La E es de Edward, en su mansión de 200 años
Hace muchos años, yo soñaba con casas. Eran casas nuevas, brillantes, luminosas, enormes. Pero todas ellas tenían una habitación extraña que parecía no pertenecer al resto de la construcción, ya sea porque estaba completamente sellada o porque estaba en obra negra con las paredes y el suelo sin repellar o porque tenían mucha basura y desechos humanos. Alguna vez logré entrar a esta habitación, y resultó que me encontré con personas a quienes había dejado de ver. La habitación tenía una ventana, diminuta, a través de la cual se veía un jardín inaccesible.
No suelo confiar en las interpretaciones de sueños. Sin embargo, cuando en aquellos años yo no dejaba de soñar con casas, busqué el significado y, a decir verdad, me decepcionó la obviedad del simbolismo. Supuestamente, el sueño se relaciona con el propio ser, con el cuerpo. Entonces, recordé que Bachelard ya había hablado sobre la configuración del espacio en este sentido (Poética del espacio) y me pareció que, a fin de cuentas, uno también tiene una habitación oscura en su interior, y a veces, nunca se abre.
Recordé todo esto cuando leí (¿u observé?) El ala oeste de Edward Gorey, una serie de ilustraciones sin texto que, muy a su manera, cuentan una historia.
¿Cuántos elementos se necesitan para interpretar una imagen? ¿Cuánta información se necesita para llenar los espacios vacíos entre imagen e imagen y quedarnos con una historia en la mente? En El ala oeste Edward Gorey demuestra que son muy pocos. El título ya remite a algo prohibido, oscuro o clausurado, como las habitaciones de mis sueños. Sin embargo, la imagen de la portada dice mucho más: una mansión antigua, de ventanas severas, abiertas pero oscuras, con un hueco indescifrable en la pared.
Para entrar a este libro, pienso que soy una niña vulnerable, como los pequeños macabros, y que voy caminando por la acera mirando hacia la mansión. En el fondo, sé que hay algo raro allí, especialmente en el ala oeste.
Aun así, decido entrar, con más curiosidad que valentía, en el ala oeste. Lo primero que veo es una alfombra barroca con motivos geométricos difuminados. Frente a mí, una escalera. Subo para encontrarme un pasillo con las puertas de las demás habitaciones, como en cualquier edificio normal. En efecto, veo una puerta. De ella sale una mujer con el pelo recogido y un vestido negro del siglo XIX. ¿Es una viuda? ¿Es una anticuada? ¿Es un fantasma?
No tengo tiempo de averiguarlo, porque ya estoy en otra habitación, en donde sólo hay tres zapatos blancos. Dos forman una pareja, pero el otro está solito. ¿Dónde ha quedado su par? La asimetría y la falta de explicaciones son sumamente molestas. Recorro más habitaciones hasta encontrarme con Mr. Gorey, que viste un abrigo negro de piel y lleva un bastón. Está sentado entre dos puertas y parece meditar con los ojos cerrados. Le pido respuestas y él me dice: “Explicar algo hace que desaparezca. Idealmente, si algo fuera bueno, sería indescriptible” (Bellot, 2018. La traducción es mía). Y después, agrega: “Desdeña las explicaciones” (Bellot, 2018. La traducción es mía).
La E es de Edward, de puntas en las tumbas
Para leer un álbum sin palabras, tienes que contarte una historia en la mente. Hay elementos que ayudan a esto, como el título, el estilo del autor, los textos incidentales que podrían aparecer de repente, los arquetipos, el imaginario colectivo.
La primera vez que hojeé El ala oeste pensé “Este álbum no tiene hilo conductor” y de inmediato me pregunté “¿Cómo lo sabes?” Sin embargo, siempre que pienso muy rápido, los acontecimientos terminan por demostrarme algo distinto. En este caso (y aunque suene a perogrullada), el hilo conductor de El ala oeste es el ala oeste de una antigua mansión.
Volveré a pensar en el libro como una mansión victoriana y a mí como una pequeña macabra. Entro una vez más pero, ahora, ya sin miedo y tratando de ser racional (los fantasmas le temen a la luz, recuérdenlo). Cada página es una habitación diferente: una tiene a una inquietante criatura blanca asomada a la ventana; otra, a una momia; otra, a un hombre tumbado en el suelo boca abajo; otra, a un cubo de heno. Todas las imágenes (todas las habitaciones) están incompletas. La mayoría de ellas retratan escenas a la mitad, pues no se explica el pasado (¿cómo perdió su ropa el hombre desnudo que se asoma al balcón?) ni el futuro (¿qué hará a continuación la criatura de la ventana?). Sólo tenemos el presente, y como buen presente, es inasible, indescifrable si no fuera por el paso del tiempo. Un momento tan pequeño rechaza conexiones lógicas y desdeña las explicaciones.
Esta falta aparente de sentido, sumado al estilo visual de Edward Gorey, es lo que otorga el halo de misterio y de miedo al ala oeste de la mansión. De hecho, el estilo de Edward Gorey está conformado por una textura muy fina y apretada que no permite distinguir muy bien las formas de los objetos; es como ver detrás de un velo. Pensándolo bien, es, asimismo, un efecto muy sensual: ahora lo ves-ahora no lo ves. Está allí y está ausente. Está en el ala oeste y en tu imaginación.
La E es de Edward y la G es de Gorey, parado frente al espejo: Ogdred Weary
Cuando soñaba con casas, tenía otra vida. Cambió la realidad, cambié yo, cambiaron mis sueños. Lo cierto es que, en ese entonces, me sentía como las casas con las que soñaba. Pensaba que había algo oscuro en mi interior, algo cerrado que necesitaba abrir desesperadamente.
Nunca me pregunté ni me molesté en averiguar por qué necesitaba abrir esa puerta en el sótano de mi propia mente y cuerpo. Tampoco sé a ciencia cierta qué significaban esos sueños (o si significan algo, siquiera). Algunas cosas, como la obra de Edward Gorey, pueden ser apreciadas sin que necesiten interpretaciones.
En la entrada anterior, donde comentamos Sofía en el País del Infinito, yo hablaba acerca de cómo sufro con las matemáticas, de cómo parpadeo y de pronto ya hay un número nuevo que salió quién sabe de dónde. Digamos que ese es un tipo de dificultad con el que no me siento cómoda, pero con El ala oeste es diferente.
Ahora que reflexiono más profundamente, me parece que, en el caso de los problemas matemáticos, hay resultados que deben ser encontrados. En álbumes sin palabras como este no hay nada garantizado, nadie tiene la última palabra y quizá, mientras haya lectores de Gorey, siempre se aceptarán nuevas interpretaciones. Cada vez que regresemos a la mansión del ala oeste, encontraremos algo nuevo y, a la vez, algo raro nos estará esperando. ¿Tendremos alguna vez todas las respuestas? Muy probablemente, no. ¿Asusta no comprender algo que leemos? Claro, yo diría que es hasta natural asustarse. ¿Debería esto detener a potenciales lectores? No, nunca. ¿Qué puede animarlos a leer álbumes sin palabras como este? ¡La belleza!
El ala oeste se comporta como mis sueños. Se sienta en mi interior y espera una interpretación tardía. Ahora, en la víspera de Halloween, leo este álbum como una casa embrujada que mira de frente a través de sus ventanas ciegas y me recuerda mis propias casas embrujadas. Tanto la mansión del ala oeste como mis sueños estarán esperándome, siempre abiertos.
Para preguntar en la librería:
El ala oeste
Edward Gorey
Barcelona, Zorro Rojo, 2010
octubre 30, 2022 a las 11:52 am
¡Vaya libro tan interesante! Muchas interpretaciones dependiendo de la persona y el momento que viva, lo cual se me hace fascinante en un libro. Muy buena entrada y esperemos iluminar esas habitaciones para conocernos mejor.
noviembre 3, 2022 a las 4:22 pm
“ uno también tiene una habitación oscura en su interior, y a veces, nunca se abre”, pero a veces sentimos que sí (lo cual también es cierto) y este libro me da la impresión de que nos hace experimentarlo. Lo buscaré!