Me refiero a ciertos elementos mágicos que abonan (fertilizan) el gusto por la lectura: una manta suave y calientita, la sombra proyectada por un árbol, la voz, los gestos y la semi-actuación de un buen narrador (padre, madre o profesor), la sala acogedora de literatura infantil en una biblioteca, el librero de cedro (aparentemente, inaccesible) en la casa de los abuelos, repleto de enciclopedias; las ilustraciones en una página, la forma tan libro de la colección de clásicos de la editorial Orbis, el rincón donde se amontonan los libros en el salón de clases, la admiración por un amigo lector… 

La colección de clásicos de la editorial Orbis, cuyo diseño tan «libresco» me fascinaba cuando era pequeña.

Sin embargo, es verdad que son elementos escurridizos y difíciles de controlar. En la promoción de la lectura se puede insistir en el acceso a los libros, en una adecuada mediación, en acercar el libro correcto a su lector ideal, en la incorporación de programas de lectura literaria en la escuela, en la biblioteca y en el círculo familiar, en la construcción de bibliotecas con un acervo rico e interesante para su comunidad. Pero la seducción que un determinado libro le provoca a un determinado lector es amplísima, impredecible, personal y, a menudo, muy difícil de explicar. 

Ahora que lo pienso, es probable que esa seducción literaria tenga que ver con la experiencia estética o con cierta sensibilidad natural que tienen los niños. En cuanto a la primera, se construye poco a poco, cuando el espectador se expone progresivamente al arte: mientras más lees, lees mejor. Mientras más atento estés a las seducciones del día a día, como las que ya mencioné arriba, es más probable que hagas descubrimientos sobre los libros, la literatura y luego, sobre ti mismo. 

¿Cómo podríamos controlar un ambiente tan huidizo para incorporarlo sistemáticamente a la escuela o a los programas de fomento a la lectura? ¿Es deseable controlarlo? ¿Cómo lo aprovecharíamos? Se me ocurre que lo primero es detectar esa seducción literaria en un niño y no dejarla en la sombra, relegada a su mundo interior. En el disfrute de la manta calientita, los sillones mulliditos y el cuento ilustrado en el regazo se está gestando la idea de los libros y la lectura como un hogar y como una actividad placentera. 

Con el fin de fomentar el disfrute, el acceso a los libros también debe estar garantizado en bibliotecas y escuelas, pero no basta con eso. Los libros son conversaciones y punto de reunión de los lectores, por lo cual, una buena mediación también sería clave en el adecuado fomento de la lectura. Nunca me cansaré de decir que todos podemos ser mediadores de lectura pero ésta es una tarea que le corresponde, principalmente, a la educación básica. Y ahí nos falta mucho camino por recorrer.

Así que comencemos plantando pequeñas semillas, después podremos ver crecer los cedros. Empecemos por poner libros en las manos de los niños, libros que alimenten sus emociones y su experiencia estética; sigamos con la conversación literaria para desatar toda la maraña de emociones y pensamientos que llevan dentro. Lo demás vendrá por añadidura.