Una versión de este texto fue leída en la presentación de Sofía en el País del Infinito en la FILU 2022 el 8 de septiembre de 2022.

No puedo decir que recuerdo con alegría mis clases de matemáticas en la escuela. Siempre que enfrentaba un problema, una ecuación o un plano cartesiano sentía que me perdía en el camino.

Parpadeaba y de pronto ya había un número nuevo o un resultado que salió de quién sabe dónde. Todavía tengo esa sensación de perder eslabones en la cadena de solución cuando alguien me explica algo de matemáticas.

Y estoy hablando de operaciones sencillas y cuestiones elementales, porque de teoremas más complejos me encuentro a años luz. A veces veo videos de divulgadores que hablan sobre la “belleza de las matemáticas” y pienso en lo mucho que me encantaría apreciar esa belleza en su totalidad. Cuando un matemático habla sobre la Luna de Hipócrates o sobre Leonard Euler o sobre el problema de Monty Hall (y la historia de su resolución por Marylin vos Savant), me siento como cuando leo a Shakespeare. Sé que habla de cosas terribles de una forma maravillosa, sobrehumana, pero aun así, siento que no me estoy enterando de todo. La diferencia es que con Shakespeare me siento cómoda con esa parte de información que no entiendo, y con las matemáticas no.

Sin embargo, ¿no dicen los filósofos griegos que un poco de incomodidad es buena, e incluso deseable? La incomodidad casi siempre se encuentra muy cerca de la dificultad y, por lo tanto, del rechazo. Es obvio que rechazamos las matemáticas porque no las comprendemos, pero ¿qué pasaría si las toleráramos un poquito? ¿Por qué no deshacernos de ese aura que las ha rodeado durante mucho tiempo, un aura de ciencias difíciles, reservadas sólo para “unos cuantos genios” pero que, al fin y al cabo, de qué nos sirven si no somos ingenieros?

Sofía en el País del Infinito, de Gabriela Frías Villegas e ilustraciones de Bernardo Fernández, Bef, se libera de ese aura y, en cambio, nos presenta un viaje al País del Infinito en donde la pequeña Sofía, junto a su gatita Luna, conocerá un hotel infinito, un barbero con el pelo muy largo, una encargada de zoológico muy afligida y a una enigmática reina que, en realidad, ha tenido mucha más influencia en la historia de lo que creemos.

Fractal en un romanesco, tomado de «Scientific American»

Así, a través de un viaje espacial y de un homenaje a Alicia en el país de las maravillas, este libro nos habla sobre el concepto del infinito por medio de paradojas científicas, como la paradoja del hotel infinito, la paradoja del barbero de Bertrand Russell (con el mismo Russell como personaje) o la cinta de Möbius. Todas estas paradojas, combinadas con referencias a los más importantes matemáticos de la historia y a Lewis Carroll, pueden parecer abrumadoras, especialmente para los niños y jóvenes, pero Sofía en el País del Infinito demuestra que las matemáticas en realidad son un juego.

Una de las delicias de la divulgación científica para niños y jóvenes es que se puede jugar con la forma. El fondo, es decir, el contenido (en este caso, el infinito y todas sus posibilidades de estudio) tiene que incluir información fidedigna, respaldada por datos duros, pero la forma puede ser tan libre y dúctil como se quiera. Y es precisamente la forma lo que le permite al lector “pensar fuera de la caja” y estimular su creatividad, lo cual es el fin último de la divulgación científica, ya sea que esta se dirija a adultos o a niños.

Algunos conceptos matemáticos o científicos son especialmente poéticos, y el infinito es uno de ellos. Borges hablaba de él en “El Aleph” y Escher lo pintaba. El infinito rebasa la comprensión humana; muchas veces nos descoloca pensar en hoteles con habitaciones infinitas o en la ilusión de la banda de Möbius, que tiene una sola cara infinita. En ese sentido, la divulgación de la ciencia y libros como Sofía en el País del Infinito nos acercan a comprender mejor estos temas. 

Lo anterior se logra, en parte, gracias al juego metafórico de Sofía en el País del Infinito que alude a Alicia en el país de las maravillas, pero también gracias a las ilustraciones de Bernardo Fernández, Bef. Estas están realizadas al estilo cómic, ya que presentan escenas muy concretas de las peripecias de Sofía en el País del Infinito. Además, hay movimiento y varios planos en una misma ilustración (como la de la portada), lo que expresa el deseo de aventura. Sofía y Luna van como locas tras el robot, angustiado por llegar tarde a cierto evento muy importante, pero también picadas por la curiosidad.

«Sofía en el País del Infinito», ilustración de Bef

En última instancia, Sofía en el País del Infinito es un homenaje a la curiosidad, como buen libro de divulgación científica. Una vez que descubrimos o leemos algo sobre matemáticas, queremos saber más, y la nueva información nos lleva, poco a poco, a conocer más y más, pero también (y más importante) nos plantea preguntas científicas. Los lectores de divulgación científica siempre están siguiendo a un conejo o un robot apresurado, símbolo de la curiosidad.

Tuve la fortuna de presentar Sofía en el País del Infinito en la Feria Internacional del Libro Universitario de la Universidad Veracruzana, en compañía de la autora y el ilustrador. Allí, ambos decían que el libro era un homenaje a Sofía, la pequeña hija que tienen en común (y que también estuvo con nosotros en la mesa de la presentación). El objetivo del libro era enamorar a Sofi de las matemáticas creando un mundo en donde todo fuera infinito. 

La definición más elemental de ficción es, quizá, la de crear mundos imaginarios que tienen sus propias reglas. En este caso, para seguir la lógica del País del Infinito, hay que preguntarnos qué hay en ese país. Como Gabriela Frías dijo en la presentación, en el mundo que visitan Sofía y Luna existen cines donde puedes pedir palomitas y refresco infinitos. ¡Nunca se acabarían! Así es como la ficción y la imaginación conviven con las ciencias duras y los datos científicos que se presentan, como las paradojas que ya he mencionado. Creo que no hay nada más divertido que ver una cinta de Möbius mientras tomas una malteada infinita en alguna cafetería del País del Infinito.

Bef habló de una habilidad que me parece importantísima, sobre todo en la divulgación científica y en textos de ficción que dialogan con la ciencia: el ser capaz de explicar algo complejo de una manera sencilla. Sencillo no quiere decir bobo. No es necesario hablarle a los niños como si fuéramos tontos (“Möbius era un matemáááááááático y astróóóóóóónomo… ¿saben qué es un astrónomo?”). Se trata de utilizar la imaginación, el sentido del humor, el pensamiento crítico y la creatividad para jugar con las ciencias duras (y también, por qué no, con las artes y humanidades). Esto no “baja el nivel” del discurso, sino que lo pone en otra perspectiva para poder leerlo e interpretarlo de maneras novedosas.

El final de Sofía en el País del Infinito es abierto; no voy a revelarlo aquí, solamente diré que la historia da pie a muchas aventuras de Sofía y Luna en otros mundos. ¡Espero verlas publicadas muy pronto! Mientras tanto, seguiré persiguiendo al conejo-robot matemático, y esta vez, intentaré no perder los eslabones y apaciguar mi intuición con un resultado que comprenda en su totalidad. ¿Lo conseguiré? Ya lo veremos.

Para preguntar en la librería:

Sofía en el País del Infinito

Gabriela Frías Villegas (texto) & Bef (ilustraciones)

México, Sexto Piso, 2022