Hoy, 2 de abril, es el Día del Libro Infantil y Juvenil. En El Carrito Rojo ya he hablado sobre lo que hace memorable a un libro infantil, y muchas de esas razones me parecen buenos pretextos para leer LIJ.

Pero hoy, con motivo de este maravilloso día, quiero escribir sobre los prejuicios que, tristemente, todavía existen en torno a la LIJ. Algunos de ellos los he escuchado en la vida real, ya sea porque me los han dicho o porque los he escuchado en librerías (siempre presten atención a lo que oyen y ven en librerías, es una excelente manera de descubrir cómo lee la gente).

“Como es un libro infantil, la bruja que aparece no puede ser mala”

¿Creen los padres que su hermosa palomita blanca se convertirá en un niñito psicópata si lee Maus? ¡Por supuesto que lo creen! De otra forma, no intentarían censurarlo tan ferozmente. Pero eso conlleva que no confíen en el criterio de su palomita blanca y que piensen que es lo suficientemente tonta como para dejarse influenciar (al grado de cambiar toda su personalidad) por la lectura de un solo libro.

Esa es la razón por la que me enferman las nuevas lecturas de libros clásicos. La nueva versión de Las brujas está edulcorada, como si temiera asustar a los niños. Por ejemplo, en el libro, las historias sobre brujas que la abuela le cuenta al protagonista son inolvidables: todos nos asustamos con la niña que se quedó atrapada en un cuadro o con el niño que se convirtió en piedra y empezó a servir como perchero para las visitas que llegaban a su casa. En la película, en cambio, la Gran Bruja convierte a una niña en una gallina gigante y, aunque esto también pasa en el libro, en la película se afirma que la chica-gallina continuó viviendo con su familia, mientras que, en la novela, no está claro si desapareció o no.

No estoy comparando el libro con la película, y no me gusta pensar que tal o cual adaptación es mejor o peor. Me preocupa la lectura que le estamos ofreciendo a los niños, pues me parece que es propia de padres que desean pavimentarles el camino a sus hijos para evitarles el sufrimiento. Pero nadie puede vencer el sufrimiento evitándolo. Es necesario encararlo y, para eso, tenemos que nombrarlo. O, si no lo nombramos, podemos permitirnos jugar con la incertidumbre y la ambigüedad para despertar emociones auténticas en los lectores. De eso se trata la verdadera literatura.

No estoy hablando aquí de una literatura para niños cruel, despiadada y cruda. La forma de narrar la crueldad es muy importante para construir empatía con los lectores, así como ofrecerles una salida, una solución, una esperanza. Se trata de recordar que los dragones se pueden vencer.

“Puedes escoger un libro, pero que te enseñe algo”

Claro, mamá, ¿está bien si ese libro me enseña a desobedecer críticamente? ¿O si habla de la diversidad sexual? ¿Qué tal si es un libro sobre la crueldad humana? ¿O sobre el abuso, la muerte, las injusticias?

Creo que cuando los padres buscan que un libro “tenga mensaje” o “deje una enseñanza”, se refieren a fábulas con las cuales ellos (los padres) se sientan cómodos. La “enseñanza” termina, casi siempre, siendo un “¿ya ves lo que les pasa a los que no son buenos chicos?”, como un Pedro Melenas moderno.

«Cómo hacer que tus papás amen los libros para niños», Alain Serres (texto) & Bruno Heitz (ilustraciones)

A veces, pareciera que la moralidad ya está superada en la LIJ, pero muchos consumidores (padres, maestros, tutores) la buscan constantemente porque quizá creen que los libros educan o te vuelven una mejor persona. Les tengo noticias: no es así. Los libros sirven para lo que sirven: para pensar, para imaginar, para abrir la puerta a otros mundos, para inspirarse, para ser más críticos, para saber cosas sobre el mundo, la historia, la ciencia… o para nada. Quizá los libros sólo nos sirven para pasar un buen rato con nosotros mismos. Y eso ya es una enseñanza que vale oro.

“Los libros infantiles son sólo ‘cuentos’”

En la LIJ hay cuentos, álbumes ilustrados, poesía, novela, novela gráfica e incluso Formas de Contar No Identificadas (FCNI) porque combinan varios géneros o se inventan unos nuevos. La LIJ es más compleja de lo que creemos, pero, aun así, nos invita a entrar en su bosque.

Y en ese bosque, la libertad es la regla. Pienso en autores de literatura para adultos, como César Aira, a quienes la crítica ya ha encasillado como autores “raros” o “excéntricos” (otro autor excéntrico podría ser Francisco Tario) por sus temas y personajes demasiado fantasiosos, como la Princesa Primavera, el Capitán Otoño y su árbol de Navidad. La princesa Primavera sería un “cuento” más si estuviera dirigido a los niños, pero en la literatura para adultos, este tipo de novelas son poco comunes, según la crítica.

Hasta donde yo sé, la crítica de LIJ no ha hecho la distinción de “LIJ excéntrica” porque sería un tanto absurdo. Esto es sólo una intuición y puedo equivocarme, pero pienso que no existe tal cosa en la LIJ porque la libertad fantasiosa y la imaginación son la norma. Aquí, más que en la literatura para adultos, se puede escribir lo que uno quiera.

Los prejuicios nacen del desconocimiento y de los estereotipos. Mientras escribía esta entrada, recordé el álbum Cómo hacer que tus papás amen los libros para niños, con texto de Alain Serres e ilustraciones de Bruno Heitz. Allí hay algunos prejuicios, detrás de las recomendaciones para convencer a los padres de leer libros para niños. Una de ellas dice: “Si tus papás dicen que los libros para niños sólo cuentan tonterías… respóndeles que tienen razón, pero que lo sientes… ¡porque las tonterías realmente te fascinan!” (Serres, 2012, pp. 12-15). Esa es la magia de la literatura infantil: son tonterías muy serias.