Para Toño, que atinadamente me regaló este libro en Navidad

El médico Heinrich Hoffmann no se andaba con tonterías. Una Navidad de 1844 decidió que le compraría a su hijo un libro.

Entró a todas las librerías de Frankfurt, pero no encontró lo que buscaba; seguramente habrá pensado “¡libertinos! ¡A dónde vamos a parar! ¡Se han perdido los valores!”, así que decidió escribir él mismo un libro para su hijo.

No podía ser cualquier libro, no obstante. Tenía que ser un libro de esos que educan, de los que vuelven a uno “mejor persona”, tenía que mostrarle a su hijo qué les pasa a los niños malcriados y crueles que, por cierto, tienen destinos peores que los niños a los que se los lleva el policía o el ropavejero. Así nació Der Struwwelpeter (en español, Pedro Melenas), un libro catalogado por algunos espantados como “el libro para niños más cruel de la historia”.

(No se preocupen, yo crecí leyendo a Roald Dahl y estoy curada de espanto).

Difícilmente en 1845 se hubiera pensado que Pedro Melenas era una obra “cruel”; como le escuché decir a una historiadora brillante, “no podemos llevar nuestro presente al pasado”. La infancia y el trato hacia los niños ha cambiado considerablemente con el paso del tiempo, y aunque en la Europa del siglo XIX todavía se les confería a los niños cualidades casi divinas y, por lo tanto, irreales (ideas derivadas del romanticismo del siglo XVIII), había costumbres familiares orientadas a la disciplina y a la coerción de los niños.

En la Alemania de mediados del siglo XIX eran populares los manuales de comportamiento infantil o las guías para padres que deseaban disciplinar a sus hijos. Un fascinante ejemplo de esto es el médico alemán Daniel Gottlieb Moritz Schreber (1808-1861), ortopedista, educador e inventor de aparatos diseñados para impedir que los niños hablaran o para que mantuvieran una postura erguida. Además, pensaba que “un niño bien educado podía ser controlado por sus padres, ya que como buen hijo tenía que obedecerles en todo. Se pretendía que el niño tuviera un sentimiento genuino de amor y libertad, y si lo golpeaban, después debía ofrecer un apretón de manos y mostrar una sonrisa amistosa que probara que no guardaba rencor” (Robertson, 2012, p. 90, cursivas del original).

Aparato de Schreber para mantener a los niños erguidos. Tomado de Wikipedia.

Otra de las “linduras” de la filosofía de Schreber se encuentra en su obra El libro de los ejercicios para el cuerpo y el alma, en donde habla de controlar de manera sumamente detallada el comportamiento, los hábitos y hasta la postura de los niños: “se aconseja a padres y educadores que hagan uso de una máxima presión y coerción durante los primeros años de vida del niño, para promover así la salud mental y corporal sometiendo al niño a un rígido sistema de entrenamiento físico, de ejercicios musculares metódicos combinados con medidas restrictivas y castigos” (Charaf, 2016, p. 79). Hay otros ejemplos de coerción de niños muy pequeños en esa época en Alemania, por ejemplo, el uso de nodrizas era bastante común, y existía el término Wickelkinder o “niños envueltos”, ya que se tenía la costumbre de envolver a los niños en metros y metros de tela, lo que les impedía extender los brazos hacia sus cuidadores o explorar su entorno por medio del tacto, sin contar con que esto era perjudicial para su postura (Robertson, 2012).

Uno podría recordar la novela, también europea y del siglo XIX, Tiempos difíciles, donde el señor Gradgrind adopta a una niña huérfana que trabaja en el circo (es decir, a una “salvaje”) y se propone educarla por medio de “hechos”, de datos duros y estadísticas frías, haciendo a un lado la imaginación, el arte y la fantasía. Sin embargo, a diferencia de Gradgrind, el doctor Schreber jamás cuestionó ni cambió sus estrictos métodos educativos que, por otro lado, no resultaron muy buenos que digamos cuando los aplicó en sus propios hijos: su primogénito se suicidó y otro de sus hijos, Daniel Paul Schreber, fue un famoso paciente de Freud y autor de Memorias de un enfermo de nervios.

Conociendo todo este contexto, es fácil intuir por qué Heinrich Hoffmann, un médico que se dedicaría a tratar pacientes psiquiátricos (aunque él mismo no fuera psiquiatra), decidió escribir un libro de imágenes y poemas para educar a su hijo: al parecer, era “el espíritu” de la época, lo que estaba en boga. De acuerdo con Rey (2012), el nacimiento de Pedro Melenas no sucede en aquella Navidad de 1844, sino mucho antes, cuando el Dr. Hoffmann calmaba a los niños que no se dejaban auscultar con dibujos de un chico salvaje, descuidado, con el pelo y las uñas largas. (Digamos que el doctor no regalaba paletas para tranquilizar a sus pacientes, sino estampas de lo que sería su destino si no atendían su salud).

Pedro Melenas. Tomado de Wikipedia.

Hay investigadores y médicos que van incluso más lejos al asegurar que, por medio de Pedro Melenas, Hoffmann describió por primera vez el trastorno por déficit de atención e hiperactividad (TDAH), por ejemplo, Prada (2016) afirma: “Otro precedente de este trastorno [el TDAH] lo podemos encontrar en la obra del psiquiatra alemán Hoffman [sic.] (1845), un libro de poemas infantiles en la que el autor realiza una descripción de dos casos de TDAH que corresponden a dos personajes de dos poemas distintos, un niño que presentaba todas las características del predominio hiperactivo-impulsivo y otro niño con predominio inatento” (p. 84). Supuestamente, el personaje con predominio hiperactivo-impulsivo es Felipe, de “La historia de Felipe Rabietas” y el de predominio inatento es Juan de “La historia de Juan Babieca” (Rey, 2012).

Creo que es un tanto excesivo proclamar que la descripción del TDAH propiamente dicho se encuentra en un libro de poemas para niños, porque justamente se trata de un poema, no un artículo científico ni mucho menos un estudio de caso. Por supuesto, no descarto que Hoffmann se haya inspirado en los pacientes que atendió en el hospital psiquiátrico de Frankfurt donde trabajaba, o incluso en su propio hijo, como dicen algunas fuentes.

Heinrich Hoffmann no descubrió el TDAH, sin embargo, sí fue uno de los primeros autores en contar historias con imágenes, y es que para el doctor Hoffmann, el mejor remedio para domesticar a los niños era mostrarles dibujos de chicos crueles o traviesos enfrentándose a su destino; para él, las palabras no causaban la misma impresión en los lectores, ya que, como solía decir, “El niño sólo aprende de manera sencilla a través de los ojos”.

Por ello, por las páginas de Pedro Melenas desfilan toda clase de pillos, como Federico el cruel, el Pequeño Chupadedo, Paulina y los cerillos o Gaspar el melindroso. Las ilustraciones son todas exageradas y caricaturescas. Por ejemplo, “La historia del cazador desalmado” muestra al cazador llevando una escopeta más larga incluso que él mismo, igual que las tijeras que utiliza el sastre para cortarle el pulgar al Pequeño Chupadedo. El destino de todos aquellos pequeños macabros también se lleva al límite: por jugar con los cerillos, Paulina queda reducida a cenizas (y sus dos gatos le lloran amargamente); por no comer sopa, Gaspar enflaquece hasta morir; por tener la cabeza en las nubes, Juan se cae al río y los peces se burlan de él.

Algunos de estos poemas se pueden entender sin necesidad de leerlos; tan sólo mirar las ilustraciones basta, como es el caso del poema sobre Gaspar, que al principio se ve regordete y poco a poco va perdiendo peso hasta morir. La fuente llena de sopa que está sobre su tumba es un puntazo de ironía proporcionado únicamente por la ilustración, ya que en el texto no se menciona. Otra de mis historias favoritas de Pedro Melenas, la del Pequeño Chupadedo, parece advertirles a los niños sobre la existencia de un “sastre” que sorprende a los niños que se chupan el pulgar, entra a su casa y les corta los dedos con tijeras tan largas que parece que nada ni nadie se les escapa.

Las ilustraciones de “La historia de Federico el cruel” son mucho más narrativas, ya que vemos a Federico maltratando insectos, pegándole a su niñera y golpeando a su perro, hasta que éste lo muerde y Federico convalece en su cama tomando medicinas, mientras su perro, por haber sido bueno y soportar los maltratos de Federico, disfruta un plato de comida caliente sentado en la silla del malvado chico.

Uno podría preguntarse, como diría mi amigo Alejandro, si esto es una especie de ley de Poe. ¿Heinrich Hoffmann estaba parodiando los manuales de coerción infantil o es él mismo un despiadado disciplinador de menores? Debo confesar que, antes de leer este libro, yo creía ingenuamente que todo era una broma, pues ¿quién iba a escribir poemas tan crueles en serio? Pero no: Hoffmann escribió Pedro Melenas muy en serio, para educar a los niños y, especialmente, a su hijo. Con el paso del tiempo, y gracias a que la literatura infantil se liberó de sus ataduras moralistas, empezamos a leer (y a utilizar) Pedro Melenas como un libro de poemas humorísticos que abriría el camino para otros libros igual de crueles y graciosos, y así, en lugar de amenazar, provocaba la burla de los infortunados niños retratados allí. De acuerdo con Ana Garralón (2017): “En Struwwelpeter se dieron dos tradiciones: la del movimiento racionalista de la Ilustración, con su eterna constante de prevenir a los niños, y la de la tradición popular con la sencilla ordenación del mundo entre lo bueno y lo malo. La novedad residió en el niño anárquico que hace lo que quiere sin importarle las consecuencias” (p. 70).

Pienso en todos los libros que vinieron después de Pedro Melenas, como Los pequeños macabros de Edward Gorey, que de moralista no tiene nada y de cruel, todo. O en los personajes de Charlie y la fábrica de chocolate que, después de haberse portado mal en la fábrica, desfilan llevando a cuestas su castigo físico. Vamos, hasta las canciones de los Oompa-Loompas parecen herederas directas de los poemas de Pedro Melenas. También “Mark Twain tradujo del alemán el libro, cercano al espíritu de sus propios personajes literarios como Tom Sawyer y Huckleberry Finn” (Hanán Díaz, 2021, párr. 5).

(Mmmh, habría que escribir sobre esas dos joyas de la literatura y la ilustración, pero esa es otra historia y deberá ser contada en otra ocasión).

No es poca cosa haber contribuido a abrir el camino a los libros infantiles con personajes anárquicos, como dice Ana Garralón, ya que de esta manera la literatura para niños consiguió su libertad. Poco a poco, los personajes de la LIJ se irían alejando de los duros corsés del moralismo (que parecían diseñados por el mismísimo Schreber) para hacer exactamente lo que se les diera la gana. Al final, parece que Hoffmann no descubrió el remedio para meter en cintura a los niños malcriados, sino que les dio una maravillosa medicina: la literatura humorística, libre y satírica. Creo que leer un clásico como este es refrescante en una época en la que retiran cuentos como Caperucita Roja de las bibliotecas públicas, en una época en la que se leen cuentos de hadas de una manera terriblemente literal y, en suma, en una época en donde nos abstenemos de nombrar lo que debe ser nombrado simplemente porque duele, porque “no es correcto” o porque da vergüenza. Los libros infantiles son mucho más que princesas y príncipes, más que Heidi corriendo libre por el campo y, la verdad, hay personajes que no son precisamente unos pequeños lores. Hay muchas más posibilidades creativas en la LIJ y es nuestro derecho como lectores conocerlas todas.

¡Viva la libertad! ¡Y larga vida a Pedro Melenas!

Imagen tomada de Germany.in-24.com

Para preguntar en la librería:

Pedro Melenas

Heinrich Hoffmann (texto e ilustraciones)

España, José Olañeta Catalán, 2017.

Y para el lector curioso:

Charaf, D. (2016). Daniel Gottlieb Schreber: perversión y locura, de padre a hijo. Ancla, 6, pp. 77-86. Disponible en: https://psicopatologia2.org/ancla/Ediciones/006/Ancla-006.pdf

Garralón, A. (2017). Historia portátil de la literatura infantil. México: Ediciones Panamericana-Secretaría de Cultura.

Hanán Díaz, F. (2021). “Pedro Melenas” de Heinrich Hoffmann. Serie Libros que desafían el tiempo. Cuatrogatos. Disponible en: https://cuatrogatos.org/blog/?p=8112#more-8112

Prada, M. (2016). Estudio de caso único de un paciente de 12 años diagnosticado con TDAH presentación Hiperactiva-Impulsiva [Tesis de maestría]. Universidad del Norte. Disponible en: https://manglar.uninorte.edu.co/bitstream/handle/10584/5835/22521757.PDF.pdf?sequence=1&isAllowed=y

Rey, C. (2012). Pedro Melenas, el terror de las neuronas. Revista de la Asociación Española de Neuropsiquiatría, 32(116), pp. 877-887. Disponible en: https://scielo.isciii.es/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S0211-57352012000400014

Robertson, P. (2012). El hogar como nido: la niñez de clase media en la Europa del siglo XIX. En Medina, M. B. (Coord.), Giros y reveses. Representaciones de la infancia a través de la historia (pp. 79-114). México: Conaculta.