En primer lugar, los libros deberían ser desafiantes para el lector.
Tendrían que ser “hachas para mares helados”, como decía Kafka. Si leemos un texto ya no digamos mal escrito o mal editado, sino uno que no le ofrece nada al lector, que no lo invita a colaborar en la construcción del sentido para completar la experiencia estética, entonces es como si no hubiera ocurrido nada. Nada ha cambiado en nuestro interior, en nuestro universo de lectura.
En ese sentido, el desafío es igual a la desestabilización del lector, pues gracias a la lectura, éste abre sus horizontes, experimenta otros puntos de vista a través del narrador y los personajes y aprende cosas sobre el mundo, tanto de la ficción como de la no ficción.
Creo que, en casos extremos, la desestabilización (combinada con mucha ignorancia), lleva a la censura, ya que el libro está removiendo algo dentro del lector: sus convicciones más profundas, su idea de la sexualidad u orientación sexual, sus creencias religiosas, su definición del bien y del mal o la concepción que tiene de la infancia y lo que “deberían” leer los niños. Los censores se sienten desafiados pero no entienden lo que leen.
Por otro lado, quisiera hablar del desafío en dos sentidos: en el fondo y en la forma del texto. Evidentemente, las novelas o los álbumes ilustrados que hablan de temas “difíciles” para los niños a menudo resultan desafiantes (habría que ver si para los niños o para sus padres), pero también hay textos cuya forma poco convencional desafía a los lectores. Pienso en el libro álbum Aullido de Adolfo Córdova (texto) y Armando Fonseca (ilustraciones), un poema visual dividido (la primera parte se narra en forma vertical a través de las ilustraciones y la segunda parte es horizontal) cuyas múltiples lecturas (el libro podría ser leyenda, mito fundacional, fábula o alegoría) podrían dar la impresión de que no es un libro para niños.
Sin embargo, sí lo es, ya que, aunque los niños no comprendan del todo el texto, éste proporciona muchas maneras, emocionales y sensoriales, de acercarse a él (por medio de las ilustraciones o la sonoridad del poema, por ejemplo). Los niños lectores de LIJ han demostrado que echan mano de estos caminos “alternativos” para entrar al texto, tal como queda patente en múltiples autobiografías lectoras tanto de escritores y lectores destacados como de escritores y lectores anónimos.
También me pregunto si los finales felices hacen menos desafiante a la LIJ desafiante. A menudo, en los libros que tocan temas difíciles, se ofrece un recorrido narrativo a través de los distintos estadios del dolor, la muerte, la pérdida o la enfermedad. Después de esos tragos amargos, el final feliz, si no traiciona la lógica interna del texto, se siente como un alivio. Creo que esas salidas de esperanza ofrecen un camino iluminador para que los lectores gestionen sus tragedias personales y se preparen cuando las enfrenten en la vida real. El desafío de la ficción es la antesala del desafío real.
Hay muchos padres que se sienten desafiados por las etapas que van viviendo sus hijos y quizá por eso recurren a los “libros para…” de LIJ. Recuerdo a una excompañera de trabajo cuyo padre le dio, en la adolescencia, el Quiúbole con…, un libro escrito por dos conductores de televisión que aborda, de manera sexista y culpígena, aspectos que podrían preocupar o interesar a los adolescentes, como el sexo, las relaciones de pareja o las drogas. El papá de esta compañera se lo regaló para que ella lo consultara “si tenía dudas”, como si todas las respuestas fueran a estar allí y como si un libro pudiera sustituir la crianza. No creo que estos libros de finalidades educativas sustituyan la crianza y el diálogo con los padres en momentos tan decisivos en la vida de una persona como la adolescencia. Mucho menos satisfacen el placer estético y la curiosidad intelectual de los lectores. De hecho, cabría preguntarse ¿sirven para algo los “libros para…”? Bueno, esa es otra pregunta que deberá ser respondida en otra ocasión.
enero 25, 2024 a las 7:52 pm
¡Muy interesante! El hecho de dar a los libros atribuciones que no están dentro de su objetivo es muy negativo. Un libro puede cambiarte o abrirte nuevos horizontes, pero al final, el que los hace es la persona en base a su experiencia, sus posibilidades y su conocimiento. Es tarea de los padres o educadores facilitar ese camino para que el libro sea una herramienta que permita un cambio.