Creo que fue hasta este otoño que me di cuenta de lo mucho que me gustan las brujas como personajes literarios, tópicos y arquetipos. Para explorar ese gusto, y aprovechando la atmósfera del mes de octubre, en esta entrada escribiré brevemente acerca de cuatro libros sobre brujas.

Brujarella

Brujarella descubre que ha desaparecido uno de sus calcetines a rayas del tendedero. Las ranas del bosque de Terragrís también han ido desapareciendo poco a poco. “Mmmh, esto huele a misterio”, y Brujarella, junto a sus amigos Hugo, Gustavo y Cornelia, están dispuestos a resolverlo.

Esta novela está escrita e ilustrada por Iban Barrenetxea. Antes de leerla, yo ya conocía las ilustraciones de este artista y me parecían bastante remilgadas en el buen sentido, sobre todo por su pulidez, delicadeza y gracia. Por ello, al leer Brujarella me sorprendió lo divertido y desenfadado del tono del texto, el cual me ayudó a ver el punto irónico de las ilustraciones (no por nada Barrenetxea ha ilustrado La cata de Roald Dahl).

Lo que más me gustó de Brujarella es la combinación de elementos clásicos de la tradición brujil, como la escoba voladora, las pociones y el sombrero negro puntiagudo, con el tono fresco, divertido e irónico de la narración. Muy recomendable para leérselo a los niños en voz alta.

Basilisa la Bella

Esta entrada sobre brujas no estaría completa si no incluyera un cuento popular. “Basilisa la Bella” es un relato que pertenece originalmente a la tradición eslava; fue recopilado por Aleksandr Nikolaiévich Afanásiev, quien lo salvó del olvido al que estaba condenado debido a las reformas del zar Pedro I el Grande. Este zar buscaba europeizar a la Rusia de la época y censurar la tradición eslava. (¿Habrá alguna iniciativa para declarar a los compiladores de cuentos populares como benefactores de la humanidad?). Así, Afanásiev realizó su compilación entre 1855 y 1863 y luego fue ricamente ilustrada por Iván Bilibin.

“Basilisa la Bella” es un cuento poderoso. Basilisa es una hermosa joven que vive con su madrastra y sus hermanastras, quienes le ordenan hacer pesados trabajos domésticos para arruinar su belleza. Sin embargo, los trabajos son realizados por una muñeca mágica que la madre de Basilisa le regaló a esta antes de morir. Una noche, la muchacha tiene que ir a casa de la bruja Baba Yaga a pedirle lumbre, ya que en su casa se han apagado las velas.

A pesar de que la casa de Baba Yaga está hecha de huesos y cráneos humanos y de la horrible apariencia de la bruja (quien camina montada en un mazo de almirez y va borrando sus huellas con una escoba), Basilisa pronto se da cuenta de que Baba Yaga es en realidad una benefactora, pues es ella quien la ayuda a librarse del yugo de su madrastra y hermanastras.

Baba Yaga, ilustración de Iván Bilibin

Este cuento popular tiene un significado profundo que, como todo buen cuento popular, está delicadamente escondido detrás de la aparente sencillez de la trama. “Basilisa la Bella” muestra uno de los tópicos más populares en los cuentos de hadas, de acuerdo con Bruno Bettelheim: la dualidad de los seres humanos o de los padres. En este caso, la madre “buena” de Basilisa es la muñeca mágica y la “mala”, Baba Yaga. Ambas le dan herramientas a la muchacha para que supere su penosa situación familiar y tenga un destino más seguro y feliz.

Por otro lado, las ilustraciones de Bilibin, que recuerdan bastante al art nouveau, son sumamente expresivas y no fallan al situar al lector en un ambiente vívido, ya sea un frío bosque ruso o el interior de un palacio. También debo decir que me fascinan sus ilustraciones, en cornisas y marcos, de seres mixtos, como sirenas o mujeres-pájaro. Los seres mixtos, al igual que los cuentos populares, han poblado la imaginación de la humanidad desde hace milenios y nos hablan de un conocimiento igual de ancestral al que los niños entran directamente cuando leen o alguien les lee cuentos de hadas.

La bruja y el espantapájaros

“Scritch, scritch”, se oye en el cielo. El espantapájaros, clavado en el mismo sitio de siempre, levanta la mirada. ¿Eso es una bruja montada en monociclo? ¡Ah! ¡Cómo quisiera el espantapájaros poder volar!, como la bruja y como ese pajarillo que ha comenzado a mordisquear su paja.

La bruja y el espantapájaros, álbum sin palabras del ilustrador y narrador mexicano Gabriel Pacheco, habla de la identidad, los sueños y los cambios que experimentamos sin cesar durante toda la vida. Una bruja no está destinada a andar siempre en escoba voladora y un espantapájaros no tiene por qué pasarse la vida clavado en la misma granja, limitándose a suspirar cada vez que mira el cielo.

Lo que encadena las imágenes de este álbum silente y completa el sentido de la obra es la intención poética, escondida en pequeños detalles, como la mirada curiosa del espantapájaros, el optimismo reflejado en la bruja y las travesuras del pajarillo. Además, la atmósfera misteriosa y enrarecida de cada imagen apaisada de este libro lo vuelve el escenario perfecto para mirar y volver a mirar.

Las brujas

Bien, ahora hablemos de BRUJAS DE VERDAD. De brujas que ocultan su horrible apariencia, su calva, sus garras y sus patas sin dedos bajo la forma de mujeres elegantes, amables con los niños y sofisticadas. Hablemos del clásico contemporáneo Las brujas de Roald Dahl.

En la relectura que hice de Las brujas para escribir esta entrada, me di cuenta (quizá porque inmediatamente antes había leído cuentos de tradición oral sobre brujas) de cómo Roald Dahl combina aspectos de los cuentos de hadas tradicionales con elementos más bien modernos de la literatura para niños.

En este caso, la tradición oral es representada por la abuela del protagonista, quien, arrebujada en su sillón, en una noche fría de Noruega, narra minificciones sobre el terrible destino de los niños que se han encontrado con brujas. Por otro lado, el sabor a modernidad lo aporta el humor y la crueldad, ingredientes tardíos en la literatura infantil.

Siempre lo sospeché: Roald Dahl (igual que los mejores autores de literatura infantil) agrega elementos de cuentos de hadas en sus novelas, y eso, entre muchas otras cosas, explica su éxito. En Las brujas, por ejemplo, lleva al lector a creer que si te topas con una BRUJA DE VERDAD estás perdido, pero no importa, porque siempre hay una solución, hay una manera de enfrentarlas. Como decía Chesterton, los cuentos de hadas nos enseñan que los dragones pueden ser vencidos.

Debo decir que la segunda versión cinematográfica de Las brujas me decepcionó tanto que no existe para mí. Las malas actuaciones y los efectos de animación tan chafas me molestaron, pero no más que el “miedo” de contar una historia auténtica que asustara al público. ¡Estamos hablando de BRUJAS DE VERDAD, por Dios! Sin embargo, aunque entiendo que este tipo de producciones se realizan sólo para obtener ganancias, pues apelan a la nostalgia y a una fórmula ya probada que garantiza éxito, también comprendo que la tradición popular, los mitos y los cuentos de hadas, como la figura mítica de las brujas en este caso, sirve para reinventarse cada vez, según el contexto.

Así, el arquetipo de bruja puede tomarse con sus elementos clásicos (la escoba, la magia, la apariencia aterradora, el vestido negro) y reinventarse agregándole algo nuevo. A la vez, las brujas pueden ser, como hemos visto en este breve recorrido, villanas, benefactoras o justicieras. Al final, las brujas nunca mueren.

Para preguntar en la librería:

Afanásiev, A. N., y Bilibin, I. (2014). Basilisa la Bella y otros cuentos populares rusos. España: Reino de Cordelia.

Barrenetxea, I. (2017). Brujarella. Barcelona: Thule.

Dahl, R. (2015). Las brujas. México: Alfaguara.

Pacheco, G. (2016). La bruja y el espantapájaros. México: Fondo de Cultura Económica.