Mío, mi pequeño Mío:

Upplandsgatan, 14 de diciembre

El 15 de octubre de hace muchos años, escuché la radio.

Oí que Bo Vilhelm Olsson había desaparecido. Días después, lo último que se sabía de él era que había estado en el parque de Tegner, jugando con una botella vacía de cerveza.

Pasaron años antes de que pudiera comprender qué había pasado con mi amigo Bo hasta que, un día, llegó a mis oídos la historia del príncipe Mío, que dejó su ordinaria vida con su tío Sixten y su tía Edla y abandonó su primer nombre, Bo Vilhelm Olsson, para cumplir con el destino que marcaba la profecía. ¡Ay, Mío, mi pequeño Mío! Desde que te llamabas Bo y te decíamos Bosse, sabíamos que te encantaban los cuentos. De alguna manera, cuando escuché la radio el 15 de octubre, intuí que estabas inmerso en uno.

Cuando lees cuentos de hadas, parece que todo es felicidad, fantasía y belleza, igual que tu viaje al País de la Lejanía, donde todo es hermoso: las casitas blancas, la rosaleda y tu caballo Míramis. Pero, a medida que leía tu historia (¡porque, ahora, tu historia está en un libro, Mío!), yo sabía que algo no iba bien. Tanta felicidad y perfección no es normal en un libro. Sabes que, tarde o temprano, algo malo va a pasar (¿verdad? Si no, no habría narración). Y sentía mucha pena por ti, tan feliz con tu padre, el rey, tu amigo Yum-Yum, la rosaleda y tu caballo. Sentía miedo de que, al final, todo hubiera sido un sueño tuyo.

Finalmente, conociste la profecía que dictaba que el príncipe Mío debía vencer al caballero Kato, cuyo solo nombre hacía marchitar las flores y estremecer a los animales. Este caballero Kato es alguien muy misterioso, según me cuentan. 

«Mío, mi pequeño Mío», ilustración de Ilon Wikland

Pienso que, la mayoría de las veces, así se nos presentan las dificultades de la vida, como algo misterioso, oscuro, poco más que una energía maldita. Y le tenemos miedo a lo desconocido, y nos sentimos indefensos, avergonzados de nosotros mismos, incluso. Yo no soy hijo de un rey ni he luchado contra fuertes caballeros, pero en las batallitas del día a día también me he sentido pequeño.

¡Y la pérdida! Ay, Mío, la pérdida es lo que más miedo me da en el mundo, más aún que el caballero Kato. ¿Quién hubiera dicho que la pérdida también existe en el País de la Lejanía? Quizá no haya mundos lo suficientemente grandes para la muerte, especialmente la muerte de niños, una de las más amargas. Tú conviviste con el duelo muy de cerca, incluso en ese paraíso brillante y seguro, y me enorgullece que no te arredraras. Al contrario, tuviste que ir hasta el cuartel de la misma muerte, en donde todo era dolor y desesperanza, para mirar tus miedos a los ojos, plantárteles firmemente y decirles que tú eras el príncipe Mío y estabas allí para terminar con el sufrimiento de todo un pueblo.

La gente corta de miras te dirá que, en la vida real, los muertos no regresan de las tumbas, que no hay mantas tejidas con hilos mágicos que despierten de su largo y pesado sueño a ninguna hija de ninguna tejedora, como le ocurrió a Milimani. Pero ¿recuerdas esa frase sobre los cuentos de hadas que te gustaba tanto? Decía: “El bebé conoce al dragón íntimamente desde el momento en que tuvo imaginación. Lo que el cuento de hadas le brinda es un san Jorge para matar al dragón”.

Quizá sueno cruel, Mío, pero tengo que decirte que tu historia no es original. Hay muchas otras que nos hablan, y nos hablarán en el futuro, sobre san Jorge y el dragón; sobre miedos primigenios; sobre sentirse tan poquita cosa frente a caballeros oscuros; sobre la amenaza de la maldición en un mundo cálido y perfecto como una manta en invierno. No importa nada de eso, Mío, porque con tu historia, me devolviste la ilusión de estar leyendo un cuento de héroes, príncipes y villanos como si fuera la primera en toda la historia de la humanidad. Y he de decir que eso, sin duda, es la prueba de una narración que sobrevive al paso del tiempo. Nunca dejaremos de leer esas historias, incluso si los pájaros del luto no dejan de cantar.

Cómo me hubiera gustado ayudarte en tu misión en el País de la Lejanía, Mío, pero me alegra que hayas encontrado a Yum-Yum y a los otros niños que también querían vencer al caballero Kato. Todos ellos fueron tus hadas buenas, quienes te dieron la magia necesaria para enfrentar a la muerte y la tristeza sin miedo, igual que hacen nuestros amigos y familia de este lado del mundo. ¿Qué sería de nosotros sin toda esa ayuda? Aun en nuestras guerras cotidianas, estaríamos perdidos.

Al final de tu historia dices que ojalá tu viejo amigo Benka haya encontrado otros amigos. Después de muchos años, los encontré, Mío, pero nadie es como tú. Me siento feliz de que hallaras un mundo mejor para ti en el País de la Lejanía, pero no puedo evitar estar triste de que te encuentres tan lejos. Creo que sólo me quedará atesorar tu libro, que ya se convirtió en uno de mis favoritos. Cada vez que me lamente de lo pequeño que soy, cada vez que me vea frente a frente con un caballero como Kato, cada vez que dude de mi fuerza y mi voluntad, cada vez que me aterre la posibilidad de perder y cada vez que mi vida se torne tan fría como aquella cámara en la que fuiste encerrado, leeré tu libro y encontraré en él un san Jorge.

Tu amigo que no te olvida

Benka

Para preguntar en la librería:

Mío, mi pequeño Mío

Astrid Lindgren (texto) & Ilon Wikland (ilustraciones)

Barcelona, Editorial Juventud, 2010

Una estatua, unas cartas, una voz

Para el escarabajo pelotero

Este libro lo tiene todo: misterio, aventura, fantasía, onirismo, estatuas egipcias, botánica, flores azules, escarabajos peloteros, partidas de ajedrez, una mansión antigua, una historia de amor del siglo XVIII y pastillas de regaliz.

No sé si la crítica de LIJ lo dice (y, francamente, no me importa demasiado en estos momentos) pero, para mí, los libros de María Gripe son clásicos raros. Son raros en el sentido de que, al menos en México, su presencia (y ya no digamos su lectura) no es muy frecuente en bibliotecas, librerías o escuelas. De hecho, la investigadora Beatriz Vera Poseck dice que, de los 40 libros de María Gripe, 20 se han traducido en España y de ellos, 10 no se han descatalogado. 

No sólo por esta circunstancia sus libros son raros, sino también por “insignes, sobresalientes o excelentes en su línea”. Y esto, de hecho, los hace clásicos. Claro, la definición de libro clásico es mucho más amplia y compleja, pero a mí me gusta ceñirme a lo que dice Italo Calvino: los clásicos son libros que siempre se sacuden el polvo de la historia (ya que se mantienen frescos, actuales) y, por mucho que te hablen sobre ellos, siempre terminan por sorprenderte. 

Conocí a María Gripe (ya lo he contado antes) a través de su libro Elvis Karlsson, del cual leí maravillas en La retórica del personaje de María Nikolajeva. En cuanto terminé esa novela, se convirtió en uno de mis libros favoritos; por eso, cuando, un día, navegando y curioseando por Bookmate, me topé con Los escarabajos vuelan al atardecer, no dudé en leerlo.

«Creatures of the order Coleoptera», ilustración de Kelsey Oseid

No les voy a mentir: al principio me decepcioné un poco, ya que Los escarabajos… no se parece en nada a Elvis Karlsson. Aun así, seguí leyendo, pues la prosa es emocionante y aguijoneante, porque te incita a seguir y seguir leyendo para descubrir qué va a pasar.

Los escarabajos vuelan al atardecer es la historia de Jonás, Annika (hermanos, de 13 y 15 años, respectivamente) y David (un amigo común de 16 años). Los tres chicos, con personalidades totalmente diferentes, toman un trabajo temporal en la quinta Selanderschen, una de las mansiones más antiguas de su ciudad, Ringaryd, y también una de las más misteriosas. El trabajo es muy sencillo: solamente tienen que cuidar las plantas, pero hay una planta en particular que parece comunicarse con ellos.

La quinta Selanderschen se vuelve un lugar mágico para los niños, un lugar que, al principio, no comparten con nadie más. Y cuando, una tarde, Jonás, Annika y David encuentran el cuarto de verano, las cartas de Emilie y su historia de amor frustrado con Andreas Wiik (discípulo de Carlos Linneo), nada vuelve a ser como antes.

El mundo literario de María Gripe es de niños poderosos, audaces e inteligentes. Niños sensibles que tienen sus propias ideas sobre el mundo en el que viven. En este caso, Jonás y Annika son los que cumplen más atinadamente con esa caracterización.

Jonás es un chico apasionado del periodismo, los enigmas, las investigaciones y de narrar sus aventuras en la grabadora que recibe por su cumpleaños. Pronto, el descubrimiento de las cartas del cuarto de verano en la quinta Selanderschen lleva a los chicos a descubrir que Andreas Wiik llevó a Ringaryd una escultura egipcia, proveniente de uno de sus viajes científicos en el siglo XVIII. Presuntamente, la estatua estaría enterrada en Ringaryd. Cuando el misterio se filtra a la prensa, Jonás es testigo de la poca ética profesional de los dueños de periódicos, así que decide actuar según sus propios valores y convicciones. 

Annika tiene reflexiones muy maduras y muy profundas después de descubrir la historia de amor de Emilie y Andreas. Mientras Emilie sentía devoción y abnegación por Andreas, a este nunca le importó la muchacha y su amor, sólo su carrera profesional como botánico y discípulo de Carlos Linneo. Pero esto, reflexiona Annika, no tiene por qué ser justo o normal, y no es algo con lo que ella piensa conformarse. Estos son tiempos distintos, y Annika está convencida de que puede relacionarse románticamente de una manera más sana.

Lo mejor de Los escarabajos vuelan al atardecer es que los chicos construyen sus opiniones después de explorar y experimentar el mundo fantástico de la quinta Selanderschen. No hay ningún adulto que les esté dando una cátedra sobre cómo es la vida o las relaciones humanas, sino que ellos lo descubren por su cuenta, armando el “rompecabezas” del misterio de la estatua egipcia y debatiendo sobre él. 

Los escarabajos vuelan al atardecer es una novela de misterio. Tiene todos los elementos para serlo: un enigma aparentemente irresoluble, pistas “inocentes” que pueden pasar desapercibidas y un excelente tratamiento de la tensión en la narrativa, que funciona como un estira y afloja (de ahí que yo piense que la prosa es “aguijoneante”). Sin embargo, hay también elementos fantásticos, como el escarabajo pelotero y la flor azul, que se comunican con Jonás, Annika y David y les dan pistas o Julia Jason Andelius, la dueña de la quinta Selanderschen que telefonea a David para jugar ajedrez a distancia. (Y, gracias al juego, David sabe cuál es el siguiente paso para encontrar la estatua).

No quiero decepcionarlos, pero, al final, la verdad es que el misterio sobre dónde está la estatua egipcia no importa mucho. Lo que verdaderamente importa es el cambio en el mundo interno de los chicos. Por ejemplo, al principio, es muy notorio cómo Annika piensa que todo es un juego tonto sin ningún sentido y luego empieza a involucrarse más en la historia de amor de Emilie y Andreas y, a partir de ahí, como ya dije, saca sus propias conclusiones sobre las relaciones humanas, las cuales tienen un punto de vista feminista, por cierto.

Arriba dije que Elvis Karlsson es muy diferente a Los escarabajos vuelan al atardecer pero en realidad tienen mucho en común, especialmente la focalización en los sentimientos. Primero nos metemos en la mente de los personajes y sabemos cómo afrontan la vida y los acontecimientos que les suceden, y luego esto (no sé cómo explicarlo) se transmite al lector. Creo que esta es la razón por la que sentí la prosa de María Gripe hacerse un ovillo dentro de mi corazón la primera vez que la leí. Pienso que los autores de LIJ más exitosos tienen una característica en común: son empáticos tanto con los niños como con su niño interior y su propia infancia. Por eso, eventualmente, se vuelven clásicos.

A menudo, las novelas de misterio son cuadros que miramos muy de cerca. Solamente cuando damos un par de pasos atrás podemos ver el paisaje completo y establecer relaciones entre acontecimientos aparentemente insignificantes. Me pasó eso leyendo Los escarabajos… (y otras novelas de misterio, como La aguja hueca, de la saga del detective Arsène Lupin) y sospecho que me pasará a medida que vaya leyendo toda la obra (o lo que esté traducido al español y al inglés) de María Gripe. Espero que poco a poco pueda ir juntando piezas hasta formar una imagen completa del maravilloso mundo de la autora.

Para preguntar en la librería:

Los escarabajos vuelan al atardecer

María Gripe

España, Ediciones SM, 2010

Encuéntralo en Bookmate: https://es.bookmate.com/books/qCT33eGx 

Y para el lector curioso:

Vera Poseck, B. (2006). María Gripe: literatura de emociones. CLIJ (Cuadernos de Literatura Infantil y Juvenil), (190). Recuperado de: https://www.revistasculturales.com/articulos/33/clij-cuadernos-de-literatura-infantil-y-juvenil/506/1/maria-gripe-literatura-de-emociones.html 

Pinocho, una vez más

Pinocho es un clásico. Eso significa (entre muchas otras cosas) que es un libro del que se habla mucho sin necesariamente haberlo leído.

Para los italianos, Las aventuras de Pinocho de Carlo Collodi ha existido siempre, y los niños lo leen antes del Abecedario, según Italo Calvino. En ese mismo ensayo,[1] Calvino comenta lo extraño que es que se cumplan cien años de la publicación de este libro, pues ¿podemos imaginarnos un Pinocho de cien años? No lo creo, porque Pinocho no envejece: después de los casi 140 años y las miles de ediciones de esta novela (en italiano y en otros idiomas), el títere de madera se renueva cada vez, y cada vez tenemos una lectura distinta.

En Por qué leer los clásicos, Calvino dice que los clásicos son libros acerca de los cuales la gente suele comentar que los está releyendo, no leyendo por primera vez.En honor a esa observación, esta entrada trata sobre mi relectura de Pinocho. Hace varios años leí Las aventuras de Pinocho por primera vez, en una edición de la Secretaría de Cultura. En ese primer encuentro, el títere me cayó mal. Recuerdo haber pensado lo molesto que era que las cosas nunca le salieran bien, que se regocijara en su papel de víctima y que molestara y se aprovechara tanto de Geppetto. Pero hace unos meses, en la relectura, sentí compasión por él; en buena medida, tal vez las ilustraciones de Gabriel Pacheco, que acompañan la edición de Nostra, me ayudaron a sentir esa compasión.

Pienso que las ilustraciones de obras clásicas revitalizan una característica inherente de este tipo de libros: la posibilidad de leerlos desde otra perspectiva. En este caso, Gabriel Pacheco dibuja a Pinocho con mucho movimiento en las extremidades; tiene que hacerlo así porque, desde luego, se trata de un títere, pero esto también alude al desgarbo, a la despreocupación y a la excesiva libertad del muñeco. Por ejemplo, cuando Pinocho sufre un accidente o cuando corre o salta de alegría, sus piernas y brazos parecen elevarse, flotar en el aire, lo que le da una sensación vivaz (aunque la energía que impulsa sus deseos lo mete en problemas).

Ilustración de Pinocho por Gabriel Pacheco (2016).

En algunas páginas del Pinocho ilustrado por Gabriel Pacheco creo adivinar los pensamientos del títere. Por ejemplo, en una de mis escenas favoritas, cuando el Gato y la Zorra (los “asesinos”) cuelgan a Pinocho de la Encina Grande y lo dejan ahí toda la noche, el rostro del muñeco parece decir “¡Más me valdría haber ido a la escuela!” Justamente, esta ambigüedad en las actitudes de Pinocho, que se debate entre ir a la escuela, ser bueno con su padre y aprender el abecedario, e ir al País de los Juguetes para sólo divertirse y jugar es lo que lo mantiene vivo, a más de cien años de su publicación.

De nuevo, Italo Calvino, en Por qué leer los clásicos (un ensayo que parece ser mi faro en este texto) dice que “Los clásicos son libros que cuanto más cree uno conocerlos de oídas, tanto más nuevos, inesperados, inéditos resultan al leerlos de verdad” (2015, p. 4). Ya sea por Disney, por la cultura popular o porque conocemos (de oídas, justamente) la historia básica de Pinocho (un títere de madera que quiere ser un niño de verdad), creemos que lo conocemos. Pero luego, cuando finalmente leemos el libro, resulta que hay escenas dignas de los mejores cuentos fantásticos, como el primer diálogo entre Pinocho y la Niña de los cabellos turquesa, que sucede cuando el muñeco llega a la casa de la Niña y esta le dice:

– En esta casa no hay nadie. Todos están muertos.

– ¡Al menos ábreme tú! – gritó Pinocho gimoteando y clamando.

– Yo también estoy muerta.

– ¿Muerta? Y, entonces, ¿qué haces en la ventana?

– Espero el ataúd que vendrá por mí.

(Collodi, 2016, p. 76).

 Los tres médicos que atienden a Pinocho: el Cuervo, el Tecolote y el Grillo-parlante o los enterradores, cuatro conejos enormes, negros, que llevan un ataúd a cuestas para enterrar a Pinocho si no se toma su medicina son también personajes fantásticos. Y cómo olvidar al cochero de la carroza que va al País de los Juguetes:

Un hombrecito más ancho que alto, tierno y untuoso como una barra de mantequilla, con carita de manzana, una boquita siempre sonriente y una voz sutil y acariciante, como la de un gato que se acoge al buen corazón del ama de casa.

(Collodi, 2016, p. 164).

Si la descripción del cochero ya es inquietante por sí sola, la ilustración de Gabriel Pacheco la vuelve aún más perturbadora: el fondo oscuro, el coche cargado de niños díscolos y ansiosos por llegar al País de los Juguetes, los burritos resignados que tiran del carro y la duda en el rostro de Pinocho convierten la escena en algo salido de un sueño, pero un sueño ambiguo, pues todavía no sabemos si es una pesadilla o no. Esa es la duda de Pinocho, porque, por un lado, quiere ir al País de los Juguetes, pero también se pregunta qué le dirá el Hada si se va.

Ilustración de Pinocho por Gabriel Pacheco (2016).

Otra de las maravillas que nos ofrece la edición de Nostra es la traducción y prólogo de Felipe Garrido, un escritor que también cuenta con mucha experiencia en la promoción de la lectura. En el prólogo, Garrido insiste en la ambigüedad de Pinocho y dice algo que no hay que pasar por alto cuando se habla de este libro: “Pinocho es una obra moralista y por eso muchos sinceramente la aprecian […] Pinocho está del lado de los padres y los maestros” pero, a la vez, “Pinocho está del lado de los desbocados impulsos de independencia y desobediencia que proyectan a los niños y los jóvenes hacia el futuro. Pinocho está del lado de los niños y los adolescentes y los viejos y los adultos que conservan ese espíritu de disidencia y de lucha” (Garrido, 2016, p. 12). Si queremos ponernos simbólicos, el Pinocho de madera es el que está del lado de los niños, el desobediente, burlón, juguetón y caprichoso, y el Pinocho de carne y hueso es el que está del lado de los adultos, el que se levanta temprano para ayudar a su padre y se esmera en aprender a leer y escribir.

Sin embargo, esta no es una visión maniquea, porque, como escribe Garrido, Pinocho le habla a los adultos que conservan un espíritu rebelde; es decir, las personas no siempre somos seres racionales, completamente de carne y hueso, sino que a veces coqueteamos con la idea de ser “de madera”, de estar incompletos y de ser un poquito irresponsables. Me pregunto si el buen muchacho en que se convierte Pinocho al final del libro no cae en el vicio de tener una cabeza de madera de vez en cuando.

Si es cierto lo que anota Calvino en Por qué leer los clásicos, seguramente Las aventuras de Pinocho seguirá sacudiéndose de encima las críticas literarias que pretenden interpretarlo, y vaya que serán muchas, porque, no importa cuánto tiempo pase, estoy segura de que seguiremos leyendo este libro desde diferentes perspectivas. Y así, Las aventuras de Pinocho será no sólo un clásico de la literatura general, sino también un clásico personal de los lectores.

Para preguntar en la librería:

Las aventuras de Pinocho

Carlo Collodi (texto), Felipe Garrido (traducción y prólogo) & Gabriel Pacheco (ilustraciones)

México, Nostra, 2016.

Y para el lector curioso:

Calvino, I. (2015). Por qué leer los clásicos. Madrid: Siruela.


[1] Pinocho o las andanzas de un títere de madera (1982), El correo de la Unesco, (6), pp. 11-14.