En la orilla del papel todavía puedo sentir el filo del cuchillo.
Al llegar a casa de la librería tuve que cortar algunas hojas del libro que, cerradas, guardaban gusanos, mariposas y hormigas de un color tan rojo como la sangre. Natura (texto de María José Ferrada e ilustraciones de Mariana Alcántara) es una colección de estampas de plantas azules y animales rojos que guardan un misterio en su piel. El misterio son las huellas en el sendero que dejan hombres, mujeres y niños.
Si el bosque es un cuerpo, su voz son los pájaros; y los gusanos, el tejido blando. Si el bosque es un cuerpo, el venado es la sangre. Si el bosque es un cuerpo, las mariposas son su alma. Si el bosque es un cuerpo, nuestras huellas son sus cicatrices. Los pensamientos del bosque son la poesía de Natura, pues allí siempre sucede algo, pero a una escala pequeñísima. Aun así, alguien escucha, ya sea un poeta o un niño.
La naturaleza no es azul. Este color se esconde por todos lados, a pesar del cielo y el mar. Sin embargo, las plantas de Natura están estampadas rotundamente en la página con un azul de Prusia cargadísimo, que recuerda a las algas de Anna Atkins, en donde arte y ciencia se fusionan.
«Natura», ilustración de Mariana Alcántara
Me gusta la mirada que tiene María José Ferrada sobre la naturaleza, pues la considera una maestra del cambio, del viaje, de los pasos que damos y de las cicatrices que ganamos para ser quienes somos. Y en Un jardín, otra obra de Ferrada (esta, ilustrada por Isidro Ferrer), la naturaleza es la maestra del señor Wakagi, que, al observar su jardín, se convierte en todos los seres que lo habitan: conejo, rana, lluvia, brote, suelo. El señor Wakagi sueña con ese jardín, al que llega poco tiempo después, para vivir en un paraíso personal.
La trascendencia es algo que me mueve profundamente (a veces, es la brújula de mi vida). Compartir el conocimiento o el arte con los demás hace que valga la pena vivir (al menos, a mí me lo parece). Natura, con el azul de Prusia y el rojo sangre, con el lomo cosido y expuesto y las hojas blancas aún unidas por uno de los bordes, regresa al lector a un mundo orgánico, palpable y lleno de riqueza que se alimenta de sus visitantes (hombres, mujeres y niños); a la vez, los visitantes también se nutren de la naturaleza. Esta alimentación mutua es lo que le permite al ser humano trascender. Creo que no son solamente los artistas clásicos quienes trascienden con su obra, pues cada uno de nosotros se nutre de los demás y, así, deja su huella en el mundo. Finalmente, como dice Natura, todo sucede a una escala pequeñísima.
Me conmueve hacer esta reseña en el mes de enero. A principios de mes, estaba yo en un parque donde había una laguna, árboles y muchos patos y cisnes, pensando en el año nuevo y en los cambios que, en ese entonces, tan sólo se aproximaban. Me parecía que en aquella laguna todo seguía igual, el agua lisa, los pájaros yéndose a dormir a las copas de los árboles. Sin embargo, ahora me doy cuenta de que tanto ese parque como yo nos hemos alimentado uno del otro.
Para preguntar en la librería:
Natura
María José Ferrada (texto) & Mariana Alcántara (ilustraciones)
Quiero escribir esta entrada como si miráramos un conjunto de fotos. Cada párrafo corresponde a una imagen.
I. Una camiseta roja, unos pantalones azules
En la prensa a veces se hace viral alguna foto dramática de gente que se ve obligada a huir de su país, de su casa y de su familia, quizá para no volver jamás. Fue ese el caso de Aylan Kurdi, de tres años, un niño sirio que viajaba con sus padres y su hermano hacia Grecia. Sin embargo, su embarcación se hundió y Aylan falleció frente a las costas de Turquía. La foto del pequeño, que usaba pantalón azul y playera roja, acostado boca abajo sobre la arena, fue replicada miles de veces en la prensa internacional, como símbolo del drama de la migración y el exilio.
II. 4, 6, 8, 12
Parece un cuento de hadas perverso: padres que suben a sus hijos a un barco que cruzará el océano Pacífico para deshacerse de ellos, como en el cuento “Hansel y Gretel”. Pero esos padres, en realidad, estaban protegiendo a sus hijos de la guerra civil española y de la dictadura franquista, y no los hubieran puesto en el agua si la situación en su tierra natal no hubiera sido tan desesperanzadora. Niños de 4, 6, 8 y hasta 12 años de edad, los más mayores, se enfrentaban, solos, a una travesía que les cambiaría la vida y la identidad.
III. Conciencia
Mexique, el nombre del barco, con texto de María José Ferrada e ilustraciones de Ana Penyas, habla de los 456 niños que nacieron españoles, pero envejecerían y morirían siendo llamados «niños de Morelia». Además, este libro álbum lanza preguntas sobre qué es una nación, un hogar y qué significa tener o no una patria.
Las ilustraciones de Ana Penyas están basadas en fotografías del barco y de los niños españoles que llegaron a Veracruz y luego se dirigieron, por tren, a Morelia, lo cual ilustra muy bien el drama y los abismos que se viven en situaciones como estas. El libro comienza con ilustraciones de niños subiendo al barco; algunos de ellos van de brazo en brazo, y otros se despiden de sus familias, que los observan desde el muelle, desde el otro lado de la página. Me pregunto si alguno de esos chicos sabe qué está pasando en realidad. Les han dicho que se irán a otras tierras “mientras las cosas se calman”, por eso, muchos creen que se van de vacaciones. ¿Durante cuánto tiempo creyeron eso? ¿En qué momento dejaron de pensar en volver a ver a sus padres, a sus familias?
Ilustración de «Mexique, el nombre del barco», por Ana Penyas
IV. Una nube
Jorge Llop Plants perdió la ilusión, o la inocencia, a los 16 años. En una entrevista concedida al periódico El sol de Morelia, Juan, hoy de más de ochenta años, cuenta que se embarcó en el Mexique por decisión de su padre, que había quedado viudo hacía algún tiempo. Durante muchos años, Juan le escribió a su padre, hasta que este ya no le respondió. Todos le decían que quizá estaba cansado y por eso no le contestaba las cartas, pero en realidad, había fallecido. Juan terminó por aceptar esto a los 16 años. Este niño de Morelia recuerda su travesía en el Mexique entre nubes, como seguramente la recuerdan la mayoría de los chicos.
V. Un trozo de espejo
Algunos recuerdos poco nítidos en la memoria también conforman la identidad. De hecho, la identidad de los niños de Morelia (y la de cualquier persona que se ve forzada a migrar, en cualquier época y lugar) está fragmentada. ¿Son españoles o mexicanos? Muchos de ellos, como el señor Llop Plants, se consideran completamente mexicanos, pero lo cierto es que aún conservan raíces y pequeños recuerdos de su tierra natal, de sus padres, hermanos y amigos. La identidad, en este caso, está rota; se rompió aquel día en que abordaron el barco y los pedazos se repartieron entre México y España, y también en el Mexique y en el mar.
VI. Un hilo
La narración de Mexique, el nombre del barco, aunque tiene un orden lógico de principio a fin, también está contada con fragmentos. Cada foto/ilustración de los niños de Morelia funciona como un pedazo de memoria que se reconstruye con el orden en que se presentan las ilustraciones. Es como si, una tarde, encontráramos fotos viejas en un archivo y nos dispusiéramos a ordenarlas para contar una historia que no recordamos y que, quizá, tampoco podemos poner en palabras. Sin embargo, la prosa poética de María José Ferrada no describe sucesos uno detrás de otro, sino solo sentimientos que se agolpan en la garganta al contemplar la interminable panza del barco, el inmenso océano, las oleadas de gente con pañuelos blancos en Veracruz.
Ilustración de «Mexique, el nombre del barco», por Ana Penyas
VII. Un destino
Cuando llegaron a México, los niños de Morelia fueron acogidos por la escuela España-México, situada en dicha ciudad mexicana. Recibieron el apoyo del Patronato Pro Niños Españoles a partir de 1942, con el cual se desarrollaron tres casas hogar, dos para hombres y una para mujeres. Con estos apoyos, los chicos lograron sobrevivir una buena cantidad de décadas, ya que las “largas vacaciones” se convirtieron en una estancia prolongada, vitalicia, debido al estallido de la Segunda Guerra Mundial.
VIII. Una casa
Me pregunto si los niños de Morelia continuaron aferrando la patria que llevaban en la maleta en la escuela España-México, en los albergues y en las sucesivas casas hogar donde vivieron. Pienso que quizá, en realidad, jamás se bajaron del barco, puesto que siempre estuvieron navegando entre los embates del apoyo del gobierno de México, de la incertidumbre, de la nostalgia por su país y de la desesperación por comenzar a “buscarse la vida” a muy temprana edad.
IX. Espejos
El señor Llop Plants se mira al espejo como mexicano, pero quizá haya otros niños de Morelia que se vean el rostro en un espejo de aguas turbulentas. Quizá no podamos comprender del todo lo importante que es tener una identidad enraizada en un territorio hasta que la perdemos o hasta que se ve comprometida por conflictos bélicos. Lo único que nos queda es no tratar a nadie como alienígenas.
Para preguntar en la librería:
Mexique, el nombre del barco
María José Ferrada (texto) & Ana Penyas (ilustraciones)
México, Ediciones Tecolote y Alboroto Ediciones, 2018.
Y para el lector curioso:
Bibiano, H. (Productor). (2019). El exilio republicano en México. La llegada del Sinaia a Veracruz [Documental]. Universidad Veracruzana.