Veva y la ternura

“Es sólo pureza e intensidad lo que debemos buscar” dice Edgar Carritt en su Introducción a la estética. Pureza e intensidad de la experiencia estética.

Creo que la pureza está muy relacionada con la ternura, un sentimiento despertado por lo nuevo, lo delicado y lo amoroso. Todos estos sentimientos me despertó Veva de Carmen Kurtz, un libro narrado por la protagonista del mismo nombre, que es recién nacida al principio de la novela y de nueve meses al final de esta. Veva es una bebé que nace sabiendo hablar y caminar, y decide comunicarse con su abuela, tocaya suya y el único miembro de su familia cercano a su sensibilidad, pues casi al final de la vida, nuestro ciclo regresa al origen y somos bebés de nuevo (“Los niños y los viejos siempre se han entendido bien”, dice la Buela). 

No sé si al principio y al final de la vida vemos “lo esencial” y nuestros canales sensoriales están abiertos, listos para recibir información que no se dice pero sí que está en el ambiente. Pero tal vez es por eso que niños y viejos se entienden.

La ternura es algo que sentimos por lo que está cerca del abismo lleno de nada que no conocemos (es decir, lo que está antes del nacimiento y después de la muerte). La ternura es una forma de respeto.

Sin embargo, si hay ternura en Veva, también hay madurez, representada en Natacha, la hermana mayor de Veva. Natacha, de 18 años, tiene la crueldad burlona típica del adolescente y se pasa el día molestando a Veva y diciéndole que es fea. En realidad, Natacha es el “otro yo” de Veva. Es Veva cuando se haga mayor, cuando se enamore y se case. Por eso pienso que esta novela corta es, en realidad, un cuento de hadas para tranquilizar a los adultos, en especial a los padres. Veva les dice a estos que no importa si su hija mayor decide casarse e irse a Guinea con su esposo, pues siempre tendrán una bebita en casa. Así, viven tranquilos las dos vidas: la de ser unos padres asertivos que crían hijos maduros que se van del nido y la de cuidar un bebé tiernísmo y pequeñísimo, congelado en el tiempo.

“Tengo la memoria heredada de todos los míos”, dice Veva. Pues la ternura no debe confundirse con ingenuidad. Estoy convencida de que hay conocimientos ancestrales, de los cuales nos hablan los cuentos de hadas, sobre el amor y la seguridad que nos da nuestro entorno. Veva afirma que ha nacido sabiendo todo aquello y decide comunicárselo a su Buela, cercana a Veva no en edad, pero sí en visión del mundo y en su compasión por todos los que la rodean. Debido a estas similitudes, pienso que no es una casualidad que la protagonista de esta novela y su Buela sean tocayas. Las dos son Vevas, las dos son bebas, las dos experimentan ternura, delicadeza y sensibilidad a flor de piel. 

–Que no te oiga hablar más del asunto– dije a la Buela–. Yo te necesito y te necesitaré siempre. Cuando me case, vendrás conmigo y hablarás con mis niños.

–Cuando tú te cases, Veva…

–Cállate, Buela.

Kurtz, 2022, pp. 88-89

Después de esta charla, Veva y la Buela se ponen tristes. Hay un silencio entre ellas. Un silencio como el que viene después del miedo. ¿En qué momento se pierde la ternura? Puede ser que alguien más la robe en un evento traumático o en alguna situación de abuso o violencia. O puede suceder que perdamos esa ternura porque crecemos y, además, lo hacemos demasiado rápido. Como dice la misma Veva: “crecer es inevitable”. Sin embargo, pienso que es posible conservar esa primera ternura e inocencia de los bebés por medio de experiencias estéticas. En mi búsqueda de pureza e intensidad, sólo quiero llenar mis ojos de belleza y afinar mi sensibilidad para que no se me pase, ni por error, pensar un poquito, cada día, en mi Buela y en sus manos y en su voz. Ambas hemos crecido pero ambas seguimos siendo las mismas.

Para preguntar en la librería:

Veva

Carmen Kurtz (texto) & Odile Kurtz (ilustraciones)

España, Noguer, 2022

1 Comment

  1. ¡Muy buena entrada! Muy interesante eso de considerarla como cuento de hadas. Pero efectivamente, falta más ternura en éste mundo loco en el que vivimos.

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