Hace poco recopilé un cuento popular de La Trinitaria, mi pueblo. Llegó a mí como han llegado los cuentos a través de milenios: de boca de mi madre, contado a ella por mi abuelo.
Aunque lo puse por escrito, de ninguna manera es mío, al contrario: yo soy parte de él. Me encuentro ahora dentro del circuito de tradición oral a través del que perviven y cambian todos los cuentos populares, ya que, al fijar este cuento con la escritura, estoy fijando también una visión personal (como lo han hecho muchos otros recopiladores de cuentos por muchos milenios antes que yo).
Antes de escribir esta entrada, casual y afortunadamente encontré un “Decálogo de buenas prácticas en la recuperación y difusión de textos orales”. El punto número 7 recomienda brindar datos contextuales sobre el lugar de origen del cuento, porque “si este pequeño gesto hubiera sido llevado a cabo por todos los recolectores-divulgadores de la historia, hoy conoceríamos mejor y apreciaríamos más el sentido, el origen y la evolución de estas manifestaciones cruciales de la cultura humana” (Pérez y Martínez, 2009, p. 14).
Sin embargo, no quiero caer en la cursilería de describir cómo es mi pueblo, de decirles que en esa apartada orilla se respira mejor (aunque es verdad, al menos por el momento), que el tiempo no pasa porque siempre veo los mismos árboles y el silencio es tal que unos suaves golpecitos en la puerta del vecino me despiertan todas las mañanas… Mejor diré lo mismo que Evgen Bavcar, un fotógrafo ciego, sobre Eslovenia, su país de origen: “Eslovenia es el único país que he visto […] Sólo ahí la hierba es verdaderamente verde, porque sólo ahí el color que aprendí a atribuirle al pasto se asemeja al sonido de la palabra que utilizaba para describirlo. Pero Eslovenia es, ante todo, una galería interior que me sirve como espejo para crear las imágenes de todos los demás países” (Bavcar, citado por Berti, 2007, párr. 4).
Así, sólo en Trinitaria puede haber un perro inteligente, pero su historia me sirve como espejo para crear todas las demás historias. En Trinitaria hay una laguna de Pamalá y un río Sabinal, pero los cuentos que se deriven antes y después de éste, bien podrían tratar sobre otras lagunas y otros ríos, en un espejo infinito de historias tan inmutables como cambiantes.
HISTORIA DE UN PERRO INTELIGENTE[1]
Éste era un perro que llegó al pueblo de La Trinitaria jadeando. En el pueblo, encontró la laguna de Pamalá, donde vio a unas señoras lavando ropa. Las señoras, al ver al perro jadeando, pensaron que estaba rabioso, así que les gritaron a sus maridos para que las ayudaran.
Debido al escándalo que se había armado, los señores llegaron a la laguna junto con más gente del pueblo para intentar atrapar al perro, pero éste no se dejaba, cada vez que intentaban agarrarlo, se escapaba y corría muy rápido.
Por casualidad, pasaba por allí un muchacho que se llamaba Bartolo, curandero y ayudante del juez del pueblo. Este Bartolo logró calmar a la gente y acercarse al perro para darle agua. Entonces, cuando vio que bebía, le dijo a la gente:
—¡Dejen de hacer argüende, este perro no está rabioso!
A partir de entonces, Bartolo adoptó al perro.
Pasaron los años felices de Bartolo y su perro hasta que, un día, una peste asoló Trinitaria. La gente estaba tan enfurecida que culparon de eso a Bartolo. Incluso fueron hasta su casa liderados por un hombre alto, desgarbado y que siempre andaba con una capa negra. Este hombre le dijo a Bartolo:
—Tú eres un brujo, tú echaste la peste y ahora es tu responsabilidad quitarla.
—Señor, yo no tengo el poder ni de quitar la peste ni de curar a la gente— le respondió Bartolo al extraño señor.
A la mañana siguiente, el juez del pueblo le dijo a Bartolo:
—Échate una vuelta por mis terrenitos, ahí por el río Sabinal, y le echas un ojito al maíz que tengo sembrado, a ver cómo está creciendo.
Bartolo se encaminó hacia los terrenos, pero antes pasó a su casa por su perro, ya que pensó que al animal le haría bien tomar el aire y correr entre el maizal. Cuando llegó Bartolo, vio que el maíz estaba creciendo bien verde y bien doradito, y ya se disponía a regresar cuando un hombre que usaba capa negra le salió al paso y le clavó un cuchillo en el corazón. El pobre perrito, que había visto todo, echó a correr despavorido. Mientras tanto, el asesino de Bartolo, para deshacerse del cadáver, le amarró unas rocas grandes en brazos y piernas y lo lanzó al río Sabinal.
Al cabo de muchos años, las amarras de Bartolo se pudrieron y se soltaron de su cuerpo, y el cadáver flotó hasta la superficie. El cuerpo hinchado fue visto por una lavandera, quien dio aviso al juez del pueblo. Éste de inmediato reconoció a Bartolo, su antiguo empleado, y comprendiendo que el perro había quedado solo en el mundo, decidió adoptarlo. Desde ese día, el perro acompañaba al juez todos los días hasta su oficina, y se regresaba con él cuando terminaba el día.
Un día de esos, una figura alta y de capa negra se apareció con el juez y le preguntó:
—¿No vende usted el terreno que tiene cerca del río Sabinal, ese que está sembrado de maicito?
—Lo siento, caballero, ese terreno es mi herencia y no lo vendo.
—Está bueno, pues.
Antes de que el hombre de la capa se diera la media vuelta y se fuera, el perro lo miró. “Mmm”, pensó el perro, “esa estatura, ese desgarbo y esa capa negra yo la conozco” y salió corriendo detrás de él. Ya en la banqueta lo alcanzó y lo pescó de una pierna, tirándolo al suelo. Al oír los gritos y los forcejeos, el juez salió de su oficina para ver qué estaba pasando.
—¡Dígale a su mugroso perro que me suelte! —dijo el de la capa negra.
—Si no te suelta, por algo ha de ser —respondió el juez —algo malo has de haber hecho.
—¡No he hecho nada ni soy de aquí, nunca había estado aquí! —dijo el hombre en un grito de dolor.
—Este perro huele la maldad, si hiciste algo, mejor que lo digas.
—¡Ay, ay! Será porque hace muchos años maté a un condenado brujo que no nos quiso curar de la peste.
—Mataste a un inocente, dirás. Bartolo no era ningún brujo. ¡Vámonos para la cárcel, órale!
Y así, el perro inteligente arrastró al asesino de su amo hasta su celda, en donde pasó el final de sus días.
Para el lector curioso:
Berti, E. (31 de enero de 2007). Evgen Bavcar, fotógrafo ciego. Letras libres. https://letraslibres.com/revista-espana/evgen-bavcar-fotografo-ciego/
Pérez, J. I. y Martínez, A. A. (2009). Decálogo de buenas prácticas en la recuperación y difusión de textos orales. Tantágora, (8), 12-15. https://issuu.com/revista_tantagora/docs/t_8pb
[1] Siguiendo las recomendaciones del “Decálogo de buenas prácticas en la recuperación y difusión de textos orales”, he de aclarar que a mi abuelo este cuento le llegó por Antelmo Figueroa Pulido, pero mi abuelo no se acordaba del final. Así que, para remediar esto, señalaré que el desenlace, a partir del regreso del villano a Trinitaria, así como todos los diálogos, los inventé yo, partiendo de las generalidades que me contaron mi mamá y mi abuelo (pero ¿no es así como se construye toda la literatura?)
febrero 18, 2024 a las 12:20 am
¡Qué bonito cuento! Y qué importante es preservar los cuentos populares y que al menos haya registro de ellos aunque no siempre haya una versión 100% original de ellos.
febrero 18, 2024 a las 7:10 pm
Disfruté mucho leyendo este cuento, no lo conocía. Me impresionó la maestría con que lo narras, Katy Escalante.
febrero 19, 2024 a las 1:27 pm
Katy, Que bonito y lo disfrute mucho, no lo conocía
febrero 19, 2024 a las 5:25 pm
Hermoso cuento Katy felicidades por tu trabajo soy tu fan