Antes que los libros, estuvo la palabra.
Provengo de una familia grande de aún más grandes sobremesas. Después de comer, llegaba la hora de tomar café con pan y, entonces, todo el mundo platicaba. Aunque era muy pequeña, yo siempre estaba atenta a lo que contaba mi papá (que tiene miles de historias de aventuras) o las amigas de mi mamá (que siempre han contado todo con mucha gracia). No me importaba no conocer a la gente de la que hablaban ni el hecho de que, la mayoría de las veces, no entendía de qué hablaban. Había algo en su manera de contar las cosas que me enganchaba. La primera semilla ya estaba ahí.
Luego, me pasó casi como a todo el mundo: en mi casa había libros, me regalaban libros, mi mamá, mi abuelo y mis tías leían y leer era “bien visto”, incluso era algo divertido. Aunque no fui una niña de clásicos (comencé a leer clásicos cuando entré a estudiar literatura), los libros de Roald Dahl han ejercido una enorme fascinación en mí. Entre otras cosas (de esto ya he hablado en mi blog), me han enseñado a divertirme y a ser una inconformista, en el sentido de buscar sólo aquello que me haga feliz sin importar las opiniones de otras personas.
Soy de La Trinitaria, Chiapas, un pueblo muy pequeño en el sur de México. En aquel entonces prácticamente sólo podías encontrar libros en las librerías de la capital de mi estado, que nos quedaba bastante lejos (creo que, en ese entonces, en los 90 o principios del 2000, ni siquiera habían construido la autopista, sólo había una carretera libre llena de curvas). Y no eran librerías propiamente dichas, sino tiendas departamentales con una sección de best sellers y papelería. Sí había una biblioteca en mi pueblo y mis papás me sacaron la credencial (todavía la conservan) pero de ella tengo muy vagos recuerdos. Entre brumas, recuerdo haber leído o visto las ilustraciones de La escoba de la bruja de Chris van Allsburg.
Aun así, milagrosamente, pude hacerme con una biblioteca que cabía en un librero de madera de 5 entrepaños que mi mamá pintó de rosa y luego, le añadió unas hojas de maple pintadas con esténcil. Recuerdo muchas mañanas de mi infancia y adolescencia en las que me despertaba y lo primero que hacía era leer. Había un placer especial en tomar mi libro del librero al lado de mi cama y leerlo antes de tomar café o chocolate.
El placer de la lectura surgió en mí por el deseo que yo tenía de que pasara algo en mi vida. En los libros de Roald Dahl los protagonistas tienen vidas comunes y corrientes, pero de pronto, algo pasa (les surgen poderes telequinéticos, inventan una medicina mágica, se les aparece un gigante). La forma que yo tenía de vivir ese algo mágico y fantástico en mi vida era leyendo historias y, algunos años después, inventándolas.
Así que, en resumen, los factores que más han influido en mi identidad lectora son el arropamiento de mi familia (el que me compraran libros, que me leyeran o que mi mamá escribiera las historias que yo le contaba), el acceso a los libros, la actitud positiva hacia la lectura y, en general, un ambiente familiar lleno de historias que contar durante la sobremesa o los ratos libres.
diciembre 6, 2023 a las 12:01 am
¡Qué bonito! Todos tenemos historias y experiencias que nos marcan como lectores y es importante que más personas las tengan en su vida.