El 15 de octubre de hace muchos años, escuché la radio.
Oí que Bo Vilhelm Olsson había desaparecido. Días después, lo último que se sabía de él era que había estado en el parque de Tegner, jugando con una botella vacía de cerveza.
Pasaron años antes de que pudiera comprender qué había pasado con mi amigo Bo hasta que, un día, llegó a mis oídos la historia del príncipe Mío, que dejó su ordinaria vida con su tío Sixten y su tía Edla y abandonó su primer nombre, Bo Vilhelm Olsson, para cumplir con el destino que marcaba la profecía. ¡Ay, Mío, mi pequeño Mío! Desde que te llamabas Bo y te decíamos Bosse, sabíamos que te encantaban los cuentos. De alguna manera, cuando escuché la radio el 15 de octubre, intuí que estabas inmerso en uno.
Cuando lees cuentos de hadas, parece que todo es felicidad, fantasía y belleza, igual que tu viaje al País de la Lejanía, donde todo es hermoso: las casitas blancas, la rosaleda y tu caballo Míramis. Pero, a medida que leía tu historia (¡porque, ahora, tu historia está en un libro, Mío!), yo sabía que algo no iba bien. Tanta felicidad y perfección no es normal en un libro. Sabes que, tarde o temprano, algo malo va a pasar (¿verdad? Si no, no habría narración). Y sentía mucha pena por ti, tan feliz con tu padre, el rey, tu amigo Yum-Yum, la rosaleda y tu caballo. Sentía miedo de que, al final, todo hubiera sido un sueño tuyo.
Finalmente, conociste la profecía que dictaba que el príncipe Mío debía vencer al caballero Kato, cuyo solo nombre hacía marchitar las flores y estremecer a los animales. Este caballero Kato es alguien muy misterioso, según me cuentan.
«Mío, mi pequeño Mío», ilustración de Ilon Wikland
Pienso que, la mayoría de las veces, así se nos presentan las dificultades de la vida, como algo misterioso, oscuro, poco más que una energía maldita. Y le tenemos miedo a lo desconocido, y nos sentimos indefensos, avergonzados de nosotros mismos, incluso. Yo no soy hijo de un rey ni he luchado contra fuertes caballeros, pero en las batallitas del día a día también me he sentido pequeño.
¡Y la pérdida! Ay, Mío, la pérdida es lo que más miedo me da en el mundo, más aún que el caballero Kato. ¿Quién hubiera dicho que la pérdida también existe en el País de la Lejanía? Quizá no haya mundos lo suficientemente grandes para la muerte, especialmente la muerte de niños, una de las más amargas. Tú conviviste con el duelo muy de cerca, incluso en ese paraíso brillante y seguro, y me enorgullece que no te arredraras. Al contrario, tuviste que ir hasta el cuartel de la misma muerte, en donde todo era dolor y desesperanza, para mirar tus miedos a los ojos, plantárteles firmemente y decirles que tú eras el príncipe Mío y estabas allí para terminar con el sufrimiento de todo un pueblo.
La gente corta de miras te dirá que, en la vida real, los muertos no regresan de las tumbas, que no hay mantas tejidas con hilos mágicos que despierten de su largo y pesado sueño a ninguna hija de ninguna tejedora, como le ocurrió a Milimani. Pero ¿recuerdas esa frase sobre los cuentos de hadas que te gustaba tanto? Decía: “El bebé conoce al dragón íntimamente desde el momento en que tuvo imaginación. Lo que el cuento de hadas le brinda es un san Jorge para matar al dragón”.
Quizá sueno cruel, Mío, pero tengo que decirte que tu historia no es original. Hay muchas otras que nos hablan, y nos hablarán en el futuro, sobre san Jorge y el dragón; sobre miedos primigenios; sobre sentirse tan poquita cosa frente a caballeros oscuros; sobre la amenaza de la maldición en un mundo cálido y perfecto como una manta en invierno. No importa nada de eso, Mío, porque con tu historia, me devolviste la ilusión de estar leyendo un cuento de héroes, príncipes y villanos como si fuera la primera en toda la historia de la humanidad. Y he de decir que eso, sin duda, es la prueba de una narración que sobrevive al paso del tiempo. Nunca dejaremos de leer esas historias, incluso si los pájaros del luto no dejan de cantar.
Cómo me hubiera gustado ayudarte en tu misión en el País de la Lejanía, Mío, pero me alegra que hayas encontrado a Yum-Yum y a los otros niños que también querían vencer al caballero Kato. Todos ellos fueron tus hadas buenas, quienes te dieron la magia necesaria para enfrentar a la muerte y la tristeza sin miedo, igual que hacen nuestros amigos y familia de este lado del mundo. ¿Qué sería de nosotros sin toda esa ayuda? Aun en nuestras guerras cotidianas, estaríamos perdidos.
Al final de tu historia dices que ojalá tu viejo amigo Benka haya encontrado otros amigos. Después de muchos años, los encontré, Mío, pero nadie es como tú. Me siento feliz de que hallaras un mundo mejor para ti en el País de la Lejanía, pero no puedo evitar estar triste de que te encuentres tan lejos. Creo que sólo me quedará atesorar tu libro, que ya se convirtió en uno de mis favoritos. Cada vez que me lamente de lo pequeño que soy, cada vez que me vea frente a frente con un caballero como Kato, cada vez que dude de mi fuerza y mi voluntad, cada vez que me aterre la posibilidad de perder y cada vez que mi vida se torne tan fría como aquella cámara en la que fuiste encerrado, leeré tu libro y encontraré en él un san Jorge.
Tu amigo que no te olvida
Benka
Para preguntar en la librería:
Mío, mi pequeño Mío
Astrid Lindgren (texto) & Ilon Wikland (ilustraciones)
En la primera parte de esta entrada yo me preguntaba si Los invictos podía considerarse realmente una novela juvenil. Ahora, en esta segunda parte, me preguntaré lo mismo tomando en cuenta la dificultad que supone leer a un autor como William Faulkner.
En la entrada
anterior aceptamos que Los invictos tiene
rasgos de novela juvenil: la amistad entre dos personajes jóvenes, casi de la
misma edad que el lector; la ausencia o ineptitud de los padres y las aventuras
que corre el protagonista, enmarcadas en la Guerra de Secesión. Sin embargo,
¿es Los invictos una novela que
pueden disfrutar los jóvenes a pesar del estilo del autor? Porque, primero, hay
que aceptar que el estilo de Faulkner es complejo y que, para disfrutarlo, hay
que desarrollar cierta competencia lectora; a menudo, esto se hace, o debería
hacerse, en casa y en la escuela, de la mano de un mediador (que pueden ser los
padres) o de un profesor, una vez iniciada la edad escolar del niño.
Los primeros
acercamientos con lo literario se dan en el entorno familiar, con canciones de
cuna y nanas, y sin duda estos textos son muy valiosos, puesto que desarrollan
la inteligencia lingüística y verbal de los niños y les proporcionan seguridad
y estabilidad; no obstante, en este texto quiero enfocarme en la formación
literaria, la cual se da en la escuela, ya que es esta institución la que
brinda las herramientas cognitivas que permiten disfrutar, a un nivel más
profundo, novelas como Los invictos.
Me gusta pensar
en la competencia lectora, pero sobre todo en la formación literaria, como lo
que hacemos cuando leemos ficción por placer; también me gusta pensar que leer
es mucho más que leer; es decir, cuando leemos hacemos muchas otras cosas
además de descifrar las letras y las palabras: imaginamos, sentimos miedo o
angustia o alegría o tristeza o emoción por saber qué va a pasar en el
siguiente capítulo y, también (quizá esto sea lo más importante), leemos desde
un contexto histórico determinado y desde nuestra identidad (delimitada, entre
otras cosas, por la edad y, por ello, cambiante, líquida). Ello sin duda afecta
nuestra recepción del texto, dado que todos esos factores externos influyen en
nuestra comprensión del mundo y, consecuentemente, en nuestra comprensión del
arte en general.
¿Qué otras cosas
hacemos cuando leemos? Teresa Colomer (1991), una especialista en literatura
infantil y educación literaria, señala que, en un nivel más profundo, cuando
leemos llevamos a cabo “la anticipación de los diversos elementos narrativos,
la selección de indicios relevantes, la integración de la información sobre las
nuevas acciones y conductas de los personajes y, sobre todo, el análisis del
propio autocontrol sobre la coherencia interpretativa” (pp. 24-25). Estas
integraciones, que constituyen la experiencia lectora, se aprenden mejor en la
escuela, con técnicas como la lectura colectiva, de acuerdo con Colomer (1991).
Pero hablaremos de ello un poco más adelante; ahora, quisiera enfocarme en los
aspectos que pueden resultar “difíciles” de la lectura de Los invictos.
Fotograma de «La balada de Buster Scruggs», escrita y dirigida por los hermanos Coen (2018).
Para empezar, el
propio estilo del autor tiende a ser complejo para determinados públicos; se
sabe que William Faulkner es uno de los mayores exponentes del monólogo interior
(ya escribí sobre este recurso, aunque de manera muy breve, en la entrada sobre
La gran Gilly Hopkins). Si bien la
novela está narrada en primera persona, la historia no está compuesta en su
totalidad por monólogos interiores. Un ejemplo de éstos se nota en la siguiente
cita de los pensamientos de Bayard cuando él, Ringo, Yaya y sus primos Drusilla
y Denny pasan la noche en la que era la cabaña de los negros, puesto que su
hacienda fue incendiada:
Yo también tenía que enterarme de lo del ferrocarril; probablemente, era más la necesidad de quedar igualado con Ringo (o aun delante de él, porque yo había visto la vía férrea cuando había ferrocarril, y él no) que la atracción de un muchacho por el humo y la furia y el estruendo y la velocidad. Nos sentamos allí, en aquella cabaña de esclavos, dividida, como la cabaña de Louvinia en casa, en dos habitaciones mediante una colcha colgada, al otro lado de la cual tía Louise y yaya estaban ya en la cama, y donde primo Denny debía estar también de no haber sido por el permiso que le habían dado aquella noche para escuchar con nosotros, aunque no necesitaba oírlo otra vez porque había estado presente cuando todo ocurrió; Ringo y yo nos quedamos sentados, escuchando a prima Drusilla y mirándonos fijamente el uno al otro con la misma asombrada e incrédula pregunta: ¿En dónde podíamos haber estado en aquel momento? ¿Qué podíamos estar haciendo, aun a cien millas de distancia, para no haberlo notado, presentido, y habernos detenido para mirarnos, exaltados y estupefactos, mientras aquello sucedía?
Faulkner, 1981, p. 168.
Este fragmento,
que corre como un río, puede resultar confuso para ciertos lectores, ya que el
monólogo interior tiende a ser rápido, a saltar de un pensamiento a otro y, además,
a ser caótico, porque, como observamos en la cita, por un lado Bayard
reflexiona sobre la situación que está viviendo en ese momento (el hecho de
estar en la cabaña con Ringo, su tía Louise y Yaya), pero también piensa en el
hecho de que Ringo y él ya no tienen vidas tan parecidas, pues Bayard ya vio
las vías del tren y Ringo no. Las preguntas finales se refieren a uno de los
momentos cruciales de la novela: cuando Ringo y Bayard creen haber matado a un
soldado y corren a decírselo a Yaya; ello le agrega complejidad a los
pensamientos del muchacho, porque, como se ve, salta de uno a otro, tal como
hacemos todos cuando pensamos.
Otro aspecto del
estilo del autor que puede resultar complicado para ciertos lectores es la
elipsis que, como dije en la primera parte de esta entrada, es un recurso que
William Faulkner tiende a utilizar cuando están a punto de revelarse hechos
trascendentales o dramáticos. Un ejemplo de ello es, precisamente, la forma en
que se nos va revelando la información cuando Ringo y Bayard pretenden
dispararle al soldado; poco a poco, nos enteramos de que, en realidad, le han
dado al caballo del soldado. Ésta es una manera magistral de aumentar la
tensión de la novela: ¿es posible que dos chicos de catorce, quince años maten
a un soldado de los Estados Unidos y, además, se enorgullezcan de ello? Al
final, estamos a salvo, dado que es el caballo el que muere. He aquí la cita
del diálogo entre el soldado y Yaya:
–No pregunte nada, abuela. Quédese callada. Más valdría que hubiese hecho sus preguntitas antes de mandar fuera a esos dos diablillos con este fusil.
– ¿Hubo…?
[…]
– ¿Está… eso… al que…?
– ¿Muerto? ¡Sí, demonios! ¡Se rompió el espinazo y tuvimos que pegarle un tiro!
– ¿Que… tuvieron que… pegarle un tiro?
Yo tampoco sabía lo que era estar pasmado de espanto, pero así estábamos los tres, Ringo, yaya y yo.
– ¡Sí, por Dios! ¡Tuvimos que pegarle un tiro! ¡El mejor caballo de todo el ejército! El regimiento entero apostaba por él para el próximo domingo…
Faulkner, 1981, p. 106.
Por último, otro
aspecto que no necesariamente es difícil, pero sí quizá poco conocido para los
lectores jóvenes, es el contexto histórico en el cual se desarrolla Los invictos, la Guerra de Secesión. Leer
tomando en cuenta el propio contexto de la novela o el cuento es sumamente
importante, pues éste va a dictar los comportamientos, las actitudes y las
acciones de los personajes; en relación con esto, muchos académicos han
comentado que, cuando en clase leen Ana
Karenina con sus alumnos, éstos les han preguntado por qué Ana “no se
divorcia”. En ese sentido, es igualmente importante saber que, en la Guerra de
Secesión, los esclavos negros luchaban por su libertad y ello, naturalmente, va
a permear la relación entre Bayard y Ringo. Al principio, cuando es más joven,
Ringo no se asume como negro, sino como parte de la familia Sartoris; no
obstante, cuando crece, toma consciencia de su identidad y, una vez que se
empieza a rumorar la liberación de los esclavos, Ringo significativamente dice
que “ya no es negro”.
Más adelante, la
actitud de Ringo se vuelve mucho más distante y no sólo abraza su identidad
como negro, sino que también actúa como parte del servicio de la familia
Sartoris, un rol que siempre tuvo pero que no siempre reconoció o aceptó, ya
que, mientras crecía, él parecía tener la idea de ser hermano de Bayard.
Gracias a todo ello, podemos apreciar cómo la relación entre estos dos chicos
se ve permeada por el contexto histórico en el que viven.
Pero dicha
relación no es lo único que se ve afectado por el contexto histórico. En la
primera parte de este texto hablábamos de la ineptitud o ausencia de los
adultos, una característica casi esencial de la literatura juvenil. En este
caso, la ausencia más importante es la de John Sartoris, el padre de Bayard,
quien se encuentra combatiendo en la guerra en el bando de los confederados. No
obstante, éste es un hecho lejano tanto para Ringo como para Bayard, quienes
piensan que el coronel Sartoris está combatiendo “en Tennessee”, que parece un
lugar muy lejano respecto a Jefferson, y sin duda lo era en el siglo XIX, pues
las comunicaciones no eran las de ahora, pero lo que quiero recalcar con eso es
el profundo abandono emocional de los dos chicos, sobre todo de Bayard.
Leyendo esta
entrada, es probable que alguien pueda pensar que, entonces, Los invictos es, en efecto, una novela
difícil para los jóvenes lectores, pero ¿es eso siempre intimidante? Y, si lo
es, ¿provoca un rechazo al texto? O, más precisamente: ¿los jóvenes lectores
(digamos entre 15 y 18 años) no deben leer Los
invictos porque es una novela muy difícil para su edad? ¿No hay forma de
que la lean, es decir, es Los invictos completamente
inaccesible para ellos?
Por supuesto que
no. Es irracional pensar que Los invictos
es un texto ilegible para los lectores jóvenes o para cualquier lector; no
obstante, es innegable que los lectores jóvenes necesitan cierta ayuda, cierta
muleta en la cual apoyarse, para poder disfrutar plenamente textos difíciles. Estoy
pensando en los maestros, los promotores de lectura más consistentes, ya que
son ellos quienes pueden fomentar el hábito de la lectura entre sus alumnos
todos los días, y pueden hacer esto, además, con el profesionalismo y la
profundidad con los que se debe abordar un texto literario. Al respecto, el
maestro Pedro Cerrillo (2016) dice: “Los jóvenes debieran enfrentarse a la
lectura de textos de contrastada calidad literaria que propongan ‘desafíos’
lingüísticos (comprensivos e interpretativos), de modo que la lectura resulte
estimulante: textos que puedan despertar emociones, plantear preguntas,
proponer retos intelectuales, aportar nuevos conocimientos y ayudarles a
recorrer su itinerario de lectores competentes y literarios. En cualquier caso,
es muy importante que las primeras lecturas de la adolescencia no sean superficiales
y demasiado fáciles, porque eso dificultará el paso a otras lecturas, ya no
diferenciadas por la edad de sus destinatarios” (p. 88).
Por ello son
importantes las lecturas no demasiado fáciles y, a la vez, estimulantes: porque
pueden servir de puente hacia otro tipo de textos, éstos sí, un poco más complejos
y ya liberados del corset que supone “la edad ideal” de los lectores. Por
ejemplo, Los invictos tiende puentes
con Sartoris, con El ruido y la furia (los Compson, que
aparecen de manera muy incidental como vecinos de los Sartoris, son los
protagonistas de El ruido…), e
incluso con Cien años de soledad y
con buena parte de la literatura latinoamericana (quién sabe cuánto le debemos
a Faulkner en ese sentido). Es decir, los libros que sean lo suficientemente
complejos y emocionantes tienen el maravilloso don de formar lectores, y si los
lectores se forman a una edad temprana, qué mejor. Ya se sabe que es más fácil
formar a un lector pronto, en la infancia o adolescencia, que trabajar para
recuperarlo o formarlo desde cero en la adultez. No digo que ello no pueda
pasar, pero sí es poco frecuente.
Entonces, para
concluir, yo diría que Los invictos es
la novela ideal para acercarse al universo de William Faulkner, pero no hay que
quedarse sólo con ella; pienso que hay que pasar de ella a El ruido y la furia, a Mientras
agonizo o a ¡Absalón, Absalón! Pero,
para que esto sea posible y el lector pueda cruzar el puente sin miedo, es
necesario contar con docentes no sólo bien preparados académicamente, sino
también apasionados por la lectura y conscientes de lo que ésta es capaz de
provocar en nosotros. Asimismo, necesitamos cada vez más espacios para la
lectura, con presupuesto y planes de acción para funcionar en un mundo invadido
por la tecnología y por miles de opciones de entretenimiento. Todo ello, tan
sólo con un fin: que la gente elija leer y que, además, elija leer libros
difíciles sin miedo.
Me quedo con
muchas ideas en el tintero, pero eso es lo bueno de escribir, que una palabra
te lleva a otra y a otra y a otra…
Para
preguntar en la librería:
Los invictos
William Faulkner
(texto) & Blanca López (ilustraciones)
Barcelona,
Bruguera, 1981.
Y para el
lector curioso:
Cerrillo, P. (2016). El lector literario. México: Fondo de Cultura Económica.
Colomer, T.
(1991). De la enseñanza de la literatura a la educación literaria. Comunicación, Lenguaje y Educación, 9, 21-31.
De pronto suelo leer libros que mueven cosas dentro de mí. Esta vez leí Los invictos, una novela de William Faulkner dirigida, aparentemente, al público joven.
Dice Marina Colasanti (2004) que el
público joven es difícil de identificar porque el rango de edad no está tan
claramente definido como el del público infantil. Pero algo que me parece más
interesante es el otro concepto que introduce la autora sobre la literatura
juvenil: “el de un lector joven no por edad o crecimiento, sino en relación con
su propio proceso de lectura” (p. 15). Es decir, entonces, que un adulto puede
ser un lector joven según lo que haya leído (y yo me atrevería a sugerir,
también, que un lector es joven de acuerdo a cómo haya realizado sus lecturas) a lo largo de su vida.
Es natural pasar por un proceso de
maduración lectora. Yo recuerdo haber madurado en mi comprensión y sensibilidad
lectoras hasta que entré a la universidad, pero aun ahora me siento como una
niña pequeña cuando leo a ciertos grandes autores, como Shakespeare, cuyas
obras puedo leer comprendiendo todas las palabras pero con una sensación de que
algo esencial se me escapa. Por
supuesto, “los libros difíciles tienen la piedad de mostrarnos cuánto nos falta”
(Guillermo Martínez, citado en Andruetto, 2016, p. 87).
Lo mismo me sucede con William
Faulkner; por eso me sorprendí cuando encontré su novela Los invictos editada como literatura juvenil, en una vieja edición
de la colección Club Joven Bruguera. Así que decidí “poner de cabeza” ese libro
y preguntarme: ¿escribió William Faulkner una novela juvenil? A primera vista,
podría decirse que no. Es decir, no creo que la intención inicial del autor de El ruido y la furia haya sido escribir
con el escurridizo público joven en mente; más bien, la presentación de Los invictos como novela juvenil parece
una decisión editorial, pero ¿es una buena decisión? Vamos a ver.
Los invictos se
sitúa en el siglo XIX estadounidense, en plena Guerra de Secesión, y cuenta
parte de la historia de la familia Sartoris (contada ya en Sartoris, publicada antes que Los
invictos). Esta historia es narrada por Bayard, el hijo del general John
Sartoris. Bayard tiene quince años cuando empieza la novela y veinticuatro
cuando finaliza, igual que Ringo, su mejor amigo, quien es también un esclavo
negro de la hacienda de su familia. A pesar de ello, Bayard y Ringo se crían
como si fueran hermanos y son muy unidos, al menos durante la primera mitad de Los invictos.
Entonces, ¿qué hay en Los invictos que pueda ser de interés
para los jóvenes? Dos cosas muy evidentes: la edad (o quizá podríamos decir las
edades) de Bayard y de Ringo y la amistad entre éstos cuando son adolescentes.
Típicamente, se piensa que las novelas juveniles tienen como característica
principal el ser protagonizadas por personajes de la misma edad del público al
que se dirigen. Además, otras novelas consideradas juveniles presentan una
amistad muy fuerte entre dos o más personajes (Tom Sawyer, por ejemplo), ya que es en la adolescencia cuando
empezamos a relacionarnos con personas o grupos de personas para tener cierto
sentido de pertenencia o para, como también dice Marina Colasanti, construir
una tribu con símbolos y lenguajes propios.
El maestro Pedro Cerrillo (2015) señala
otras características de la literatura dirigida a los jóvenes, por ejemplo,
“los personajes adultos intervinientes suelen tener dificultades o sufrir
problemas; complicidad con los más desfavorecidos; […] y una cierta preferencia
por las aventuras, la fantasía y el amor” (p. 215). Es notable la ausencia, la
vacilación y, hasta cierto punto, la ineptitud de algunos adultos de Los invictos, sobre todo de Yaya, la
abuela materna de Bayard, quien, aunque al principio de la novela esconde a su
nieto y a Ringo de los generales del ejército cuando parece que los chicos le
han disparado a un soldado, hacia el final de la novela tiene muchas dudas
sobre la compra y venta de mulas que realiza ilegalmente, asesorada por Ringo.
Sin embargo, quizá la ausencia más notable sea la de John Sartoris, el padre de
Bayard, quien se encuentra luchando en el bando de los confederados y aparece
muy pocas veces en la novela. Además, cuando aparece es sólo para confrontar a
los chicos sobre su valentía en la guerra o bien, para exigirles cosas que no van
de acuerdo con su edad.
La empatía con los más desfavorecidos
es evidente en la relación entre Ringo, un chico negro, y Bayard, un chico
blanco, hijo de un militar; esta relación se encuentra enmarcada, por si fuera
poco, en la Guerra de Secesión de los Estados Unidos. No obstante, a lo largo
de la narración, ambos muchachos parecen estar ajenos a estas supuestas
diferencias étnicas y crecen como si fueran hermanos; incluso cuando Ringo dice
que “ya no es negro” (es decir, que ya es libre) sigue luchando junto a la
familia Sartoris y acompañándola en momentos difíciles.
Por último, las preferencias por las
aventuras también se notan en Los
invictos, esta novela dirigida, accidentalmente, a los jóvenes. Como he
dicho, Bayard y Ringo son muy jóvenes al inicio de la novela y, aun así, corren
“aventuras” durante la guerra. Esas aventuras son, por ejemplo, intentar matar
a un soldado o, en el caso de Bayard, vengar al asesino de Yaya y al de su
padre. Pero no sólo eso, sino también apropiarse de mulas (a veces, de las
propias mulas del ejército) para revenderlas y así, poder volver a construir la
casa de la familia, que fue quemada por los esclavos negros. Son significativos
estos pensamientos de Bayard, que ilustran las fronteras borrosas entre una
etapa de la vida y otra:
Hay un límite para lo que un muchacho puede aceptar y asimilar; no para lo que puede creer, porque un muchacho puede creer cualquier cosa si se le da tiempo, sino para lo que puede aceptar, un límite en el tiempo, en ese mismo tiempo en que alimenta la fe en lo increíble. Y yo seguía siendo un niño en el instante en que mi caballo y el de padre pasaron por encima de la colina y parecieron dejar de galopar, y flotar, colgar suspendidos en una sola dimensión sin tiempo, mientras padre sujetaba por las riendas a mi caballo con una mano y oía al animal medio ciego de Ringo irrumpiendo y tropezando entre los árboles a nuestra derecha y a Ringo chillando […]
Faulkner, 1981, p. 140
Cuando estaba investigando para esta entrada, me pregunté si Los invictos habría sido editada como novela juvenil en años más recientes (el ejemplar que yo leí, de la colección Club Joven Bruguera, es de 1981) y, aunque no encontré un ejemplar más moderno editado como tal, sí encontré algunas portadas que presentan esta novela de Faulkner como novela de aventuras e, incluso, como novela de vaqueros; son ejemplos de ello la edición de Random House, de 1975, y la de Luis de Caralt de 1956.
Los invictos, editada por Luis de Caralt y por Random House, respectivamente.
La editorial Edaf publicó Los invictos en 2011, sin embargo, en
esa edición no observé ninguna marca que indicara que la novela estaba dirigida
al público joven o adolescente. Ello sugiere que quizá esta obra ya no se lee
con el mismo sentido crítico; tal vez ya no se considera Los invictos como novela juvenil, como sí la consideraba en 1981 la
editorial Bruguera, e incluso Random House y la editorial Luis de Caralt en
años muy anteriores a la década de los 80.
Entonces, ¿ya no creemos que sea
adecuado que los jóvenes lean Los
invictos? A pesar de las características de novela juvenil que encontramos
en esta obra, hay que señalar que William Faulkner no sacrifica su estilo
pensando en lectores quizá inexpertos, pues, al igual que en sus otras obras El ruido y la furia o Mientras agonizo, en Los invictos hay figuras como monólogo
interior y elipsis, la cual suele utilizar el autor cuando ocurren hechos
importantes o dramáticos, como la muerte de un personaje o cuando un personaje
se encuentra ante una encrucijada. A ello se suma el contexto histórico en el
que se desarrolla la novela, la Guerra de Secesión, que no todos los lectores
conocen. Considerando lo anterior, podríamos pensar que la lectura de Los invictos puede resultar difícil para
un lector joven o adolescente, pero ¿es verdaderamente así? ¿No hay
posibilidades para un adolescente que quiera acercarse a William Faulkner?
Intentaré responder esta pregunta en la siguiente entrada.
Para preguntar en la librería:
Los invictos
William Faulkner (texto) & Blanca
López (ilustraciones)
Barcelona, Bruguera, 1981.
Y para el lector curioso:
Andruetto, M. T. (2016). La lectura, otra revolución. México:
Fondo de Cultura Económica.
Cerrillo, P. (2015). Sobre la literatura juvenil. Verba Hispanica, 23(1), 211-228.
Colasanti, M. (2004). Una edad a flor de piel. México: Conaculta.