No tengo que contarles que esta pandemia ha sido extraña y horrible para todos.

Antes de vivir algo como esto, yo creía que el mejor lugar para escribir era dentro de una cabaña en invierno, con una chimenea encendida y todo el tiempo libre en mis manos. Ahora no tengo una cabaña, pero afuera sí hay una tormenta que nos impide salir, y a pesar de eso, no he escrito tanto como pensé que lo haría en mi fantasía de nieve.

Así que, un poco para aliviar el sentimiento de culpa que me produce no escribir y un poco para ceder a la cosquilla creativa, se me ocurrió esta entrada, basada en la pregunta “¿por qué escribir para niños?” Para responderla, voy a convocar a autores del mundo de la LIJ, ya que he notado que no hay nada mejor que escuchar voces que nos den razones para seguir haciendo lo que hacemos, a pesar de los tiempos difíciles. Y los tiempos siempre son difíciles.

¿Por qué escribir libros para niños?

“Hay quinientas razones sobre por qué empecé a escribir para niños, pero para ahorrar tiempo mencionaré sólo diez”, dice Isaac Bashevis Singer, autor de obras para niños y para adultos. Estas diez razones son:

Número 1) Los niños leen libros, no reseñas. Les importan un pepino las críticas. Número 2) Los niños no leen para encontrar su identidad. Número 3) No leen para liberarse de la culpa, para saciar la sed de rebelión o para deshacerse de la alienación. Número 4) No les sirve la psicología. Número 5) Detestan la sociología. Número 6) No tratan de entender a Kafka o Finnegans Wake. Número 7) Siguen creyendo en Dios, en la familia, en los ángeles, en demonios, brujas, duendes, en la lógica, en la claridad, en la puntuación y otras cosas obsoletas. Número 8) Aman las historias interesantes, no los comentarios, guías o notas a pie de página. Número 9) Si un libro es aburrido, bostezan abiertamente, sin ninguna vergüenza o miedo a la autoridad. Número 10) No esperan que su querido autor redima a la humanidad. Jóvenes como son, saben que no está en su poder. Sólo los adultos tienen ilusiones tan infantiles. [1]

El decálogo de Isaac Bashevis Singer evoca una forma de leer (y también una forma de escribir) que yo calificaría como inocente. Es decir, pareciera que el autor de Satán en Goray sólo escribe por el placer de escribir, así como los niños leen por el placer de leer: sin reseñas, sin notas a pie de página y sin buscar otra cosa que una historia verdaderamente entrañable que los mantenga soñando despiertos. Escribir y leer sólo por el placer de hacerlo es una forma de libertad y también una forma de felicidad, una “felicidad desesperada”, como dice el filósofo André Comte-Sponville.

Sobre esta libertad, Michael Ende dice:

El impulso verdadero, real, que me mueve mientras escribo es el placer del juego, libre y espontáneo, de la imaginación.

El autor de Momo continúa diciendo que, en el juego de la creación, lo único verdaderamente importante es el placer de dejarse llevar por el mundo que se está creando, sin tomar en cuenta normas moralizantes. Muchas veces, ni el mismo Michael Ende sabe cómo terminará lo que está escribiendo, pero no importa, porque eso es parte de la aventura de escribir.

Michael Ende

La escritora franco-australiana Sophie Masson señala que la pregunta “¿por qué escribes para niños?” conlleva, de manera muy sutil, el prejuicio de que escribir para niños es menos valioso que escribir para adultos. Pero, sigue Sophie, si tuviera que contestar, diría que:

Con la literatura para niños puedo escribir muchos más tipos diferentes de libros que con la literatura para adultos, donde uno tiende a encasillarse más. Puedo atacar todo tipo de géneros, periodos o historias: los editores de libros infantiles están abiertos a todas las ideas. [2]

Las afirmaciones de Sophie Masson (a quien ya muero por leer) me recordaron a una de mis autoras favoritas, Katherine Paterson, quien puede escribir una historia como La gran Gilly Hopkins (de la que ya hablamos aquí), pero también puede llevarnos hasta Japón para conocer la tradición milenaria de las marionetas o incluso hasta Terabithia. Autoras como ella me recuerdan que no porque uno escriba para niños debe exigirse menos rigor técnico y artístico (Katherine Paterson viajó a Japón para escribir El maestro de las marionetas).

Sophie Masson no lo menciona, pero los autores de LIJ también pueden atacar todo tipo de formatos, soportes y técnicas artísticas. Recuerdo lo que leí hace mucho tiempo, en algún texto teórico (no recuerdo el título, pero estoy segura de que estaba relacionado con la teoría de los polisistemas, de Zohar): la LIJ ha estado, por mucho tiempo, en la periferia, pero justamente porque está en la periferia ha podido jugar con mil maneras de contar una historia, no solamente con palabras, sino también con ilustraciones, collages, fotografías, libros en formato pop-up, hipermedia, transmedia, y muchos otros recursos que, por fuerza, se me escapan. Eso, aunado a lo que dice Michael Ende y Bashevis Singer, también es una forma de libertad.

Por último, la creadora de Pippi Calzaslargas, Astrid Lindgren, relaciona la pregunta “¿por qué escribes para niños?” con otra cuestión igual de interesante: ¿necesitamos libros para niños?:

Algunas personas ‘razonables’ han expresado la opinión de que no, nadie debería escribir libros especialmente para niños. Los niños deberían ir directamente a los clásicos. Presumiblemente, los que creen esto no se han topado con niños o con clásicos para niños por un largo tiempo.

Tal vez en nuestro país haya dos o tres sobresalientes niños genio que (sin ninguna preparación previa) puedan entender La isla del tesoro o Robinson Crusoe, pero los niños promedio necesitan empezar con otros libros para que puedan aprender el gusto por la lectura. [3]

Astrid Lindgren

Además, Lindgren agrega que la idea de que los niños pequeños pueden leer clásicos prácticamente sin ayuda es otra de las ilusiones infantiles de los adultos de las que habla Bashevis Singer.

Sin embargo, creo que todos estos autores de libros para niños (y otros de igual nivel artístico) escriben pensando no tanto en un modelo de lector, sino en ellos mismos como lectores, y como los lectores que eran de niños. Porque cuando uno lee siendo niño, lo único que existe es el mundo de la ficción, al contrario de la forma de leer “adulta”, donde uno es más consciente de tener que llenar los vacíos de la narración para construir un significado. Ello, por supuesto, no quiere decir que los libros para niños no tengan espacios vacíos para extraer algo más profundo de lo dicho en el texto; por supuesto que los tiene, y los niños, de hecho, los intuyen, saben que están ahí, pero este proceso de “llenar los vacíos” no es tan consciente como cuando uno es adulto.

Entonces, ¿por qué escribir libros para niños? ¿Simplemente por el placer de hacerlo? Sí. Y por quinientas razones más, claro, pero también por la adrenalina que da la creatividad, por la emoción de crear un jardín (pero en donde los sapos sean reales, dice Margaret Atwood) y para saber que el arte es una necesidad humana. En tiempos de pandemia no se necesitan muchas razones más.


[1] La traducción es mía.

[2] La traducción es mía.

[3] La traducción es mía.