Una sentida y educada carta a Puffin Books

Lo que sigue es una carta que envié (traducida al inglés, naturalmente) a Puffin Books: customersupport@penguinrandomhouse.co.uk con copia a la Roald Dahl Story Company: contact@roalddahl.com en referencia a la censura que enfrentan las novelas de Roald Dahl. Si tú, como yo, estás preocupado o enojado por este atentado contra la cultura, te sugiero hacer lo mismo.

Hola, Puffin Books

Me llamo Katia Escalante, soy una lectora de México, de un pequeño pueblo al sur del país. Mi camino lector comenzó con los libros de Roald Dahl que me compraba mi familia. No exagero cuando les digo que sus libros me enseñaron a leer y, también, me enseñaron qué era la literatura y qué hacía que un texto fuera bueno.

Más tarde, cuando di talleres de lectura a niños pequeños (hace unos 6 años), comprobé que Roald Dahl seguía fascinando. Su magia no había caducado ni caducará nunca. Fui testigo de cómo los niños se morían de risa (lo digo en sentido figurado, no se asusten) y cómo la lectura de los libros de Dahl los hipnotizaba.

Parte de la magia de Roald Dahl era su sentido del humor y la sátira que hacía a niños y adultos crueles y malvados (por cierto, estoy segura de que tendríamos un bellísimo texto satírico salido de su pluma si estuviera vivo y viera lo que le han hecho a sus libros. Pero claro, como no está vivo, entiendo que fuera más fácil censurarlo, dado que no se puede defender). 

En aquel lejano 2000, cuando su servidora tenía 6 años y leyó Matilda, ¿creen que me asusté al leer este párrafo?:

Your daughter Vanessa, judging by what she’s learnt this term, has no hearing-organs at all.

Ni siquiera levanté las cejas. Al contrario, me sentí comprendida, porque en ese entonces conocía y conozco, aun hoy en día, a muchas Vanessas. Pero en 2022, sus censores (¡perdón! El término correcto es “lectores sensibles”) lo han cambiado por esto: 

Judging by what your daughter Vanessa has learnt this term, this fact alone is more interesting than anything I have taught in the classroom.

¿Sus censores (¡ay, lo dije mal otra vez!, pero creo que entienden mi punto) tenían la instrucción de quitar palabras ofensivas solamente o también se les dio la orden de eliminar toda la gracia del estilo de Roald Dahl? Porque eso es lo que han conseguido con esta destrucción, este atentado a la cultura y la literatura. Pero lo que me parece más alarmante es que sean editores (¡y qué editores tan grandes y prestigiosos! O al menos lo eran, antes de esta infamia) y no conozcan a los niños. 

¿Qué les enseña Roald Dahl a los niños? De acuerdo con sus censores, les enseña a ser machistas, antisemitas y racistas. De acuerdo con los lectores con criterio (que somos muchos, por suerte), Dahl nos habla de justicia y esperanza; nos dice que los bullies son castigados, que la magia existe y que, con sólo un poco de ella, puedes ser más afortunado (“Those who don’t believe in magic will never find it”), que aunque el panorama sea negro, siempre hay alguna esperanza de que todo mejore y, de hecho, termina por mejorar. A fin de cuentas, por eso sigue siendo un clásico. 

Déjenme recordarles una de mis definiciones favoritas de clásico, de acuerdo con Italo Calvino:

Los clásicos son libros que ejercen una influencia particular ya sea cuando se imponen por inolvidables, ya sea cuando se esconden en los pliegues de la memoria mimetizándose con el inconsciente colectivo o individual.

Por eso en la vida adulta debería haber un tiempo dedicado a repetir las lecturas más importantes de la juventud. Si los libros siguen siendo los mismos (aunque también ellos cambian a la luz de una perspectiva histórica que se ha transformado), sin duda nosotros hemos cambiado y el encuentro es un acontecimiento totalmente nuevo.

Sin duda, el contexto actual es totalmente diferente al de Roald Dahl cuando escribió sus novelas. Sin embargo, ¿nos da derecho eso a censurarlo cambiando “palabras ofensivas”? Tengo una mejor idea: ¿por qué no escribir nuevas historias que sean congruentes con el contexto que vivimos hoy en día? ¿Cuál es la necesidad de ajustar el pasado con el criterio y los ojos del presente? ¿A quién beneficia eso? ¿Acaso los niños se convertirán en un dechado de virtudes si leen estos libros “edulcorados”? Deben de creer que sí, pues imagino que si cambiaron los libros será porque pensaron que les haría mal leer el original. Otra prueba de que no saben cómo funciona la literatura.

Digamos que se animan a publicar novedades que respondan a esta agenda diluida que no ofende a nadie. ¿Serán recordados? ¿Alguien los disfrutará como disfruta libros incómodos? En mi experiencia, todo aquel producto cultural, ya sea libro, película o serie que esté más preocupado por cubrir cuotas, por ser agradable para todos y por no ofender a nadie, no es un producto artístico. Nadie tendrá una experiencia estética, porque los panfletos no las provocan. Uno termina, después de leer literatura edulcorada, tremendamente aburrido y, por si fuera poco, regañado. 

Pero veamos ahora el panorama completo. Ustedes son una editorial grande y no dudo que ya tengan planes editoriales para los siguientes años. Así que permítanme preguntar: ¿qué libros le siguen a los de Roald Dahl en la censura? ¿Cuál es el criterio que siguen o seguirán sus censores? He visto que en Matilda han cambiado a Rudyard Kipling por Jane Austen. ¿Qué tiene de malo Kipling? ¿Que es hombre? ¿Que ganó el Nobel y Austen no? ¿Que es el escritor del imperio? ¿Y por qué consideran que a los niños es mejor hablarles de Austen que de Kipling? ¿Creen que se volverán machistas cuando vean que Matilda leía, sobre todo, a hombres? Eso, por lo demás, es una visión muy condescendiente. ¿En verdad creen que hombres o mujeres se vuelven machistas por leer un libro? Una visión muy simplista que perjudica la búsqueda de soluciones reales a problemas reales.

No creo en la cultura de la cancelación. Pero, dada esta situación y sabiendo quiénes son en realidad, ahora me lo pensaré dos veces antes de comprar libros nuevos de ustedes. Lo más valioso que tiene una editorial es su reputación y la suya ya está muerta. (¡Lo siento, lectores sensibles! No quise decir “muerta”. Sólo digamos que su reputación está… durmiendo con los peces).

Su servidora,

Katia

Ilustración de Quentin Blake en «Cuentos en verso para niños perversos».

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