Mi camino lector en «Luces del norte»

Cuando leí Luces del norte habría tenido unos 12, 13, quizá 14 años. En ese entonces entendí muy poco de la trama y la protagonista me cayó mal.

Este 2021, a mis 27 años, releí ese libro cuando fui a casa por vacaciones. Al parecer, las vacaciones son mi tiempo para releer libros de la infancia, pues eso mismo pasó con La gran Gilly Hopkins, (hay una reseña aquí). En la relectura de Luces del norte me reconcilié con la protagonista, pero sigue habiendo cosas que no entiendo o que, más bien, no sé cómo entender.

El mundo de Luces del norte es como el nuestro, pero con varios toques mágicos. La primera de tres partes se desarrolla en Oxford, una ciudad en donde los niños han comenzado a desaparecer a manos de los “zampones”. Un amigo de la protagonista, Lyra Belacqua, desaparece y ella se propone encontrarlo armada con su aletiómetro, un lector de símbolos (en forma de brújula) capaz de leer el futuro. En esta misión, Lyra no está sola, la acompaña su daimonion, un animal (a veces armiño, a veces gato, a veces pájaro, a veces incluso león) que es no sólo su compañero, sino su misma alma, de la cual no puede separarse. En este mundo fantástico también hay brujas, osos acorazados y un misterioso Polvo.

Me gusta mucho ese mundo, especialmente los daimonions, y más aún, los daimonions de las brujas, pues éstos sí pueden separarse de ellas. Si bien no se abunda demasiado en eso, también me parece muy interesante la sugerencia de una sociedad anticientífica dominada por la iglesia.

En realidad, es una pena que no se desarrolle el tipo de sociedad de Luces del norte, pero esto tampoco es el propósito de la novela, pues ésta no es, digamos, de corte social o incluso de ciencia ficción, sino una narración fantástica y de aventuras. En las novelas de aventuras el ritmo suele ser rápido; en algunas, como es el caso de Luces del norte, un capítulo equivale a una aventura o a un nuevo giro de trama. Sin embargo, precisamente por este ritmo, mucha información se dice, en lugar de mostrarse, al lector. Decir directamente toma menos tiempo que mostrar, para lo cual a veces se necesitan largas y pausadas meditaciones (del personaje y del lector).

Generalmente, me molesta que en la narrativa se den demasiadas explicaciones directas. Sobre todo en este caso, con el aletiómetro, por ejemplo. Si bien Lyra va descubriendo su funcionamiento por sí misma, son los adultos quienes le revelan sus secretos. Luego, de la noche a la mañana, la chica ya puede leerlo con claridad. No hay tiempo para aprender, lo logra casi intuitivamente. Yo podría “perdonar” esta cuestión, podría ser un requerimiento del ritmo. Aunque claro, pensándolo bien, Lyra aprende por sí misma a leer el aletiómetro para mostrarle al lector que ella es “especial” y puede salvar a la humanidad de un destino fatal.

Luego, está la cuestión del narrador. Para mí, el narrador determina toda la historia: una novela de amor puede resultar completamente diferente dependiendo de si la cuenta el amado, el amante, el traicionado, el traidor, el hijo o bien, alguien fuera de la historia. Y en Luces del norte el narrador no termina de decidirse. La mayor parte del tiempo es un narrador enfocado en Lyra (aunque muy pocas veces nos metemos en la mente de ella) y, especialmente en dos capítulos, escucha conversaciones sin que Lyra esté presente; es decir, es un narrador disfrazado de omnisciente.

Esas dos cuestiones de Luces del norte me tenían debatiendo conmigo misma acerca de si dicha novela era realmente buena o si caía en vicios facilones de best seller. Todavía no lo decido, y por eso escribí esta entrada, para tratar de desentrañar lo que pienso (pues, con mucha frecuencia, tiendo a titubear cuando leo algo aparentemente mal escrito).

Escribo esta entrada ya a dos meses de haber terminado Luces del norte. Ahora estoy leyendo Conversaciones de Aidan Chambers. A la luz de Conversaciones, aprendí que reconstruir una lectura (es decir, reseñarla o comentarla) es, a veces, trazar el camino de lo que nos ha sucedido mientras leíamos. En este caso, mi relectura de Luces del norte empezó siendo escéptica, luego fue trepidante (por el ritmo y por todas las aventuras de Lyra) y al final, me quedé con una masa de sentimientos reducida, al final, al escepticismo. Después de esta novela, la saga continúa con La daga y El catalejo lacado, y, si bien el final de Luces del norte es abierto, todavía no sé si me anime a leerlas.

Quizá en esta entrada me arriesgo mucho a encasillar Luces del norte en alguna categoría específica para sentirme tranquila con mi yo lector, pero no es así. Aunque he dicho que me parece una novela de aventuras, no pretendo meterla en ningún cajón, sino entender más su universo narrativo y su construcción. El mundo de la novela me encantó, no obstante, las inconsistencias del narrador me dejaron con ganas de más. En un libro, es muy triste encontrar una buena idea ejecutada con una técnica pobre, porque es como dejar al lector a medias. Es abrir una puerta hacia otro mundo durante sólo un instante, pues al segundo siguiente, el mecanismo de la puerta deja de funcionar y ésta ya nunca se vuelve a abrir. El lector ha quedado fuera de ese mundo.

Ya lo he dicho antes: algunos libros tienen la piedad de decirnos cuánto nos falta. La frase no es mía, estoy parafraseando a Guillermo Martínez y su “Elogio de la dificultad”. Según Martínez, los libros difíciles nos muestran cuánto nos falta como lectores. Yo añadiría que son también los libros mal escritos o, cuando menos, imperfectos, como Luces del norte. Aprendo mucho con los libros difíciles, y más con libros “veleidosos” o con errores ambiguos. Hace tiempo, cuando me dedicaba a hacer corrección de estilo, leí que el corrector debe vivir “en una duda permanente”. Como lectores, tampoco debemos abandonar ese estado de duda, al menos no completamente. ¿Soy yo o es el libro? ¿Esto es verdaderamente un error o un prejuicio mío? ¿Y si es un error, pero, en este caso, con este libro en particular… funcionara?

Como siempre me pasa con lo que escribo para El Carrito Rojo, me quedo con más preguntas que respuestas. Lo bueno de la lectura es que puedes encontrar respuestas en otros libros, con otros autores, mucho tiempo después.

Para preguntar en la librería:

Luces del norte

Philip Pullman

México, Penguin Random House, 2018.

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