La edad de los libros, la edad de los lectores

Una de las señoras que atendían me dijo que «tenían descuentos en literatura juvenil». Me sentí un poco consternada, no supe cómo explicarle que lo que yo quería era leer El pollo Pepe por primera vez a mis 29 años. 

No me gusta encasillar a los libros para lectores de tal o cual edad, pero he visto a algunas madres en las ferias del libro mirar lomos o cintillos que indican «para niños de 8 años» en lugar de títulos, autores o sinopsis. Es decir, así se mueve el mercado de libros para niños, al menos, en parte. Y, naturalmente, las editoriales responden a eso y siguen la corriente, sobre todo editoriales que trabajan también con maestros y escuelas, como SM. 

No quiero ser extremista y oponer el arte y el mercado, pero es verdad que, aunque un libro se promocione y se venda para niños de 4, 6, 8 o 12 años, el autor y los lectores a menudo consideran que no hay límites y que su libro puede ser leído por cualquiera. Adolfo Córdova me dijo alguna vez que sus amigas le habían leído Aullido a sus bebés, sin importar que ese álbum sea para un público más experimentado y con una sensibilidad distinta a la de un bebé.

Foto de Ianna Andréadis y Franck Bordas en «Crónica de un bosque encantado» (Petra Ediciones, 2007).

Entonces, ¿cuál es el problema? Los autores tienen que tener un lector modelo en mente siempre que escriben, y sobre todo cuando escriben para niños, pero, al menos en mi caso (¡sorpresa!, también escribo ficción para niños) no escribo para un niño sino desde la niña que fui y que trato de no olvidar para conservar el tono y la sensibilidad adecuada. Como lectores también tenemos esa sensibilidad y por eso podemos sentir empatía con un libro y, al final, poco importa a quién está dirigido. 

Así que, para hablar de literatura infantil (al menos, en este blog), yo no hablaría de lectores modelo a los que el libro va dirigido, sino de sensibilidades creativas. Hay libros para niños cuya sensibilidad infantil es evidente, como La bolsa amarilla, y hay libros que están en el linde entre sensibilidad infantil y adulta, como La grúa de Reiner Zimnik. 

La sensibilidad infantil de La grúa se nota en la «narrativa del sueño» de la que habla Aidan Chambers y de la que hablamos en este blog, en su momento, cuando reseñamos el libro. Los hechos de esa novela no están concatenados unos con otros, no existe una relación directa, sino que parecen anécdotas aisladas, justamente como las de un sueño. También la vida sencilla del protagonista y su ingenuidad remiten a un mundo infantil en donde no hace falta mucho para ser feliz. Sin embargo, La grúa también tiene una cara existencialista y un trasfondo negro que le otorga la guerra, la muerte y la desesperanza. Esa es la sensibilidad adulta. 

Foto de Ianna Andréadis y Franck Bordas en «Crónica de un bosque encantado» (Petra Ediciones, 2007).

En La bolsa amarilla es la rebeldía de Raquel, la protagonista y narradora, lo que representa la sensibilidad infantil. Raquel es una chica que no se conforma con las absurdas leyes del mundo adulto y, al contrario de su insensible familia, quiere buscar su propio camino y cumplir su sueño de convertirse en escritora. Hay muchas personas que resuelven buscar su propia identidad a una edad tan temprana como la infancia, por eso La bolsa amarilla tiene sensibilidad infantil. 

Pero nada indica que libros como La grúa o La bolsa amarilla puedan ser disfrutados solamente por niños o solamente por adultos. De hecho, cualquiera puede leerlos y disfrutarlos, así como alguien de 29 años como yo podría leer El pollo Pepe o cualquier otro libro para bebés.

Creo que las franjas de edades recomendadas para leer tal o cual libro infantil se deben tomar solamente como guías que son más útiles para el mercado y las librerías que para los lectores de a pie. Quizá hay cierto riesgo de que se creen prejuicios y algunos padres piensen que su hijo de 6 años no debe leer nada dirigido a gente de más o menos edad, pero en la práctica estos límites son mucho más flexibles. 

Excepto, quizá, en lecturas escolares.

Creo que he ido un poco demasiado lejos. Ciertamente, esto no es sólo cuestión de marketing. De pronto, me paré a pensar en todas esas lecturas escolares (hechas en la escuela primaria y secundaria, sobre todo) que les llegan demasiado pronto a los niños. Yo misma tuve, al menos, dos de esas experiencias, con Romeo y Julieta y con el Mío Cid. Cuando era muy pequeña (no recuerdo qué edad tendría, tal vez 10 años o un poco menos) una tía me leyó un fragmento de Romeo y Julieta. A pesar de que no era la mejor edición y probablemente el lenguaje estaba adaptado, recuerdo que no entendí ni una palabra de lo que estaba pasando. No me podía imaginar nada.

Algo parecido me ocurrió con el Mío Cid, que leí en la secundaria (un fragmento que venía en el libro de texto) y, más tarde, en la carrera, donde me encontré contando las páginas que me faltaban para terminar ese suplicio. (Esta experiencia, además, me convenció de que para ser medievalista se requiere mucha dedicación y paciencia para leer ese tipo de textos, así que abandoné la idea que tuve por 5 minutos de ser la siguiente Margit Frenk). 

Lo que quiero decir es que, en la mayoría de los casos, una mala experiencia lectora o un mal libro pueden generar aversión en alguien poco o nada experimentado en la lectura, ya que confirma su idea de que los libros son “difíciles”, que “leer da sueño” o que “no es para mí”. En ese sentido, durante la escolarización o en prácticas de promoción de la lectura, conviene hacerles caso a los molestos cintillos de edad recomendada de los que hablaba al principio. Pero claro, la selección de lecturas para niños no depende sólo de un cintillo, sino de la sensibilidad del maestro o mediador. De nuevo, una selección correcta para el momento correcto hace toda la diferencia.

En conclusión, la idea de dejar a los niños leer, hacerse y hacerles preguntas es muy idílica y, aunque sí funciona en la práctica, la selección de libros es muy importante para que los niños vivan la literatura como un espacio de libertad creadora, de construcción de la identidad y de acompañamiento. En el bosque de la literatura infantil, nadie tiene edad. 

1 Comment

  1. ¡Muy interesante! Creo que la edad debe de tomarse con pinzas. Hay niños que pueden leer libros avanzados o al revés y de ninguna manera es algo malo. Como dices, depende del momento correcto. Pero entre más libros se lean. más posibilidades hay de encontrar ese momento. Me gustó la analogía del bosque de la literatura infantil.

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