Serán recordados? ¿Alguien los disfrutará como disfruta libros incómodos? En mi experiencia, todo aquel producto cultural, ya sea libro, película o serie que esté más preocupado por cubrir cuotas, por ser agradable para todos y por no ofender a nadie, no es un producto artístico. Nadie tendrá una experiencia estética, porque los panfletos no las provocan. Uno termina, después de leer literatura edulcorada, tremendamente aburrido y, por si fuera poco, regañado. 

Pero veamos ahora el panorama completo. Ustedes son una editorial grande y no dudo que ya tengan planes editoriales para los siguientes años. Así que permítanme preguntar: ¿qué libros le siguen a los de Roald Dahl en la censura? ¿Cuál es el criterio que siguen o seguirán sus censores? He visto que en Matilda han cambiado a Rudyard Kipling por Jane Austen. ¿Qué tiene de malo Kipling? ¿Que es hombre? ¿Que ganó el Nobel y Austen no? ¿Que es el escritor del imperio? ¿Y por qué consideran que a los niños es mejor hablarles de Austen que de Kipling? ¿Creen que se volverán machistas cuando vean que Matilda leía, sobre todo, a hombres? Eso, por lo demás, es una visión muy condescendiente. ¿En verdad creen que hombres o mujeres se vuelven machistas por leer un libro? Una visión muy simplista que perjudica la búsqueda de soluciones reales a problemas reales.

No creo en la cultura de la cancelación. Pero, dada esta situación y sabiendo quiénes son en realidad, ahora me lo pensaré dos veces antes de comprar libros nuevos de ustedes. Lo más valioso que tiene una editorial es su reputación y la suya ya está muerta. (¡Lo siento, lectores sensibles! No quise decir “muerta”. Sólo digamos que su reputación está… durmiendo con los peces).

Su servidora,

Katia

Ilustración de Quentin Blake en «Cuentos en verso para niños perversos».

Las brujas no lloran, tienen que pelear

Creo que fue hasta este otoño que me di cuenta de lo mucho que me gustan las brujas como personajes literarios, tópicos y arquetipos. Para explorar ese gusto, y aprovechando la atmósfera del mes de octubre, en esta entrada escribiré brevemente acerca de cuatro libros sobre brujas.

Brujarella

Brujarella descubre que ha desaparecido uno de sus calcetines a rayas del tendedero. Las ranas del bosque de Terragrís también han ido desapareciendo poco a poco. “Mmmh, esto huele a misterio”, y Brujarella, junto a sus amigos Hugo, Gustavo y Cornelia, están dispuestos a resolverlo.

Esta novela está escrita e ilustrada por Iban Barrenetxea. Antes de leerla, yo ya conocía las ilustraciones de este artista y me parecían bastante remilgadas en el buen sentido, sobre todo por su pulidez, delicadeza y gracia. Por ello, al leer Brujarella me sorprendió lo divertido y desenfadado del tono del texto, el cual me ayudó a ver el punto irónico de las ilustraciones (no por nada Barrenetxea ha ilustrado La cata de Roald Dahl).

Lo que más me gustó de Brujarella es la combinación de elementos clásicos de la tradición brujil, como la escoba voladora, las pociones y el sombrero negro puntiagudo, con el tono fresco, divertido e irónico de la narración. Muy recomendable para leérselo a los niños en voz alta.

Basilisa la Bella

Esta entrada sobre brujas no estaría completa si no incluyera un cuento popular. “Basilisa la Bella” es un relato que pertenece originalmente a la tradición eslava; fue recopilado por Aleksandr Nikolaiévich Afanásiev, quien lo salvó del olvido al que estaba condenado debido a las reformas del zar Pedro I el Grande. Este zar buscaba europeizar a la Rusia de la época y censurar la tradición eslava. (¿Habrá alguna iniciativa para declarar a los compiladores de cuentos populares como benefactores de la humanidad?). Así, Afanásiev realizó su compilación entre 1855 y 1863 y luego fue ricamente ilustrada por Iván Bilibin.

“Basilisa la Bella” es un cuento poderoso. Basilisa es una hermosa joven que vive con su madrastra y sus hermanastras, quienes le ordenan hacer pesados trabajos domésticos para arruinar su belleza. Sin embargo, los trabajos son realizados por una muñeca mágica que la madre de Basilisa le regaló a esta antes de morir. Una noche, la muchacha tiene que ir a casa de la bruja Baba Yaga a pedirle lumbre, ya que en su casa se han apagado las velas.

A pesar de que la casa de Baba Yaga está hecha de huesos y cráneos humanos y de la horrible apariencia de la bruja (quien camina montada en un mazo de almirez y va borrando sus huellas con una escoba), Basilisa pronto se da cuenta de que Baba Yaga es en realidad una benefactora, pues es ella quien la ayuda a librarse del yugo de su madrastra y hermanastras.

Baba Yaga, ilustración de Iván Bilibin

Este cuento popular tiene un significado profundo que, como todo buen cuento popular, está delicadamente escondido detrás de la aparente sencillez de la trama. “Basilisa la Bella” muestra uno de los tópicos más populares en los cuentos de hadas, de acuerdo con Bruno Bettelheim: la dualidad de los seres humanos o de los padres. En este caso, la madre “buena” de Basilisa es la muñeca mágica y la “mala”, Baba Yaga. Ambas le dan herramientas a la muchacha para que supere su penosa situación familiar y tenga un destino más seguro y feliz.

Por otro lado, las ilustraciones de Bilibin, que recuerdan bastante al art nouveau, son sumamente expresivas y no fallan al situar al lector en un ambiente vívido, ya sea un frío bosque ruso o el interior de un palacio. También debo decir que me fascinan sus ilustraciones, en cornisas y marcos, de seres mixtos, como sirenas o mujeres-pájaro. Los seres mixtos, al igual que los cuentos populares, han poblado la imaginación de la humanidad desde hace milenios y nos hablan de un conocimiento igual de ancestral al que los niños entran directamente cuando leen o alguien les lee cuentos de hadas.

La bruja y el espantapájaros

“Scritch, scritch”, se oye en el cielo. El espantapájaros, clavado en el mismo sitio de siempre, levanta la mirada. ¿Eso es una bruja montada en monociclo? ¡Ah! ¡Cómo quisiera el espantapájaros poder volar!, como la bruja y como ese pajarillo que ha comenzado a mordisquear su paja.

La bruja y el espantapájaros, álbum sin palabras del ilustrador y narrador mexicano Gabriel Pacheco, habla de la identidad, los sueños y los cambios que experimentamos sin cesar durante toda la vida. Una bruja no está destinada a andar siempre en escoba voladora y un espantapájaros no tiene por qué pasarse la vida clavado en la misma granja, limitándose a suspirar cada vez que mira el cielo.

Lo que encadena las imágenes de este álbum silente y completa el sentido de la obra es la intención poética, escondida en pequeños detalles, como la mirada curiosa del espantapájaros, el optimismo reflejado en la bruja y las travesuras del pajarillo. Además, la atmósfera misteriosa y enrarecida de cada imagen apaisada de este libro lo vuelve el escenario perfecto para mirar y volver a mirar.

Las brujas

Bien, ahora hablemos de BRUJAS DE VERDAD. De brujas que ocultan su horrible apariencia, su calva, sus garras y sus patas sin dedos bajo la forma de mujeres elegantes, amables con los niños y sofisticadas. Hablemos del clásico contemporáneo Las brujas de Roald Dahl.

En la relectura que hice de Las brujas para escribir esta entrada, me di cuenta (quizá porque inmediatamente antes había leído cuentos de tradición oral sobre brujas) de cómo Roald Dahl combina aspectos de los cuentos de hadas tradicionales con elementos más bien modernos de la literatura para niños.

En este caso, la tradición oral es representada por la abuela del protagonista, quien, arrebujada en su sillón, en una noche fría de Noruega, narra minificciones sobre el terrible destino de los niños que se han encontrado con brujas. Por otro lado, el sabor a modernidad lo aporta el humor y la crueldad, ingredientes tardíos en la literatura infantil.

Siempre lo sospeché: Roald Dahl (igual que los mejores autores de literatura infantil) agrega elementos de cuentos de hadas en sus novelas, y eso, entre muchas otras cosas, explica su éxito. En Las brujas, por ejemplo, lleva al lector a creer que si te topas con una BRUJA DE VERDAD estás perdido, pero no importa, porque siempre hay una solución, hay una manera de enfrentarlas. Como decía Chesterton, los cuentos de hadas nos enseñan que los dragones pueden ser vencidos.

Debo decir que la segunda versión cinematográfica de Las brujas me decepcionó tanto que no existe para mí. Las malas actuaciones y los efectos de animación tan chafas me molestaron, pero no más que el “miedo” de contar una historia auténtica que asustara al público. ¡Estamos hablando de BRUJAS DE VERDAD, por Dios! Sin embargo, aunque entiendo que este tipo de producciones se realizan sólo para obtener ganancias, pues apelan a la nostalgia y a una fórmula ya probada que garantiza éxito, también comprendo que la tradición popular, los mitos y los cuentos de hadas, como la figura mítica de las brujas en este caso, sirve para reinventarse cada vez, según el contexto.

Así, el arquetipo de bruja puede tomarse con sus elementos clásicos (la escoba, la magia, la apariencia aterradora, el vestido negro) y reinventarse agregándole algo nuevo. A la vez, las brujas pueden ser, como hemos visto en este breve recorrido, villanas, benefactoras o justicieras. Al final, las brujas nunca mueren.

Para preguntar en la librería:

Afanásiev, A. N., y Bilibin, I. (2014). Basilisa la Bella y otros cuentos populares rusos. España: Reino de Cordelia.

Barrenetxea, I. (2017). Brujarella. Barcelona: Thule.

Dahl, R. (2015). Las brujas. México: Alfaguara.

Pacheco, G. (2016). La bruja y el espantapájaros. México: Fondo de Cultura Económica.

Conversaciones con Aidan Chambers

Recuerdo a un compañero de la carrera que prefería no leer teoría o crítica sobre autores o libros que no hubiera leído antes, no sé si por miedo a influenciarse por el crítico o a no entender cabalmente el punto de vista de éste.

En ese entonces me pareció que su decisión tenía sentido, pero ahora pienso que si no leemos crítica o teoría literaria, ¿cómo vamos a aprender? ¿Y qué otras oportunidades tendremos de conocer autores u obras de gran calidad artística? Leyendo crítica y teoría he conocido autores y obras maravillosos, incluso clásicos que, desgraciadamente, se traducen muy poco al español. Además, en mi caso, tengo muchas más ganas de aprender a ser mejor lectora que mejor escritora (si bien eso vendrá por añadidura), entonces, tengo que aprender de los mejores, como Aidan Chambers.

Aunque ya lo conocía “de oídas”, no había tenido la oportunidad de leer algo de Aidan Chambers hasta hace poco. Era natural que terminara gustándome: es inglés, escritor de libros para niños, lector ávido, agudo y preciso, estructuralista pero también entusiasta de la teoría de la recepción y de las grandes ventajas que esta presenta para leer y enseñar literatura infantil. De hecho, en sus clases a niños pequeños aplica, en buena medida, la teoría de la recepción combinada con el método socrático. Algo excepcional, a mi modo de ver.

Uno de mis ensayos favoritos de Conversaciones es “El lector en el libro” que, en buena medida, responde a la pregunta “¿cómo sabemos si un libro es para niños?” Esta pregunta no es un cuestionamiento menor, especialmente para mí, que aspiro a ser editora de literatura infantil. Cuando esté en mi oficina, recibiendo manuscritos, ¿qué pistas me ofrecerá el texto para determinar el que los niños lo encuentren divertido, interesante o por lo menos digno de hojear? Ese manuscrito llegará en blanco; es decir, sin marcas que lo identifiquen como literatura para niños de tal a tal edad (una portada, una colección, una tipografía, unos colores, un tamaño). Quizá la única marca “editorial” hasta ese momento sea la subjetividad del autor, quien considera que ha escrito un libro para niños. Sin embargo, Aidan Chambers ha aliviado esa ansiedad mía en “El lector en el libro”, pues allí se apoya en la teoría de la recepción para responder esa pregunta.

Dos cosas me atrajeron de ese ensayo: la profundización en el concepto de lector implícito y la comparación entre narraciones para adultos y narraciones para niños escritas por el mismo autor. El lector implícito es un lector creado por el autor, un lector “ideal”, aquel que tiene la tarea de rellenar los espacios vacíos del texto para interpretarlo adecuadamente. Como dice Chambers, “se necesitan dos para decir una cosa”, autor y lector. No se trata de desenterrar el sentido “oculto” del texto, porque el sentido se encuentra en las palabras, no debajo o detrás de ellas. Pero esto se entiende mejor con los análisis que hace Chambers de la versión para adultos y la versión para niños de “Danny, el campeón del mundo” de Roald Dahl.

Chambers dice que, si bien los narradores de ambas versiones se parecen mucho (de acuerdo con él, un niño de diez años podría entender la versión para adultos), Dahl hizo varios cambios significativos pensando en la edad de sus lectores; por ejemplo, para la versión para niños

Quitó abstracciones tales como los comentarios sobre el desprecio de Hazell por las personas de condición humilde porque él mismo alguna vez lo había sido. Presumiblemente, Dahl sintió que los niños no serían capaces de (o no querrían) captar la complejidad estilística de su primera versión o la motivación detrás del comportamiento de Hazell.

(Chambers, 2008, p. 71).

Lo anterior deja ver los presupuestos del autor sobre sus lectores, ya que el estilo literario se va adecuando. De hecho, según Chambers, deberíamos hablar de libros para adultos o para niños en el sentido del lector implícito, es decir, dependiendo de si el lector modelado o imaginado por el autor es un adulto o un niño. Personalmente, he notado que los autores de libros para niños más exitosos son los que imaginan de forma muy precisa a su lector ideal. Creo que tiene que ver con la empatía del autor hacia los niños o con su capacidad de entenderlos, de convertirse en una voz amiga que es capaz de decir “sé lo que sientes, sé por lo que estás pasando en este momento”. Claro, esto es más especulación sobre la creación literaria que un argumento.

Danny, el campeón del mundo, texto de Roald Dahl, ilustraciones de Quentin Blake

No quisiera que ello se interpretara facilonamente. No estoy diciendo (y Aidan Chambers tampoco) que los autores de libros para adultos, al escribir para niños, se “bajan” al nivel de éstos o usan un vocabulario más “accesible” (es decir, pobre) para el público infantil. Hay libros para niños que son tan profundos y ricos en significado como los libros de literatura general. Simplemente se trata de una adecuación de estilo para conseguir el efecto deseado, es decir, para construir y estimular las expectativas del lector o bien, para jugar con ellas y darles una vuelta de tuerca. O, en otras palabras, para jugar con los sentimientos que el lector va teniendo durante todo su viaje a través del libro.

“El lector en el libro” me gustó bastante, pero “El relato cambiante del niño” me impresionó. Es el tipo de ensayos críticos que me animan a pensar fuera de los límites de mis propios patrones de pensamiento, el tipo de texto que me recuerda que hay visiones mucho más ensanchadas dignas de conocer. Este ensayo comienza preguntando “¿De qué manera, entonces, es cambiante el Relato? Y esos cambios, ¿cómo afectan a los niños?” (Chambers, 2008, p. 100). Luego, Chambers enumera los grandes cambios de la humanidad por medio de palabras clave: relatividad, espacio (es decir, la exploración del universo), género, fisión nuclear y televisión.

El argumento principal es que todos esos cambios han moldeado la realidad y la vida humana y, por consiguiente, la literatura general y la literatura para niños. Y eso, de acuerdo con él, ha sucedido siempre, ya que cuando el pensamiento era lineal, del tipo causa-efecto, los relatos también eran más o menos así.

No voy a enumerar y resumir cada gran cambio de la humanidad de los que menciona Chambers, sólo hablaré de los que más me impresionaron. Uno de ellos es el espacio, en el sentido de espacio exterior, universo. Tiene que ver con el lugar que la Tierra ocupa allí, pues si la miramos o imaginamos desde fuera, pronto nos daremos cuenta de que es un puntito, un grano de arena entre la vasta playa del universo. ¿Cómo afecta esto al relato? Pues resulta que este también se expande cuando sale de los límites del espacio exterior (es decir, el espacio físico que ocupamos) e inunda el espacio interior de los personajes.

Chambers da varios ejemplos de lo anterior, uno de ellos es Donde viven los monstruos de Maurice Sendak. En ese álbum ilustrado,

Existe el final reconocido, que es la conclusión de ese relato en particular, cuando Max despierta después de su encuentro con los monstruos […] El segundo final es el no reconocido. Este proviene de […] las particularidades de la historia misma en su interacción con la visión de la vida y la sociedad en la que vive el autor. Entonces, en Donde viven los monstruos el final no reconocido está dirigido por el supuesto de que a través de una valoración apropiada de […] la historia interior de la vida […] las personas pueden llegar a tener una relación saludable –feliz— con sus vidas interiores individuales y con los otros

(Chambers, 2008, pp. 106-107).

Estoy de acuerdo. Luego de su aventura con los monstruos, que podría considerarse una aventura a la “historia interior de la vida”, Max encuentra una solución o por lo menos una reconciliación con esta, e incluso con su propia vida exterior, con su madre y con los cambios que está experimentando en ese momento. Es lo bueno de los álbumes ilustrados: casi siempre permiten muchas lecturas.

(Disculpen que hable de forma tan general acerca de Donde viven los monstruos, no quiero hacerles spoilers).

Donde viven los monstruos, texto e ilustraciones de Maurice Sendak

El siguiente gran cambio y su relación con el relato que me impresionó es la fisión nuclear. Chambers parte de la idea de que la fisión nuclear sale disparada orbicularmente, es decir, en todas direcciones, a partir de la energía liberada por pequeños átomos. En relación con el relato, estas partículas podrían ser personajes o acontecimientos que, si bien aparentan estar completos, se relacionan unos con otros de mil maneras y “provocan una reacción en cadena en nuestra imaginación” (Chambers, 2008, p. 116). De acuerdo con Chambers, la gran novela nuclear del siglo XX es En busca del tiempo perdido. Quizá otras novelas más o menos parecidas, como las de Virginia Woolf o James Joyce, también son nucleares, porque van explotando partícula tras partícula hasta llegar a lugares insospechados (por ejemplo, en La señora Dalloway, la compra de unas flores va chocando con otras imágenes-átomos hasta llegar a Peter Walsh y sus frases extrañas).

Aunque esto podría ser demasiado complicado para los libros infantiles, “incluso en la historia más sencilla puede haber un poder y energía nuclear” (Chambers, 2008, p. 117); como ejemplo, está The Stone Book de Alan Garner. Dice Chambers que, en ese caso, la energía nuclear se ve impulsada por las imágenes, como en un poema. Además, The Stone Book es parte de un cuarteto, y también se relaciona con este de manera nuclear, independiente e interdependientemente. Es decir, The Stone Book no sólo explota orbicularmente dentro de sí mismo, sino también en relación con los otros tres libros: Tom Fobble’s Day, Granny Reardun y The Aimer Gate.

(En mi librero tengo pendiente Elidor de Alan Garner, un autor del que he oído maravillas. Ya les contaré).

El último ensayo de Conversaciones del que les quiero hablar es “Dime: ¿son críticos los niños?”, que Aidan Chambers escribe con Irene Suter, Barbara Raven, Jan Maxwell, Anna Collins y Steve Bicknell, todos ellos, profesores de literatura de nivel primaria. “Dime…” habla precisamente del método Dime de los autores, el cual consiste en una serie de preguntas bien pensadas y bien estructuradas sobre libros que niños y profesores leen en clase.[1]

Lo que más me ha gustado de ese método es que representa un nuevo acercamiento a las prácticas de promoción de la lectura. Le reprocho a estas que sean demasiado aparatosas, que utilicen faramalla, shows y demás performances en aras de hacer que los niños piensen que leer es divertido, pues lo peligroso de este tipo de prácticas es que a menudo los niños se olvidan del libro que leen y se concentran únicamente en el show que se les presenta después de la lectura. También dan a entender que los libros no son lo suficientemente divertidos e interesantes y por eso se tiene que echar mano de tales “estrategias”. En cambio, el método Dime se enfoca únicamente en la lectura y en la conversación crítica entre profesor y estudiantes.

Es importante aclarar que el método se llama Dime porque de esta manera inician las preguntas. Los autores señalan que, en sus clases, el uso de esta palabra reduce la tensión entre los niños y los hace entrar a un ambiente más relajado e íntimo que propicia la charla.

Las preguntas del método se enfocan en tres momentos: antes, durante y después de la lectura, aunque se aclara que todas se formulan una vez que se ha leído el libro. Algunas son bastante sencillas, por ejemplo:

Dime… ¿La primera vez que viste el libro, todavía antes de leerlo, qué tipo de libro pensaste que iba a ser? ¿Puedes decirme qué te hizo pensar eso?

(Chambers et al., 2008, p. 252).

Sin embargo, hay preguntas aparentemente inocentes que llevan a los niños a pensar y comentar cuestiones muy profundas de fondo y forma, por ejemplo:

¿Qué les dirías a tus amigos sobre este libro? ¿Qué no les dirías porque podrías arruinarles la historia o porque podrían pensar que el libro es diferente a como realmente es?

(Chambers et al., 2008, p. 252).

Con esta pregunta se fomenta que los niños piensen y hablen sobre cuestiones relacionadas con la forma en que el libro dosifica la información y con la manera en que este maneja el suspenso y las expectativas del lector. Otras se adentran, incluso, a cuestiones narrativas tan complejas como la figura del narrador:

Cuando estabas leyendo la historia, ¿sentiste que estaba sucediendo en ese mismo momento?, ¿o sentiste que sucedió en el pasado y la estaban recordando? ¿Puedes señalarme algo del texto que te haya hecho sentir eso? ¿Sentías como si todo te estuviera ocurriendo a ti, como si fueras uno de los personajes?, ¿o sentías que eras un observador, viendo lo que sucedía pero sin tomar parte en la acción? ¿Si eras un observador, desde dónde estabas mirando? ¿Te pareció que mirabas desde diferentes lugares; a veces, tal vez, desde al lado de los personajes, a veces desde arriba como si fueras un helicóptero?, ¿me puedes decir en qué partes del libro te sentiste así?

(Chambers et al., 2008, pp. 254-255).

Del bloque de preguntas anterior quiero insistir especialmente en la siguiente: “¿Puedes señalarme algo del texto que te haya hecho sentir eso?”, ya que es sumamente importante no alejarnos mucho del texto cuando lo interpretamos. De otra forma, estaremos asumiendo que el texto trata sobre asuntos que en realidad ni siquiera sugiere, y es posible que nos perdamos en un mar de interpretaciones a cual más disparatada.

De nuevo, el método Dime puede parecer demasiado sofisticado para los niños pequeños, pero los autores señalan que, al menos en su experiencia, los niños se vuelven sumamente críticos en estas conversaciones, porque a través del intercambio con sus compañeros son capaces de ver cosas que no veían, de llegar a conclusiones a las que no podrían haber llegado solos y de aventurar hipótesis. Pero es necesario señalar que todo ello no es posible sin un buen guía.

En líneas generales, los profesores deben tener un objetivo en la mente cuando guían a sus estudiantes a través del texto con las preguntas de Dime. Además, es muy importante que den tiempo a sus estudiantes de reflexionar y recordar lo vivido durante la lectura, y que la sesión no se convierta en un constante “Adivina qué tiene el profesor en la cabeza”. Aunque yo misma he estado frente a grupo en pocas ocasiones, me atrevo a decir que el método Dime puede dar resultados sorprendentes si se maneja adecuadamente.

(Si entre mis lectores hay maestros, no estaría mal que probaran este método con sus alumnos. Y si ya lo han probado, ¡cuéntenme cómo les ha ido!).

Tristemente, el gran problema de la educación literaria en México es que no es crítica. Muy a menudo se enfoca en cuestiones más prácticas, de ortografía o puntuación o, incluso, de géneros literarios que se suelen meter en cajitas: esto es un cuento, esto es una leyenda y se acabó, como si la literatura fuera algo fijo. Leyendo Conversaciones reafirmé, una vez más, que la única promoción verdaderamente efectiva, crítica y constante de la lectura debe realizarse en la escuela, pero para ello es sumamente necesario contar con profesores a quienes no sólo les apasione leer, sino que sepan llevar de la mano a sus alumnos entre el espeso bosque de la lectura y las emociones y pensamientos que tenemos cuando leemos.

Espero que haya maestros de primaria leyendo mi blog. Yo sé que el sistema educativo mexicano está para llorar y que en las carreras de pedagogía o educación no enseñan cómo leer y mucho menos cómo guiar a los niños cuando leen. Pero creo que podemos hacer un esfuerzo individual, ser curiosos, leer libros como Conversaciones y aplicar lo que aprendamos en nuestras propias prácticas de docencia y de lectura. De hecho, Chambers y colaboradores afirman que han probado el método Dime en ellos mismos; en parte, por eso en clase les funciona tan bien.

Me encanta leer ensayos sobre lectura, escritura, edición de libros y docencia; los encuentro bastante inspiradores para convertirme en la profesional que quiero ser. Así que seguramente seguiré leyendo a Aidan Chambers y escribiendo sobre él en mi blog.

Para preguntar en la librería:

Conversaciones

Aidan Chambers

México, Fondo de Cultura Económica, 2008.


[1] Tengo entendido que Chambers desarrolla más este método en Dime: los niños, la lectura y la conversación, editado por el Fondo de Cultura Económica.

Matilda en verano

Hay algunos libros de literatura infantil que han ayudado a que ésta sea lo que es hoy.

Desde finales del siglo XVIII, los libros para niños se fueron liberando, poco a poco, de ataduras pedagógicas, morales y de otros propósitos ajenos a ella que le impedían florecer como verdadera literatura, es decir, como una obra de arte. Matilda es uno de esos libros, y lo es por varias razones, pero una de las más poderosas es que en Matilda se les da un lugar y una voz propia a los niños, y no se les trata como seres inferiores a los adultos cuyo razonamiento es pobre.

Pero antes de hablar de eso, me gustaría hablar brevemente sobre algunos otros libros en donde también se valora la infancia sin edulcorarla. Ya desde el siglo XIX y principios del XX hay novelas con una visión particular y novedosa de la infancia, por ejemplo, Cinco chicos y eso (1902) de Edith Nesbit y Peter y Wendy (1911)de J. M. Barrie. Estas novelas son, además, dos fuertes influencias en la obra de Dahl. (¡Prometo una entrada larga sobre cada una!).

Al principio de Cinco chicos y eso, el narrador dice: “A los adultos les parece muy difícil creer en cosas extraordinarias, a menos que tengan lo que ellos llaman “pruebas”. Pero los niños creerán casi cualquier cosa, y los adultos lo saben […] Así que ustedes encontrarán muy fácil de creer que antes de que Anthea, Cyril y los otros hubieran estado una semana en el campo, encontraron un hada” (Nesbit, 2008, p. 5. La traducción es mía).

Ilustración de la edición de 1902 de «Cinco chicos y eso» por H. R. Miller

Mientras tanto, en Peter y Wendy (2011) el narrador señala: “Claro está que los países de Nunca Jamás varían mucho entre sí. El de John, por ejemplo, tenía una laguna con flamencos que volaban sobre ella, y John pasaba el tiempo disparándoles, mientras que Michael, que era muy pequeño, tenía un flamenco con lagunas volando sobre él […] Pero en general, los países de Nunca Jamás poseían un aire familiar, y puestos en fila se podría decir de ellos que tenían la misma nariz y ese tipo de cosas. En esas mágicas orillas los niños varan siempre sus coracles para ir a jugar. Todos hemos estado ahí, y todavía podemos escuchar el romper de sus olas, aunque ya nunca volveremos a pisar su tierra” (p. 86).

Para el narrador de Cinco chicos y eso es completamente natural que los niños crean “casi cualquier cosa” y por eso, es de lo más normal que los cinco chicos encuentren un hada en el campo. La visión de la infancia de Peter y Wendy es más nostálgica, pues esa etapa de la vida es el país de Nunca Jamás al que, como adultos, ya no se nos permite regresar. Estas dos visiones de la infancia pertenecen a autores que están en contacto con los niños que alguna vez fueron. Lo mismo pasa con Matilda,donde la mirada irónica del autor admite que hay niños insoportables con padres cegados por el amor y niños brillantes (como Matilda) con padres que merecen ser castigados de vez en cuando por su mal comportamiento y su falta de empatía con sus hijos.

Y es que las dos citas anteriores son muy parecidas al inicio de Matilda, cuando el narrador da su punto de vista acerca de los padres y los hijos. Más adelante, empezamos a conocer a Matilda, una niña excepcionalmente brillante cuyos padres son poco menos que ignorantes y crueles, unas personas que no imaginan el mundo interior de su hija. A pesar de eso, Matilda no abandona sus propias creencias, convicciones y aficiones, y continúa leyendo muchos libros para afinar sus poderes de telequinesis. Esto, tal como menciona la especialista en LIJ Boel Westin, “contiene un virulento ajuste de cuentas con la familia como institución, así como un retrato ya casi clásico del niño solo que se crea su propia estrategia de supervivencia y su concepción de la vida” (citado en Garralón, 2017, p. 116).

Aunque Westin afirma esto refiriéndose a la serie de libros Elvis Karlsson, también es aplicable a Matilda, ya que la protagonista se rebela, rechaza a su familia y se crea una forma de pensar y de ser propias, pero no sólo respecto a su familia, sino también frente a la escuela como institución, representada en el personaje de Tronchatoro.La creación y la defensa del mundo interior de Matilda ante la ignorancia de los adultos que la rodean es uno de los grandes aportes de la novela, porque simboliza la emancipación de la LIJ de sus ataduras moralistas y pedagógicas, y también de una visión que tiende a minimizar a los niños.

Otro aspecto que me encanta de Matilda es el humor. El humor, por cierto, es un ingrediente que tardó mucho en aparecer en la literatura para niños, naturalmente, debido a la visión paternalista y solemne que la aquejaba. Como recordarán, en la entrada anterior cité a Ana Garralón, quien dice que a partir de la publicación de Pedro Melenas en 1844, la literatura infantil comenzó a explorar los terrenos del humor sarcástico y del niño anárquico que hacía todo lo que quería. De hecho, la novedad de este libro radica en jugar con las prescripciones morales dirigidas a los niños que eran muy populares en aquella época.

«Matilda at thirty», ilustración por Quentin Blake

A primera vista, parece que Pedro Melenas es un libro muy alejado de la obra de Roald Dahl, sobre todo por la época en que fue publicado, pero en realidad, el humor negro, el sarcasmo y la aparente crueldad las hacen obras muy parecidas, así como algunos otros libros de Dickens o Chesterton, admirados por Roald Dahl. De hecho, en Matilda podemos encontrar pasajes de un humor bastante irónico, como el final del capítulo “El fantasma”, cuando Fred le pregunta a Matilda si su loro se había portado bien y Matilda responde: “Lo hemos pasado estupendamente con él […] A mis padres les ha encantado” (Dahl, 1997, p. 50) después de hacerles creer a sus padres que el loro era un fantasma y asustarlos. En efecto, otro rasgo irónico de la novela es que Matilda se burla de la ignorancia de sus padres, por eso puede hacerles bromas sin que ellos sospechen. Eso, por otra parte, también muestra la división entre el mundo infantil y el mundo adulto, ya que los adultos, aunque sean personas mayores, también pueden ser tontos.

Care Santos, una escritora española de literatura para niños (autora de Mentira, una novela que reseñé aquí y que, por cierto, ha sido lo más leído del blog), dijo, a propósito del aniversario número 30 de la publicación de Matilda: “Dahl nos recordó, libro tras libro -y en ‘Matilda’ muy especialmente-, que los mayores somos mucho más decepcionantes, malvados y aburridos que los niños” (2018, párr. 1). Esto lo he comprobado sobre todo al observar guías de lectura y ejercicios “para hacer con tus hijos” a partir de la lectura de Matilda (y de otros libros) que siguen insistiendo en que la lectura debe servir “para algo” en lugar de, simplemente, leer porque sí, porque es divertido y placentero.

“Leer sin ataduras” podría ser un buen lema para leer en vacaciones (justamente como yo tengo planeado hacerlo en este mes), leer “sin pensar”, aunque eso no sea posible. Leer como dejándose llevar por la corriente del río, simplemente para saber cómo continúa la historia. Liberarnos de ataduras teóricas o críticas, así como la literatura infantil se liberó de pedagogías. Creo que ese es mi propósito estas vacaciones: recuperar la libertad al leer. He notado que cuando leo así, descubro muchas cosas que quizá quedan opacadas por la teoría. Espero hablar más a fondo de esto, cuando regrese de mis vacaciones, aprovechando que estoy leyendo algo de Aidan Chambers (todavía no me perdono no haberlo leído antes).

Aun si ustedes no tienen vacaciones, les deseo un buen verano y muchas lecturas libres. ¡Hasta entonces!

Para preguntar en la librería (y también para el lector curioso):

Barrie, J. M. (2011). Peter Pan. Madrid: Cátedra.

Dahl, R. (1997). Matilda. México: Alfaguara.

Garralón, A. (2017). Historia portátil de la literatura infantil. México: Ediciones Panamericana-Secretaría de Cultura.

Nesbit, E. (2008). Five Children & It. Reino Unido: Penguin Random House.

Santos, C. (2018). «Matilda» cumple 30 años». El periódico de Aragón. Disponible en: https://www.elperiodicodearagon.com/opinion/2018/09/13/matilda-cumple-30-anos-46740912.html

All I want for Christmas is books

El Carrito Rojo navideño corre presuroso llevando consigo algunas ideas de regalos para el lector curioso. ¡Ay, ay, ay, qué alegre va!

Un box set de libros. Los box sets de libros son cajas que recopilan obras destacadas de cierto autor, género o época. También puedes encontrar todos los libros de una serie o saga reunidos en una misma caja. Creo que es un excelente regalo si conoces el autor o género favorito de la persona a quien le vas a obsequiar algo. En esta lista hay algunas de mis opciones favoritas:

La saga completa de Harry Potter en inglés (puedes encontrarla en Gandhi aquí). Quizá a estas alturas todos hemos leído ya Harry Potter, pero leerlo en su idioma original puede ser una experiencia muy grata para los potterheads.

Estas preciosas ediciones de Winnie Pooh también en inglés, con ilustraciones de Ernest H. Shepard. Disponibles en El Péndulo, una de mis librerías favoritas.

Considera este box set de Neil Gaiman para un fanático de este increíble autor. ¡Incluye Coraline!

¿Qué tal si sorprendes a un lector con un flipbook? Hablamos de ellos en esta entrada. La colección que yo tengo de Penguin, que incluye Heidi, Anne of Green Gables y A Little Princess está en este link de Amazon.

Y para los que compartan mi obsesión, fanatismo y devoción por Roald Dahl, he aquí un box set con ¡QUINCE! obras del autor en inglés.

Un Kindle. El mundo está dividido entre los que defienden la lectura en papel (yo me incluyo en ese bando) y los que prefieren los e-books. Aun así, reconozco que la lectura en formato digital tiene muchas ventajas, sobre todo en un sentido práctico: llevas muchos libros en un solo dispositivo y tienes acceso casi inmediato a libros de todos los géneros. Entonces, si se quieren poner espléndidos, podrían regalar el Kindle Oasis con luz cálida ajustable que es resistente al agua y se puede leer dentro de la tina o alberca junto con una copa de vino y además, tiene luz cálida ajustable. Sigan este link. Una opción más económica es el E-reader Kindle. Y ya si van a hacer el gasto, también hay fundas para Kindle muy bonitas, como esta de El Principito o la de la Noche estrellada de Van Gogh.

El león de la Biblioteca Pública de Nueva York (no sé si es Patience o Fortitude) nos desea una feliz Navidad.

Un set de escritura. Si el lector que recibirá tu regalo también es escritor, seguro le encantará alguna de las ya clásicas libretas Moleskine. Hay muchísimos modelos; por ejemplo, la Moleskine Dropbox Smart Notebook, para escritores o artistas a quienes les gusta trabajar a mano pero no desprecian la tecnología y el almacenamiento en la nube. Aunque si prefieres las Moleskine clásicas, hay algunos diseños muy interesantes, como esta de Peter Pan.

Además de la Moleskine, puedes completar el set de escritura con plumas, lápices, señaladores, juegos de sellos, washi tapes con diseños lindos, tazas, juguetes o muñecos de personajes de libros. Para esto, El Péndulo tiene una tienda muy bonita de artículos de papelería.

Un póster de la obra de algún ilustrador. En el blog no hemos hablado tanto de ilustradores o de libros ilustrados, pero definitivamente es algo que me fascina cada vez más. De hecho, tengo el propósito de conseguir alguna ilustración bonita, enmarcarla y colgarla en mi estudio o en el pasillo de mi departamento. Luego se me ocurrió que ese podría ser un gran regalo: un póster del mapa de la Tierra Media o de Terramar para un lector de Tolkien o de Ursula K. Le Guin (o de los dos, ¿por qué no?).

Una suscripción a un sitio como Bookmate. La publicidad dice que Bookmate es «el Netflix de los libros». La suscripción por un año cuesta $790 MXN y con ella tienes acceso a libros, cómics y audiolibros (la verdad, no sé qué tan cómodo sea leer un cómic en línea, pero esa es otra historia y deberá ser contada en otra ocasión). Entre la LIJ que hay en Bookmate está Las aventuras del mono Pipí de Carlo Collodi, Peter Pan y Wendy de J.M. Barrie, Se vende mamá de Care Santos o El dragón blanco y otros personajes olvidados de Alfonso Córdova e ilustraciones de Riki Blanco (¡este último me encanta!).

¡Felices fiestas! Ya pasó este año tan difícil y tan raro para todos, pero a pesar de todo, yo seguí escribiendo y hasta hice un podcast (ya saben que el mundo no se acaba hasta que se acaba). Espero que el siguiente año traiga más libros, más literatura infantil y más oportunidades de compartir lo que escribo con mis lectores, porque (como les he dicho antes) esa es mi verdadera motivación.

Un viaje fantastibuloso al corazón de Roald Dahl

El 23 de mayo de 2017, aprovechando un breve viaje a Inglaterra, visité el Roald Dahl Museum and Story Centre. El autor, el viaje, el país y su literatura tienen un lugar muy especial en mi corazón, y para no olvidar esta visita, escribí una crónica.

This is the London railway service. This train heads to Aylesbury. The next station is Great Missenden.

La estación de trenes es como de cuento: una línea de tren bordeada de pasto y montañas. En el pasillo de la estación, pilares azules rematados por un delicado encaje blanco de hierro sostienen el estrecho tejado. Algunas macetas con flores cuelgan de esos pilares y enmarcan un letrero: Great Missenden.

Preparo mi boleto (aquí ya no es válida la Oyster Card) para salir de la estación, pues pienso que, como en Londres, también aquí es preciso pagar para salir de las estaciones de metro o cambiar de línea, pero descubro que no hace falta el boleto: uno puede salir libremente, ir y venir a su aire.

Estación de trenes de Great Missenden

Ahora creo que tendré que preguntar cómo llegar a mi destino, aunque noto que no es necesario, porque tan pronto salgo de la estación, veo los señalamientos que llevan al Roald Dahl Museum and Story Centre. High Street número 81 no está lejos.

Reservé mi golden ticket para las 2:30 pm, y no se puede llegar antes de la hora de reservación; aún es mediodía, así que aprovecho para dar un paseo por el pueblo. A medida que exploro, se vuelve más claro por qué Roald Dahl decidió mudarse aquí para escribir (si bien pasó mucho tiempo de su vida viajando entre Nueva York y esta pequeña ciudad). Great Missenden, aunque está a cuarenta minutos de Londres, se encuentra a años luz del ajetreo, el ruido, la gente y el movimiento que hace bullir la capital inglesa. Por supuesto, tiene muchos puntos en común con Londres, como los colores: café, beige, blanco o rojo oscuro para las casas y verde para el paisaje.

Quizá son los colores, la simetría del lugar y la tranquilidad de Great Missenden lo que me hace imaginar la vida aquí. Seguramente, pienso, mientras me como un sándwich en un parque de juegos infantiles, la vida en este lugar incluye té, biscuits rellenos de higo, mantas, una chimenea y una buena biblioteca. Resumo la experiencia de Great Missenden mientras veo el mar verde que se extiende frente a mí, con sus casas cafés, de techos bajos y ventanas blancas mirándome desde la otra orilla. Tal vez aquí se encuentra el invierno eterno que busco sin descanso para sólo leer y escribir. Este estilo de vida incluye todo lo de la siguiente lista:

1) galletas rellenas de mermelada de higo, cuyo sabor ácido y textura pastosa es “muy inglés”, según Emma, mi anfitriona en Londres;

2) una manta de tartán, irritante para la piel pero calientita;

3) un sillón de orejas al lado de una ventana de marco blanco;

4) rosas;

5) una biblioteca pública y comunitaria que reúne a todo el pueblo, como la Great Missenden Community Library. Pude encontrar recomendaciones de los libros que están allí hechas por los propios lectores;

6) Matilda’s, el café que está cerca de la estación.

El mar verde con sus casas en la orilla opuesta

A las 2:30 pm llego al museo. Me encontré con una casa, como cualquier otra de Great Missenden, pintada de color azul pastel a cuyo costado se lee “The Roald Dahl Museum and Story Centre”. La fachada muestra al Gran Gigante Bonachón de perfil, mirando una de las ventanas, como si esperara el momento adecuado para soplar un sueño. Hay otros anuncios pintados que ya anticipan la experiencia, como “It is truly swizzfigglingly” y “Flushbunkingly gloriumptious”. No hace falta buscarle un significado a las palabras inventadas por Dahl para saber que el recorrido será, precisamente, gloriumptious.

Fachada del museo

La señorita de la recepción (en donde también hay una tienda) me entrega algunos folletos: uno es la guía del museo y otro es el recorrido por algunos lugares de Great Missenden emblemáticos en la obra de Dahl, “como la oficina de correos o la iglesia de St. Paul y St. Peter, cerca del cementerio donde está enterrado”, dice la recepcionista. Vaya, no sabía eso. De hecho, nunca me había preguntado dónde estaría enterrado Roald Dahl, quizá porque me parece improbable que esté muerto.

Varios meses después, cuando leí la biografía no autorizada que escribió Donald Sturrock del autor de Matilda, me enteraría de que Dahl escribió algunas frases para hacer grabar en la tumba de su hija Olivia y de otros familiares muertos, pero su tumba (como comprobaría yo al final de mi viaje) no tiene ninguna inscripción más que su nombre y las fechas de nacimiento y muerte.

El museo tiene tres salas. La primera que vi, la Boy Gallery, está dedicada a la infancia de Roald Dahl. Se pueden ver cartas que él enviaba a su madre cuando estaba en Repton y que firmaba Boy, claro. Él era el único boy, el preferido. Pero quizá lo más interesante de la sala sean las puertas en forma de barras de chocolate Wonka. Y hablando de puertas, la que me recibió fue una réplica de la puerta de la fábrica que se usó en la adaptación de Charlie y la fábrica de chocolate realizada por Tim Burton. Además, hay material audiovisual, fotografías de los álbumes familiares de Dahl y “el ratón en el tarro”, que remite a una anécdota infantil, contada en Boy, sobre la vez que el autor colocó un ratón muerto dentro de un tarro de la dulcería de la avariciosa señora Pratchett. Cuando salgo de la Boy Gallery pienso que, aquí, la infancia de Roald Dahl está congelada; es su propio país de Nunca Jamás.

Boy Gallery. «Love from Boy»

La segunda sala, Solo Gallery, es mi favorita, porque es la de la racha de suerte, la del gran cambiazo, la del golpe en la cabeza. Aquí hay objetos que pertenecieron a Dahl cuando fue piloto en la Segunda Guerra Mundial, como su gorro, sus binoculares y su cuaderno de aviación, abierto en la página que registra el accidente que lo hizo escritor (ficcionalizado en el cuento “Pan comido”). También pude oír una grabación de una de las hijas del autor (no estoy segura si era Tessa u Ophelia), para quien es duro pensar que su padre mataba alemanes montados en Hurricanes. Sin embargo, dice, si no hubiera sido piloto de guerra, quizá Dahl no habría escrito ni una palabra. Aunque sé que varios factores son decisivos para hacer de alguien un escritor, probablemente sin los paisajes de África, sin la sensación de volar, sin las maravillosas fotografías tomadas por Dahl desde el aire y, sobre todo, sin mistress O’Connor, la maestra de escuela que un buen día se sentó con los niños (entre los que se encontraba el futuro autor de James y el melocotón gigante) a leer clásicos ingleses, entonces sí, Dahl no hubiera tenido la racha de suerte de volverse escritor.

El cuaderno de aviación en la Solo Gallery

Pero lo más fascinante de esta sala no son las pertenencias de guerra de Roald Dahl, sino su cabaña de escritor. Todos los elementos de la cabaña, desde el suelo hasta las cortinas, son auténticos y están colocados tal como Dahl los dejó la última vez que estuvo allí. En esa cabaña, donde se puede ver su sillón, mejorado por el mismo escritor para que no le doliera la espalda, lastimada por el accidente de guerra, el autor de Matilda se inventó el mundo. Cuando contemplé la réplica de la cabaña, protegida por un vidrio, traté de beber con los ojos cada objeto colocado ahí por la fantasmal mano de Dahl: los dibujos de su hija Lucy, sus lentes, lápices bien afilados y blocs amarillos de notas en los que siempre escribía, un teléfono, una manta para ponerse en las piernas siempre que se sentaba a escribir, una lámpara que servía para comunicarse con su casa (en ésta había un interruptor que encendía aquella lámpara; el día en que Olivia enfermó, la lámpara titiló rabiosamente) y el hueso de la cadera que le removieron en una cirugía y que, en la cabaña, servía de pisapapeles. Pienso que todas esas cosas son tan vivaces y energéticas como su obra (la infantil y la dirigida a los adultos) y también igual de sorprendentes, pero, justamente por eso, los objetos y la obra son fascinantes.

La cabaña

Tiempo después, cuando dejé el museo (y probablemente, cuando me fui de Inglaterra), pensé que esos objetos no eran talismanes que invocaban el poder de las musas, sino cosas que decían, por sí mismas y con su propio lenguaje, lo que Roald Dahl pensaba, lo mismo que expresaría después, en papel. Y es que, pienso, el mundo de afuera (Great Missenden, en este caso) es el tema y el mundo de adentro, el estilo. La búsqueda del estilo es la búsqueda de uno mismo y, por eso, no es extraño que para encontrarlo se necesite un cuarto propio y cuarenta mil libras al año, como bien reflexiona Virginia Woolf.

La última sala se llama The Story Centre and Crafts Room, y es la más interactiva de todo el museo, si bien en cada sala hay espacios para jugar. Creo que lo más memorable de esta sala son los muñecos del señor y la señora Zorro que Wes Anderson usó en la película de Fantastic Mr. Fox. Ya se sabe el nivel de detalle con el que trabaja Anderson en todas sus películas. En este caso, se pueden ver, por ejemplo, los materiales de costura que la señora Zorro tiene en el bolsillo delantero de su vestido. El sillón en donde está sentado el señor Zorro se parece mucho al de la cabaña de Dahl y, de hecho, la ficha informativa dice que el director de la película se inspiró en ese mueble para crear el mini sillón que aparece en Fantastic Mr. Fox y en donde el Zorro se sienta. En la ficha informativa también se señala que Anderson creó el mundo del Zorro y sus amigos con la ayuda de Felicity (Liccy), la segunda esposa de Roald Dahl, a quien pertenecen los derechos de toda la obra de éste.

Los muñecos originales de la película Fantastic Mr. Fox
Trucos para crear personajes

Inspirada en el proceso creativo de Roald Dahl, esta sala muestra algunas curiosidades de la libreta de ideas del escritor. Por ejemplo, hay algunos recortes de caras, miradas y sonrisas que Dahl guardaba para ayudarse después a describir personajes (claro, a veces uno tiene que ver el mundo que está a punto de crear). Con esas técnicas, se alienta al visitante a crear sus propias descripciones o bien, sus propias rimas en el Rhyming Tree. Pero uno también se puede disfrazar de algún personaje del entrañable autor o crear un personaje propio.

Aunque el museo es bastante pequeño, una visita dura, en promedio, noventa minutos. Supongo que ese cálculo incluye el tiempo que uno pasa jugando, ya sea inventando rimas, contestando un quiz sobre la obra de Roald Dahl o disfrazándose de personajes. Entonces, cuando decido que ya he visto suficiente y que ya he grabado en mi memoria todo el museo, hasta el más mínimo detalle, salgo y voy en busca del cementerio. Éste, aunque no está muy lejos del museo, sí requiere pasar por caminos rodeados de pasto y vegetación. Camino con calma, por miedo a que un animal salte de repente de entre las hojas.

Tumba de Roald Dahl

Ya la encontré. La tumba está debajo de un gran árbol, cerca de una banquita de madera. Solamente hay que seguir las huellas del Gran Gigante Bonachón, como había dicho la recepcionista, para verla. Es verdad que me decepciona un poco que no tenga alguna frase grabada, pero eso no nubla mi emoción de saber que ¡estoy frente a la tumba de Roald Dahl, un autor tan antiguo en mi vida que no recuerdo cuándo ni cómo empecé a leerlo! La verdad es que ni siquiera había soñado con visitar el Roald Dahl Museum and Story Centre, mucho menos lo había pensado cuando era una niña y sentía un placer morboso cuando Matilda se vengaba de sus padres, o cuando, en la primaria, yo calificaba a alguna maestra malvada de “Tronchatoro”, o cuando creí que el método para ver con los ojos cerrados descrito en “La maravillosa historia de Henry Sugar” era cierto y funcionaba, o cuando, más adelante en mi vida, pude compartir con niños de primaria la emoción y la diversión que supone leer Los Cretinos. Y sin embargo, ahí estaba, en Inglaterra, en Great Missenden, parada en un cementerio, contemplando la tumba de Roald Dahl. Mientras pensaba cuán extraño era que los huesos del autor más importante de literatura infantil del siglo XX estuvieran bajo mis pies, otro pensamiento anidaba en mi mente y comenzaba a golpear con sus puños, exigiendo salir a la superficie. Ese pensamiento decía those who don’t believe in magic will never find it.  

Todas las fotografías de esta entrada fueron tomadas por mí.

Encuentra aquí un artículo que escribí sobre Roald Dahl, publicado en La Palabra y el Hombre