No me considero una animalista, mucho menos una ecologista, pero me gustan los símbolos.

La naturaleza y, particularmente, los animales, nos han proveído de símbolos desde tiempos muy antiguos. Los animales en la literatura han sido metáforas, dobles, alegorías, y también aliados y enemigos del ser humano. Ejemplos hay miles, pero en esta entrada (que puede ser la primera de muchas) he querido hablar de cinco libros que tienen animales como protagonistas.

El oso que no lo era, Frank Tashlin (texto e ilustraciones)

Me sorprendió la sencillez de la historia y la profundidad de la metáfora en El oso que no lo era, un cuento ilustrado sobre un oso que, al despertar de una larga hibernación, descubre que su bosque ha sido convertido en una fábrica. El oso le intenta explicar al capataz (y luego al Vicepresidente Tercero, al Vicepresidente Segundo, al Vicepresidente Primero y finalmente, al Presidente de la fábrica, en lo que parece ser una loca carrera burocrática) que no es un hombre disfrazado y tonto, sino un oso.

Pero el oso es llamado tantas veces “hombre tonto, sin afeitar y con un abrigo de pieles” que termina por creérselo y trabajar varios meses en la fábrica, hasta que se olvida de cómo ser un oso y, cuando llega la época de nieves otra vez, no sabe que tiene que refugiarse en una cueva.

El oso que no lo era nos pone ante una interrogante explorada millones de veces por la literatura y la filosofía: la identidad y las preguntas ¿quién soy?, ¿cómo sabemos que somos quienes creemos que somos?, ¿cómo demostrarlo? El oso de esta historia se “acultura” hasta convertirse no en un humano, sino en un obrero de la fábrica, lo cual borra por completo su identidad. Este es el drama que vive cualquier obrero de cualquier fábrica del mundo: la pérdida del yo ante el trabajo repetitivo de grandes corporaciones.

Las ilustraciones de El oso que no lo era no fungen, precisamente, como las ilustraciones de un libro álbum, pero aun así, le aportan información nueva al lector. De hecho,  las ilustraciones son las encargadas de mostrar el absurdo que reina en la burocracia y en el mundo corporativo a través de su vertiginosidad y su ironía. Noten, por ejemplo, que en cada oficina que visita el oso para hablar con el Vicepresidente Tercero, el Vicepresidente Segundo, el Vicepresidente Primero y finalmente, con el Presidente, se va agregando una secretaria (idéntica a la anterior) y un teléfono, a medida que el oso sube de nivel en el organigrama de la empresa para intentar explicar quién es.

Historia de Babar, el elefantito, Jean de Brunhoff (texto e ilustraciones)

Babar, el elefantito, también se incorpora a la vida humana, aunque de un modo muy distinto al del oso de El oso que no lo era. Después del asesinato de su madre a manos de unos cazadores, Babar huye de su natal selva y corre hasta llegar a una ciudad, en donde conoce a una anciana señora muy rica que lo cuida, lo educa y le compra trajes muy elegantes. Pero, a pesar de su nueva vida en la ciudad, Babar se siente triste, ya que extraña la selva y a sus primos, Arturo y Celeste.

Ahora que lo pienso, Historia de Babar, el elefantito se parece mucho a Heidi o a cualquier coming of age story. Babar deja su hogar, es decir, lo salvaje, lo indómito, y lo cambia (al menos, temporalmente) por otro mundo en el que aprende cosas nuevas y luego, lleva ese conocimiento a su pueblo natal para mejorarlo: Babar regresa, más culto y maduro, para casarse con Celeste y convertirse en el rey de su aldea.

Como muchas historias exitosas sobre animales, Babar se convirtió en una serie de libros, y así, tenemos El viaje de Babar, El Rey Babar, El ABC de Babar, Las vacaciones de Zefir, Babar en familia y Babar y Papá Noel, escritos entre 1932 y 1941. Y, como muchas historias que se convierten en íconos, otro autor ha continuado escribiendo las aventuras del elefantito: Laurent de Brunhoff, hijo de Jean de Brunhoff.

Las ilustraciones me encantan por su dejo impresionista. El paisaje de la selva, con los elefantitos bañándose y luego, el paisaje de la ciudad, cuando Babar pasea en su coche, están atiborrados de color y de formas dibujadas con suavidad y delicadeza. En parte, el estilo de las ilustraciones es lo que define el tono tierno de la historia en su conjunto.

Sapo y Sepo, inseparables, Arnold Lobel (texto e ilustraciones)

Lo que me encanta de Sapo y Sepo es su inocencia, su ternura y también, el absurdo filosófico y sutil de las historias que protagonizan. Su relación fluctúa entre el amor y la amistad, y he leído a muchos críticos que aseguran que Sapo y Sepo, inseparables es una metáfora de una relación homosexual (incluso, esta opinión se “refuerza” gracias a la vida privada de Arnold Lobel, quien confesó ser gay luego de la publicación de esta obra). 

Sin embargo, yo siempre acudiré a María Nikolajeva, a quien ya he mencionado antes en este blog y en cualquier ocasión que se me presente. Esta autora dice que los animales u objetos inanimados antropomorfizados no tienen género ni edad, a diferencia de los personajes humanos. Yo estoy de acuerdo con eso y también pienso que, gracias a que Sapo y Sepo son batracios y no humanos, podemos apreciar su amor y amistad de manera pura, como si estuviéramos observando colores en un cuadro abstracto y accediéramos a ellos directamente.

«Sapo y Sepo, inseparables», ilustración de Arnold Lobel

Quiero decir que no importa mucho si realmente Sapo y Sepo son una alegoría de una relación homosexual, porque la historia habla sobre algo mucho más profundo, como la tolerancia y la sensibilidad que tenemos hacia las excentricidades del ser amado. Es especialmente tierna la historia en donde Sepo hace una lista de cosas que tiene que hacer, como desayunar, vestirse o dar un paseo con Sapo. Pero cuando la lista se va volando por los aires, Sepo dice que no puede ir tras ella, porque eso no estaba dentro de las cosas que tiene que hacer. Aun así, Sapo corre detrás de la lista y acompaña a Sepo a quedarse sentado, sin hacer nada, hasta que se hace tarde y tienen que dormir.

Incluso ante las dificultades de la vida, sean estas reales o imaginarias, grandes o pequeñas, Sapo y Sepo siempre están juntos; no por nada son inseparables.

Pinta ratones, Ellen Stoll Walsh (texto e ilustraciones)

Muchos recordarán Pinta ratones o Cuenta ratones, ya que son parte de la colección “Los especiales de A la orilla del viento”, creada en el Fondo de Cultura Económica por uno de los editores más exitosos de México, Daniel Goldin.

Pinta ratones es un libro álbum para niños pequeños, yo diría que de 3 años en adelante. El texto breve, las ilustraciones minimalistas y el carácter juguetón de las relaciones entre ratones y gato le confieren gran ternura a este libro.

Los ratones son precavidos y curiosos a partes iguales. La hoja blanca es su lugar seguro para esconderse del gato, porque su pelo se confunde con el color de la hoja. Sin embargo, eso no les impide salir un momento de dicha zona de confort para explorar los jarros de pintura que se asoman unos pasos más allá.

Todo juego es descubrimiento y aprendizaje; en este caso, los ratones descubren los colores que nacen de la combinación de colores primarios. Pero pronto se dan cuenta de que estos colores no les ayudan a camuflarse.

Me gusta leer álbumes para niños muy pequeños o bebés porque me devuelven a una sencillez que se presenta, casi siempre, como necesaria y urgente. De pronto siento que la escritura, los libros o la vida misma se embrollan demasiado o que dicen poco con muchas palabras. En un mundo así, refresca la sencillez.

Lunática, Martha Riva Palacio (texto) & Mercè López (ilustraciones)

Desde hace algunos años sigo la trayectoria y las obras de Martha Riva Palacio, para mí, una escritora de atmósferas con una sensibilidad que yo encuentro muy acorde al tipo de sensibilidad que me gusta encontrar en los libros, especialmente en la literatura infantil. Me sucedió lo mismo cuando leí La bolsa amarilla, libro del que ya hablé en este blog y del cual seguiré hablando todo el tiempo. 

Dado que no soy una gran lectora de poesía, me apoyo en esta atmósfera para leer Lunática. La atmósfera, iluminada por las ilustraciones de Mercè López, me habla de una niña inmersa en su propio mundo artístico, con un lenguaje que ella misma ha inventado. En este mundo, el yo se transforma en una niña-loba, en una lunática-licántropa; su cuerpo es “una pradera infinita en la que aúlla el lobo de los cuentos de hadas” (Riva Palacio, 2015) en donde tienen lugar infinitas aventuras, desde un raspón en el tobillo hasta rascarse las pulgas con una pata. 

«Lunática», ilustración de Mercè López

El yo se transforma y con él, el entorno. Lunática se desarrolla en el mundo de la imaginación, pero no se trata de una imaginación desbordada como la de, por ejemplo, Alicia en el país de las maravillas, sino de una imaginación contemplativa que mira hacia dentro y que ocurre en cualquier momento: al subir un muro o en la bañera. 

Siempre nos encontraremos con la loba blanca, alter ego de la niña soñadora. ¿Cuántos de nosotros no hemos deseado alguna vez convertirnos en otro animal, más fuerte, más inteligente, más valiente? ¿No sería ideal meternos, como aquella princesa, en una piel de asno y experimentar el cuerpo y el mundo de otra manera?

Al final, creo que las alegorías nos permiten eso, justamente. Los animales son nuestro espejo, aunque no siempre nos devuelvan una imagen fiel de nosotros mismos (como sucede en las fábulas de Esopo). Como digo, esta fue sólo una muestra de los animales y su relación con lo humano en la literatura para niños, pero todavía quedan muchos ejemplos.

Para preguntar en la librería:

De Brunhoff, J. (2010). Historia de Babar, el elefantito. México: Alfaguara.

Lobel, A. (2017). Sapo y Sepo, inseparables. México: Loqueleo.

Riva Palacio, M. y López, M. (2015). Lunática. México: Fondo de Cultura Económica – Fundación para las Letras Mexicanas. 

Stoll Walsh, E. (2020). Pinta ratones. México: Fondo de Cultura Económica.

Tashlin, F. (2021). El oso que no lo era. México: Loqueleo.